Las crisis económicas representan oportunidades para quienes lucran con la necesidad de los ciudadanos; los focos en zonas geográficas o en grupos sociales específicos resultan una constante; el factor aspiracional y el impacto de las redes sociales
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Es sabido: en tiempos de crisis, las estafas piramidales cautivan a más personas. Lo llamativo del último caso es cómo un tercio de una ciudad cayó en un sistema sospechoso: casi 20.000 de los 70.000 vecinos de San Pedro operan con una “plataforma de trading” que promete, en un mes y medio, duplicar los dólares invertidos en criptomonedas.
Dos casos recientes de alto impacto no parecen haber sido suficientes para prevenir una nueva trampa. En 2022, David Villegas y Leonardo Cositorto se hicieron conocidos como insólitos líderes de empresas que, supuestamente, iban a revolucionar las finanzas de los argentinos a través de Ganancias Deportivas y Generación Zoe, respectivamente.
Ganancias Deportivas ofrecía paquetes que arrancaban en unos 200 euros y daban un retorno del 20% mensual, también en euros. Decían que lograban esos resultados gracias a que habían descubierto un método para ganar dinero en el mercado de apuestas deportivas. Generación Zoe pedía inversiones desde 500 dólares con un rendimiento mensual del 7,5%. Su argumento es que lucraban en la Bolsa y con operaciones con criptomonedas.
El caso de San Pedro sorprende por la magnitud del alcance de la red. Una especie de “fiebre trader” tomó la ciudad bonaerense situada 170 kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, cautivada por la plataforma Rainbow Exchange a través del extraño Knight Consortium.
“Sabemos que esto se va a terminar. Pero hay que aprovechar mientras dure”, opinó Omar, un jubilado de San Pedro que entró a través de su hijo en el sistema, sin saber de qué se trataba el mundo de las finanzas virtuales. “Comenzó todo en septiembre pasado”, explicó a LA NACION. “A mi hijo le propuso ingresar en el negocio un joven que se llama Luis Pardo. Él ahora ya es administrador. No invierte más. Gana una comisión por los nuevos inversores”, agregó.
Él tenía un ahorro de 6000 dólares. Empezó a invertir y a los tres meses logró una rentabilidad de 90 dólares por día. “Yo retiré dinero y lo hago a través de una billetera virtual. Te indican qué cripto comprar y a la media hora ya tenés todo listo”, relató.
¿Por qué caemos en la trampa?
¿Cuál es la razón detrás de su auge? ¿Los argentinos tienen una debilidad intrínseca que los hace caer en las promesas de fabuladores financieros? Los especialistas explican que es difícil dimensionar la penetración real del fenómeno ya que muchos damnificados no se presentan ante la Justicia. Pero la cantidad de denuncias de los últimos años hace evidente que estamos ante una epidemia de estafas piramidales.
Las causas incluyen desde la crisis económica hasta la extensa cuarentena decretada a raíz de la pandemia que diezmó ingresos y, en algunos casos, alentó la búsqueda de soluciones alternativas.
La escasa educación financiera se suma al combo, que se completa con las redes sociales. Este tipo de estafas existen desde siempre, pero solían circunscribirse al círculo de contactos del impulsor y sus asociados. Los mensajes de WhatsApp y los posteos de Facebook viralizaron el área de influencia.
La mayoría de estas empresas, además, trabajan con criptomonedas, lo que agrega un nuevo nivel de opacidad a su operación. Sus líderes también comparten un discurso que mezcla conceptos anarcocapitalistas con manual de autoayuda financiera.
Desde su perspectiva, el Estado y los bancos están aliados para impedir el progreso de la gente y ellos son los iluminados que, con generosidad, comparten el saber necesario para sacudirse las cadenas de la opresión y ser, al fin, libres, ricos y poderosos.
Modelos de estafas
En el esquema piramidal las personas estafadoras afirman que pueden convertir una pequeña inversión en grandes beneficios en un período corto de tiempo. Sin embargo, el esquema solo puede crecer o reproducirse si se incorporan continuamente nuevos participantes en el programa. Funciona en la medida en que la base de inversores crece y por eso se alienta a las personas a conseguir nuevos adherentes con acuerdos que multiplican sus ganancias en la medida en que agrandan su red.
Las estafas piramidales se derrumban de manera estrepitosa cuando se cortan los ingresos de nuevos socios y eso deja a la última línea de ingresantes sin posibilidad de recuperar su dinero. La maniobra es antiquísima y una de sus últimas encarnaciones fue el Telar de la Abundancia, una versión en clave feminista del mismo engaño.
En los esquemas Ponzi un estafador recoge el dinero de las nuevas personas y lo utiliza para pagar supuestas ganancias de los inversores de etapas anteriores, en lugar de invertir o administrar el dinero como se prometió. Al igual que los piramidales, los sistemas Ponzi requieren de un flujo constante de entrada de dinero para mantenerse a flote. La diferencia es que los inversores de un esquema Ponzi no suelen tener que reclutar nuevos adherentes para obtener una parte de los “beneficios”. La estafa lleva el nombre de Charles Ponzi, quien en la década de 1920 convenció a miles de personas para que invirtieran en un complejo plan con sellos de correos. Otro Ponzi conocido es el que llevó a cabo Bernie Madoff, en Estados Unidos, y Enrique Blaksley, en la Argentina.
Un tercer tipo de estafa muy vigente es el marketing multinivel, que involucra negocios de venta directa en los que se recibe una comisión por los productos vendidos, pero también por los productos que colocan otras personas que el inversor trajo a la estructura. “Una empresa de marketing multinivel será una estafa piramidal siempre que el verdadero negocio no sea vender productos al consumidor final, sino vender maletines de productos a comerciales que luego intentarán venderlos con poco éxito entre amigos, conocidos, o casa por casa”, explica Andrés Gago, profesor investigador de la Escuela de Negocios de la Universidad Di Tella.
¿Sólo avaricia?
¿Es solo avaricia la tentación de ganar dinero fácil y sin trabajar? Para Daniel Fridman, sociólogo de la Universidad de Texas, en Austin, la respuesta es no. “La idea de ganar mucho dinero está ahí, pero es un solo componente de la oferta. La promesa de integrar una red de gente que te motiva y te ayuda a mejorar es parte fundamental del atractivo que ofrecen estos negocios”, explica el autor de El sueño de vivir sin trabajar, un libro donde analiza el mundo de la autoayuda financiera y las fantasías emprendedoras. Para Fridman, algunos de los que invierten solo quieren hacerse ricos, pero muchos otros buscan “construir la persona que aspiran a ser”: libre, emprendedora y osada.
El economista Juan Carlos de Pablo, en cambio, es más directo. “Hay gente que cree que es menos boluda que los demás -plantea-. Pero si una inversión promete 7,5% de rendimiento mensual en dólares no hay explicación lógica. Rajá de ahí.” Estas estafas, dice, existen desde el principio de la historia. En 1634, la fiebre de los tulipanes, por caso, multiplicó de manera exponencial el precio de los bulbos hasta su derrumbe estrepitoso, en febrero de 1637.
Lo que se mantiene como una constante en la mayoría de los esquemas fraudulentos es su expansión horizontal entre grupos de conocidos. La confianza es un elemento central a la hora de convocar nuevos inversores y eso hace que las empresas suelen tener focos geográficos o sociales muy delimitados de expansión.
En el caso de Ganancias Deportivas, su furor fue San Rafael. La ciudad mendocina tiene unos 200.000 habitantes y, según las cifras que manejan Villegas y la Justicia, hubo más de 40.000 que pusieron dinero. “San Rafael es un pueblo –confirma Cristian Barceló, un periodista que llevó el tema a la televisión local–. Nos conocemos todos y estamos muy atentos a cómo le va a nuestro vecino. Así fue que creció Ganancias Deportivas”.
“Uno trata de disfrutar el tiempo que dura”, se justificaba en pleno auge de la empresa, un hombre de 38 años y manos curtidas por su trabajo en la construcción que había puesto dinero para comprar una máquina de ladrillos ecológicos.
Arriesgar
Muchos son conscientes de que los retornos prometidos no son sostenibles, pero igual eligen arriesgar su dinero. Juan José Barilaro, un kinesiólogo de 38 años que vive en Lomas de Zamora, siempre supo que Generación Zoe iba a caer. La pregunta era cuándo iba a suceder y cuánto podía ganar hasta ese entonces.
Empezó invirtiendo unos 10.000 dólares en un robot que pagaba durante seis meses 25, 30, 35, 45, 50 y 55% de intereses por mes y al séptimo se devolvía el capital. Cuando era tiempo de recolectar, se vio tentado por un nuevo robot navideño que ofrecía tres meses de intereses del 33% y al cuarto el capital. Invirtió un monto de dinero equivalente a tres autos.
“Uno se mete para hacer una diferencia o capitalizarse. Obviamente me gustaría seguir ganando dinero, pero se podía caer por los rendimientos que daba. Mi suposición inicial era que llegaban hasta diciembre, pero después especulé con que durante el verano no iba a pasar nada porque no hay muchas noticias. Yo me dedico a la salud, pero me gusta diversificar mis ahorros”, contó a LA NACION en 2022.
“Yo entré por un amigo del gimnasio que entró por un barbero. Puse 3000 dólares míos y 5000 de mis papás”. Al principio, cobró. Pero luego se interrumpió el pago. “Me dijeron que esperara y los chicos que me hicieron entrar no me respondieron”, indicó Leonardo Nastacio en aquel momento. Lo que más le pesaba era haber hecho invertir a su familia. Su papá trabajaba como camionero y su mamá, como costurera.
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