La humorista con un enorme talento para encarnar personajes tuvo que oponerse a su familia para seguir su carrera artística
El martes 2 de diciembre del año pasado hubo electricidad en el ambiente de los estudios Cuyo, en la localidad de Martínez. A las 2 de la tarde se grabó el programa de Mirtha Legrand. La humorista, imitadora y próxima primera dama, Fátima Florez, se sentó al lado de Javier Milei, la estrella política del momento. La complicidad entre ambos fue absoluta.
Entrenada en el oficio de agradar y hacer reír, ella fue una máquina de seducción que apenas se camufló detrás de las máscaras generadas por los personajes que encarnó. Le puso trompita de bebota cuando hizo de María Eugenia Vidal y le agarró la mano mientras gesticulaba como Cristina Kirchner. “Estás muy solito”, le dijo antes de proponer una fórmula entre ella, en la piel de Cristina, y él. Milei le cabeceó todos los centros y se conmovió con el gesto final de ese mediodía mágico de Fátima en lo de Mirtha: su llanto tenue al recordar a Madonna, su gatita fallecida.
Diez meses después y en el mismo escenario, el programa de Mirtha, Fátima y Milei oficializaron el romance del año. La suya es una historia de amor que atraviesa la política y el mundo del espectáculo de la Argentina y otorgó una pátina de humanidad a un candidato excéntrico. “Son raros ustedes dos”, les dijo Mirtha luego de la enésima muestra de afecto un tanto impostado que se hicieron durante el programa, que incluyó un baile sexy de Fátima que Milei aprobó con sonrisa y cejas levantadas a lo Benny Hill.
“Somos tal para cual”, respondieron los tortolitos al unísono y la afirmación parece muy cierta. Milei y Fátima comparten el histrionismo y la capacidad de copar un escenario con su mera presencia. Ella busca agradar, él logró liderar la rebelión de los enojados y será el próximo presidente de los argentinos. Los dos son de amistades escasas y vínculos fuertes con sus mascotas. Gatos para Fátima y perros para Milei. Y, además, los dos cargan con la mirada severa de sus padres. El de Milei ejerció violencia física y psicológica y el de Fátima la echó de su casa a los 19 años, cuando ella decidió persistir en su incipiente carrera artística.
Fátima, que no aceptó recibir a LA NACION, habló en varios reportajes sobre el episodio, aunque le restó importancia. Dijo que aquel rechazo paterno cimentó su vocación y la hizo más fuerte en su deseo de progresar.
Padre severo
Aquel padre severo, Oscar, es arquitecto. Su madre, Marta Pinto, profesora de geografía. La familia Florez, que también incluye una hermana dos años mayor, Agustina, vivía en Olivos, en un edificio de 20 pisos a una cuadra de la quinta presidencial. Desde la terraza veían el intenso movimiento de la residencia. Con helicópteros que traían y llevaban presidentes. “Vas a volver”, le anunció Milei en el programa de Mirtha donde oficializaron el romance. La profecía resultó cierta.
Fátima, que entonces se llamaba María Eugenia, jugaba al hockey y hacía vida de club. En el colegio era una chica aplicada de anteojos, que se sentaba en los primeros bancos y no llamaba la atención. Sin embargo, aquella invisibilidad desaparecía cuando jugaba a imitar a Norma Kaufman, una profesora severa que usaba guantes para escribir en el pizarrón porque le tenía alergia a la tiza. Fátima primero copió sus gestos frente al espejo y luego llevó su dramatización al núcleo familiar y a sus amigas del colegio. Fue la primera vez que detectó el don que la volvería famosa, querida y popular.
Fátima -de 42 años- es actriz, vedette y humorista, pero su gran talento es la imitación. Su capacidad para captar los modismos de los personajes es asombrosa. En las entrevistas entra y sale de los roles con una solvencia absoluta. En una entrevista, o incluso en una conversación privada, de repente Fátima le cede el lugar a Yanina Latorre, o a Patricia Bullrich o a Cristina. Y lo hace a cara lavada, sin la ayuda de las máscaras, el maquillaje y las pelucas que utiliza en los shows. “Cada vez que actúo juego”, reconoce Fátima. Y ese juego, admitió en una interesante entrevista que hizo con Diego Scott para la TV Pública, el objetivo es agradar. “Los artistas buscamos aprobación, cariño, aplausos. Somos inseguros”, dice.
Anorexia
Los padres de Fátima se separaron cuando ella tenía 9 años. Años después, en la adolescencia, tuvo problemas de anorexia y ella relaciona el trastorno con la oposición que había en su casa a su vocación artística. “Me veía en el espejo y no veía la realidad. Mentía, no comía. Dejé hockey. Empecé con problemas hormonales. Llegué a pesar un poco más de 40 kilos y los médicos se dieron cuenta de que no me estaba alimentando. En ese momento tenía la autoestima como un felpudo. Me empecé a acercar cada vez más a la Iglesia. A leer la Biblia y a quererme más y eso me ayudó muchísimo”, dijo en una entrevista con Radio Rivadavia.
Luego de aquella crisis Fátima decidió desoír las advertencias de sus padres y se lanzó a perseguir las ansias de fama artística que tenía desde niña, cuando con sus padres veraneaba en Mar del Plata e iban a la puerta de los teatros a espiar a las estrellas del momento. De niña, Fátima ya había tenido una pequeña participación en el programa de Xuxa, pero la primera oportunidad se la dio Pepe Cibrián, a cuya compañía de teatro accedió luego de un casting. Estuvo dos años y fue bailarina y asistente de coreografías en obras como El Jorobado de París, Drácula y El Rey David.
Lo siguiente en la biografía de Fátima es un paso por Perú que no le aportó demasiado desde los artístico, pero lo cruzó con Norberto Marcos, un productor que le llevaba 24 años. Fátima tenía apenas 19. “Él fue mi primer hombre y hoy sigo muy enamorada”, dijo hace un par de años.
El ensamble de la pareja fue absoluto. Norberto se convirtió en el representante de su mujer y hasta le cambió el nombre. Él fue el que le puso Fátima en honor a la Virgen de Fátima, de la que es devoto. Desde entonces, María Eugenia pasó a ser Fátima para todo el mundo, incluso en su familia. El matrimonio funcionó como un tándem aceitado. Norberto la acompañaba a todos lados y utilizaba sus contactos para abrirle puertas. Pero fue difícil. Rubia, alta y de físico con curvas generosas, le ofrecían papeles como vedette y bailarina, pero no como humorista.
Su oportunidad llegó de la mano de uno de los máximos exponentes de esa cultura machista: Jorge Corona, un humorista que incluso entonces jugaba con los límites de lo que se podía decir arriba de un escenario. Fátima era parte de su elenco, aunque en un rol menor, y le pedía que le diera una oportunidad. Las mujeres no son graciosas, le contestaba Corona.
Un inoportuno corte de luz durante un show en el conurbano le generó el hueco. “Salí y hacé lo que decís que sabés hacer”, le dijo Corona. Iluminada apenas por una linterna, Fátima sacó su repertorio de personajes y cautivó al público.
Fue su primer quiebre de fortuna, al que le siguieron otros. En 2009, luego de una visita a San Expedito, la llamaron de la compañía de Gerardo Sofovich para hacer imitaciones en el teatro y de Showmatch para llevarlas a la pantalla de Marcelo Tinellei. Había llegado a la masividad de la televisión y su popularidad explotó cuando comenzó a participar de PPT, el programa político de Jorge Lanata. Arrancó como una de las enfermeras que dializaban a Lanata, hasta que sus imitaciones de Cristina la volvieron famosa y le permitieron soñar con un show propio.
En 2013 debutó en un teatro chico de Salto, en el norte de provincia de Buenos Aires, y ya no paró. Fátima recibió el cariño de la gente e incluso de algunas de sus imitadas. María Eugenia Vidal y Patricia Bullrich se mostraron con ella y se rieron de cómo las personificaba. Cristina nunca dijo nada en público sobre su imitadora.
El éxito, sin embargo, no horadaba la relación de dependencia con su marido. Norberto seguía estando omnipresente como representante y ahora director de sus obras. Incluso controlaba los intercambios de uno de los teléfonos de su mujer. Y Fátima lo nombraba en cada entrevista. Hasta el programa de Mirtha.
Alejandro Veroutis, el encargado de encargado de prensa de Fátima, detectó la conexión e invitó a Milei a uno de los shows. El economista no pudo ir, pero comenzó a comunicarse con Fátima por Instagram. Mientras tanto, la relación de Fátima y Norberto entraba en un tembladeral. Un robo en su casa porteña de la avenida Coronel Díaz tensó las relaciones, que fueron malas durante el último verano que compartieron en Villa Carlos Paz, donde Fátima llevó una de sus obras. Ella salió a bailar con los integrantes de su elenco más de lo que a Norberto le gustaba y hubo gritos y reproches.
Volvieron separados a Buenos Aires y un viaje de reconciliación a Uruguay no alcanzó. Fátima estaba lista para una nueva historia.