¿Quiénes plantaron los árboles de Buenos Aires?
Buenos Aires era una ciudad sin árboles en las calles. Los naranjos y limoneros plantados en el fondo de las propiedades tenían un fin aromático. También podían verse durazneros que ocupaban terrenos con fines comerciales.
Recién en la época de los virreyes se planteó la necesidad de tener un espacio público arbolado. Así nació la Alameda a un costado del fuerte. Se extendía junto al río (en la actual avenida Leandro Alem) por un par de cuadras hacia el lado de Retiro. Era el clásico paseo familiar hacia 1780.
Más allá de algún gomero, como los que aún se sostienen en la Recoleta, y algunos otros árboles que surgían en forma natural en las zonas más alejadas del centro, la ciudad estaba despojada de las sombras que proporciona la vegetación. ¿Y el jacarandá?Era conocido en Buenos Aires, pero solo por su madera, ya que muchos muebles se hacían con el jacarandá, de una calidad inferior al ébano, pero con la ventaja de un pulido de fácil hechura.
En nuestro territorio tuvimos dos tipos de jacarandás. Por un lado el que provenía del Brasil y llegó por el litoral con el nombre yacarandá, que en lengua tupí significaba "fuerte aroma". Un árbol de características muy similares era el tarco proveniente del Alto Perú y originado más al norte, en México y el Caribe.
Uno de los primeros preocupados por generar espacios públicos de árboles fue Juan Manuel de Rosas quien plantó naranjos desde Palermo hasta el actual estadio de River, en el límite de los barrios de Núñez y Belgrano. Cada mañana, unos quinientos inmigrantes gallegos se ocupaban de la limpieza de la primera a la última de las naranjas de estos árboles.
Quien tomó la posta fue Domingo Faustino Sarmiento. El adversario de Rosas le dio mucha importancia a la plantación de árboles y fue el principal impulsor del Parque Tres de Febrero inaugurado en 1874. En la década siguiente fue el turno del primer intendente de Buenos Aires. Nos referimos a Torcuato de Alvear quien a partir de 1883 se preocupó por el embellecimiento de la ciudad y la generación de espacios verdes copiando los modelos planteados por paisajistas en Europa y Norteamérica.
En 1889 arribó Charles Thays al país proveniente de Francia. Había trabajado en los parques y plazas de París, su ciudad natal. Tenía cuarenta años y se dirigió a Córdoba donde debía ocuparse de la flora del futuro Parque Sarmiento. No pudo completar la tarea debido a la crisis económica del 90. De paso por Buenos Aires, antes de embarcarse rumbo a París, el ingeniero Luis Huergo lo abordó para convencerlo de que se quedara a trabajar en la capital argentina actuando como Director de Paseos. Huergo también habló con el intendente Francisco Bollini y el presidente Carlos Pellegrini y los entusiasmó con la idea de contar con el francés para esa tarea. Thays obtuvo el empleo y esa no fue la única satisfacción. Tiempo después conoció a Petrona Cora Venturino, de dieciocho años, con quien se casó convencido de que la Argentina sería su hogar.
Su gran sueño era que Buenos Aires tuviera un jardín botánico. Consiguió el espacio y decidió salir a recorrer el país, acompañado por su mujer, en busca de especies autóctonas. Así se familiarizó con el ceibo, el lapacho, la tipa, el ombú, el jacarandá y el palo borracho, entre tantas otras especies. Retoños de los árboles del norte, y también del sur, fueron llevados a Jardín Botánico de Palermo, donde el paisajista pudo estudiar su crecimiento y desarrollo.
El próximo paso fue planificar la distribución de los mismos por las calles. Por eso, con toda justicia, se ha llamado a Thays "el Padre de las Sombras". De unos dos mil árboles que había antes de su gestión, en poco tiempo se multiplicaron a cien mil. El francés y su discípulo y sucesor Benito Carrasco fueron los principales hacedores de la Buenos Aires arbolada. También podríamos decir que Thays fue el padre de los colores porteños. Porque él fue quienb eligió árboles que florecerían en distintos momentos de la primavera. Así fue como plantó lapachos que en septiembre se tiñen de ese rosado fuerte. Para octubre, el ceibo, con flores de intenso color rojo. Noviembre es el mes del jacarandá con sus hojas violáceas y tan sensibles, que por el juego del viento y la acción de los pájaros caen formando un colchón colorido en el suelo. En diciembre llegan las tipas, (aclaremos que hace unos cien años se le decían los tipas, pero en algún momento cambió de género) con su floración amarilla. Después es el turno del palo borracho que tiñe a la ciudad de rosa pastel.
¿Quiénes plantaron tantos árboles? ¿Thays y un par cuadrilla de jardineros? Sí, ellos lo hicieron, pero también contaron con una inestimable colaboración: todos los estudiantes argentinos.
La iniciativa partió de Bahía Blanca en donde se creó, en 1900, la Fiesta del Árbol como una manera de homenaje a Sarmiento. A mediados de septiembre de ese año, los alumnos bahienses salieron por las calles de la ciudad para plantar árboles. Al año siguiente la idea fue seguida en Baradero (Provincia de Buenos Aires). Después pasó a la Capital Federal y desde allí a todo el país. El Día del Árbol consistía en la reunión de los estudiantes primarios en las plazas y calles de la ciudad provistos de semillas y palas. Cantaban el Himno Nacional y el dedicado a Sarmiento, más la Canción del Árbol. Luego una autoridad daba un discurso y comenzaba la forestación a cargo de los chicos.
Esta actividad duró alrededor treinta años. Muchos niños de aquel tiempo, en su futura etapa de padres o abuelos, han llevado a sus hijos o nietos junto al árbol que ya había crecido y comentaban con orgullo: "Este lo planté yo".
El "Día del Árbol" era una manera de involucrar a todos en una actividad que les permitía tomar conciencia de los beneficios de la naturaleza. Tal vez sea tiempo de regresar a esas magníficas jornadas.
El florecimiento de los árboles de Buenos Aires marca los compases de la sinfonía primaveral. Debemos las tonalidades a Charles Thays.
Una noche de 1944, Jorge Luis Borges, salía de la casa de sus grandes amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo en Recoleta. Tomó el ascensor con Estela Canto, quien también había concurrido a la reunión en casa de los escritores. En su evocación de aquella noche, Estela recordó que decidieron de caminar por la calle Santa Fe hasta Retiro y que el camino estaba impregnado de flores de jacarandá. Nosotros sabemos muy bien a qué época se refería. El color de Buenos Aires no deja margen de duda.
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