El director del Centro Cultural Coreano, Jinsang Jang, buscaba un edificio amplio desde hacía un año. Ya había visitado cincuenta cuando conoció el Palacio Bencich en Retiro. Era la primera vez que entraba. Las huellas francesas de la mansión se revelaron rápidamente ante sus ojos y, durante unos minutos, se detuvo a contemplar el vitral del techo. Luego dijo: "Este es el lugar: tiene las paredes altas".
Jang debía conseguir un inmueble para mudar la sede del centro cultural, que estaba en Palermo, a otra más grande, por encargo del gobierno de Corea del Sur. El plan era que más vecinos de la ciudad pudieran conocer el arte de su país. Sólo faltaba averiguar si era factible adaptar el Bencich. Así que contrató un equipo de arquitectos que lo estudió durante año y, una vez aseguradas las condiciones, el Estado surcoreano lo compró por 6 millones de dólares en octubre de 2017 y desembolsó otros 3 millones para restaurarlo. El edificio cerró entonces sus puertas y entró en obra. Este miércoles será reinaugurado con su nueva impronta.
"Con el edificio listo, mi trabajo termina. Me vuelvo a Corea", dice Jang, recién mudado a su nueva oficina en el segundo piso, llena de cajas apiladas. Hay otros 31 centros culturales como este en el mundo. Sus directores están al frente durante sólo tres años y luego son enviados a otros países o, como en el caso de Jang, a ocupar su antiguo puesto en el Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo.
A través de la puerta de la oficina de Jang, que está abierta, se ve una docena de personas que van y vienen con papeles, sillas y objetos. Corren para llegar a tiempo a la inauguración del centro cultural. El sonido de un taladro interrumpe a los arquitectos de Baek & Asociados, a cargo de la restauración, que también están allí.
¿Cómo hicieron para fusionar la cultura asiática con este edificio ecléctico, de impronta francesa? "Al principio teníamos dudas, pero trabajamos mucho y funcionó", dice arquitecto surcoreano In seong Baek, quien usa el nombre Antonio desde que llegó al país, cuando era adolescente.
"Los últimos años esto era un salón de eventos, estaba deteriorado. Al vitral del techo apenas se le veían los colores", dice Sebastián Abu Hayatian, su socio, mientras busca en su celular las fotos que lo comprueban. Se ve la fachada descascarada, la escalera de mármol llena de polvo, las paredes manchadas de humedad y el patio conquistado por plantas. Hicieron todo nuevo: el patio, el frente, el fondo, las cloacas, el cableado eléctrico, los techos, los baños. Todo, en sólo nueve meses.
A metros de Plaza San Martín, en Maipú 972, el Palacio Bencich está recuperando el esplendor que tuvo, cuando la edificación de las residencias más importantes de la ciudad -en este caso, la vivienda pertenecía a la familia Hunter- eran influidas por el estilo parisino.
La mansión fue construida por los arquitectos argentinos Eduardo M. Lanús y Pablo Hary en 1914, egresados de las Escuelas de Bellas Artes de París y Bruselas, respectivamente. Los autores se valieron para el diseño del modelo del Grand Hotel Francais: una entrada principal con escalera de mármol que lleva al primer piso, donde se encuentran los salones de recepción. Las habitaciones privadas se relegan al segundo piso y los servicios, a nivel de la calle y el subsuelo. Así, la planta principal del Palacio Bencich está organizada en torno al gran hall, rodeado de salones de distintas dimensiones, que brillan como en la Belle Époque.
En una ciudad de tiempos rápidos, el palacio pasó de ser la residencia de la familia Hunter a convertirse en propiedad de los hermanos Miguel y Massimiliano Bencich y, recientemente, en un salón de eventos. Ahora es el turno de su versión más exótica: ser espacio donde se difundirá, gratis, la cultura coreana en Argentina.
El edificio está catalogado con "protección estructural" por la Dirección General de Interpretación Urbanística del Gobierno de la Ciudad, de modo que debieron colocar un piso flotante arriba de la marquetería original, como si fuera una alfombra, para preservarlo. Lo mismo se hizo con las salas de exposiciones. Todo está montado con placas de durlock y, atrás, lo que no se ve: paredes antiguas y revestimientos de lujo.
La recorrida por el edificio se parece a una mamushka, ya que encierra una dimensión cultural dentro de otra. En la planta baja, símbolo de la Buenos Aires opulenta de principios del siglo XX, el vitral del techo ilumina el hall central de doble altura y su brillo se expande a lo que alguna vez fueron salones recepción, revestidos con una boiserie laqueada con oro a la hoja.
Esos salones alojan ahora una colección permanente de Corea del Sur. Hay trajes (hanbok), réplicas de una vivienda tradicional (hanok), el alfabeto (hangul), el plato típico (hansik), y un espacio para la ola coreana (hallyu) con productos culturales de exportación, como el K-pop.
Un edificio descomunal demanda, para ser colmado, una programación masiva, que tiene como puntos fuertes clases de idioma y dibujo coreano, una biblioteca de consulta abierta, y una pata cinematográfica muy poderosa, cuyas proyecciones se harán en el auditorio. Cuenta con un proyector de última generación, sonido envolvente y capacidad para más de setenta espectadores.
Una de las singularidades es una sala en la planta alta, donde alguna vez estuvieron los recintos privados de la mansión, dedicada a la escultora y pintora coreana Kim Yun Shin, quien vive en Buenos Aires desde hace más de 30 años. En 2008, la artista inauguró un museo en Flores para estimular el diálogo entre las culturas de Corea y Argentina, y trajo ese mismo espíritu al Bencich.
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