Solo en la ciudad de Buenos Aires hay 327 estudiantes de nacionalidad rusa inscriptos en escuelas públicas, a esos hay que sumarles los que optaron por la educación privada; las historias de adaptación
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Manos en jarra y una amplia sonrisa. Sofía Valieva posa erguida para la foto con la que recordará el principio de muchas cosas: vivir en un nuevo país, aprender un idioma desconocido, hacer amigos y conocer su flamante escuela. A sus cinco años, luciendo un pulcro uniforme y lejos de Rusia, su país natal, se muestra preparada para iniciar su último año de preescolar en la Argentina.
“La llegada de familias rusas al colegio fue algo paulatino. Sin embargo, recibimos un montón de solicitudes juntas en diciembre pasado”, destacó en diálogo con LA NACION Paola Pallaro, rectora del Colegio Islands International School, la institución en la que Sofía completará el nivel inicial en el barrio porteño de Belgrano.
En la Argentina, según cifras que dio a conocer la directora nacional de Migraciones, Florencia Carignano, desde enero de 2022 hasta hoy se solicitaron unos 3000 pedidos de radicación de ciudadanos rusos.
Ante la nueva ola migratoria, la educación argentina se encontró con un desafío. ¿Qué herramientas, abordajes y estímulos utilizar en la interculturalidad, en un aula en la que conviven alumnos que hablan diferentes lenguas y que provienen de contextos tan variados?
“Incorporar un niño extranjero en el sistema escolar argentino, tanto público como privado, implica no solamente tener en cuenta cuestiones de índole burocrático, atinente a las pertinencias reguladas por el Ministerio de Educación, sino también un trabajo más sistemático, tanto en la comunidad educativa de referencia, como en relación con los pequeños grupos de inserción”, advirtió Jorge E. Catelli, psicoanalista miembro titular en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), profesor e investigador de la UBA.
La llegada de ciudadanos rusos al país impactó no solo en colegios privados, sino en las escuelas de gestión estatal. Solo en la ciudad de Buenos Aires hay 327 estudiantes de nacionalidad rusa inscriptos en escuelas públicas. Según la información oficial a los que accedió a LA NACION, hay un total de 71 de niños en nivel inicial; 194 en primaria y 62 en secundaria. A estos hay que sumarles los que optaron por la educación privada.
El Instituto de Enseñanza Superior Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández se vio interpelado por la presencia de alumnos que, tras haber conseguido su ingreso después de un examen en inglés, no presentaban la posibilidad de acceder al conocimiento desde las competencias comunicativas construidas desde el español. “Para responder a esa problemática, se generó un espacio especialmente destinado a los alumnos que llegaron desde Rusia. El objetivo es facilitar su adaptación e incorporación en las aulas”, indicaron autoridades de la cartera educativa, quienes precisaron que también se llevarán a cabo talleres de español a contraturno, a cargo de docentes que hablan el idioma ruso y enseñan español como segunda lengua.
En el Colegio Islands, la pluralidad cultural forma parte de la propuesta educativa desde su fundación, en el año 1982. En este sentido, Pallaro explicó que si bien la matriculación de alumnos rusos supuso un reto, es algo que vienen trabajando desde hace muchos años con estudiantes de todas partes del mundo.
“Las herramientas específicas que aplicamos para abordar el aprendizaje de los alumnos que no hablan el mismo idioma son la práctica deportiva, la adecuación de los objetivos curriculares, el seguimiento personalizado y la realización de eventos musicales que promuevan el intercambio”, señaló la rectora, quien precisó, además, que utilizan los recursos que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires pone a disposición, a través del protocolo Español como Lengua Segunda para la Inclusión (ELSI), para las escuelas porteñas que trabajan en sus aulas con hablantes de lenguas distintas.
En este sentido, Catelli evaluó que sin un equipo de ELSI se puede dificultar el proceso de adaptación. “Si un niño no tiene dominio alguno de la lengua del país en el que se está incluyendo, esto implicará un sufrimiento propio del desarraigo, sumado a la frustración del esfuerzo por la comprensión lingüística. La responsabilidad para evitarlo depende íntegramente de las autoridades institucionales y ministeriales”, sostuvo.
Para que un alumno extranjero pueda ingresar al sistema educativo nacional las escuelas solicitan, independientemente de los requisitos propios de cada institución privada, un certificado original del último año completo legalizado tanto por el ministerio de Educación y el ministerio de Relaciones Exteriores del país de procedencia, así como por el consulado argentino en el país de origen, o con la Apostilla de la Haya. Asimismo, la documentación debe traducirse al idioma castellano a través de un traductor público y legalizada ante el Colegio de Traductores de la jurisdicción pertinente. La principal diferencia entre el sistema educativo ruso y el argentino es la cantidad de años de escolarización: mientras que el primero es de 11, al nacional hay que sumarle un año.
“Nuestra normativa constitucional, así como la existente tanto a nivel nacional y provincial, permite la incorporación de los nuevos estudiantes extranjeros sin ningún tipo de inconveniente. Esto se da porque, con independencia de la nacionalidad e incluso de su situación legal de residencia, el sistema educativo argentino se basa en tres pilares: el derecho a la educación, la inclusión y en la construcción de ciudadanía”, enfatizó Martín Zurita, secretario ejecutivo de la Asociación de Colegios Privados de la Provincia de Buenos Aires (Aiepba).
Tarjetas con fotos y traducciones
Esteban Speyer es el director de Secundaria del Colegio San Carlos Diálogos ubicado en la localidad bonaerense de Olivos, Vicente López. Hace pocos meses, no obstante, su rol dentro de la institución cambió. Fue a partir de la solicitud de matriculaciones de alumnos rusos que pasó a ocuparse de las admisiones por su conocimiento de la lengua eslava.
“Comencé a estudiar el idioma y, a raíz de eso y de los contactos que hice, muchos ciudadanos rusos comenzaron a preguntarme por colegios en el país”, explicó Speyer a LA NACION, quien destacó que si bien actualmente hay nueve alumnos de esta nacionalidad en el colegio, la cantidad de consultas fueron mayores, principalmente a principios de este año.
“Algunas familias rusas emigraron de forma cómoda y otras no tanto. Muchas lo hicieron por la guerra, porque están conformadas por padres jóvenes que podrían ser llamados al frente de batalla. Por eso, hay quienes no pueden costear la cuota mensual y, en esos casos, les recomiendo otros establecimientos educativos”, comentó el director.
¿Cómo abordan la educación de estudiantes que hablan otro idioma? Speyer destacó a este medio que además de traducir algunos textos de secundaria al idioma ruso, armaron tarjetas para los diferentes niveles educativos con dibujos en los que se puede leer su significado tanto en la lengua eslava, como en inglés y en español.
Así es cómo Timo, un estudiante ruso de 2° grado de primaria, se comunica con sus compañeros que le enseñan los símbolos para vincularse. “Necesito ayuda” y “¿Querés jugar?”, son algunas de las frases que se leen en las tarjetas acompañadas de fotos que ayudan a entender el mensaje para los estudiantes que recién están en proceso de alfabetización.
“Los alumnos rusos tienen una disciplina muy fuerte, y eso es muy ventajoso”, enfatizó Speyer, quien agregó que a diferencia de lo que sucede en la ciudad de Buenos Aires, en donde hay un protocolo para el acompañamiento de las instituciones que trabajan en sus aulas con personas que hablan un idioma diferente al castellano, en la provincia de Buenos Aires eso no existe. “En todos los aspectos pedagógicos tenemos que valernos con lo nuestro dado que aún no hay políticas provinciales al respecto, o no nos llegó ningún documento”, indicó el director del Colegio Diálogos.
LA NACION trató de corroborar esta información con fuentes de la cartera educativa de la provincia de Buenos Aires, así como indagar la cantidad de alumnos rusos matriculados durante este año, pero no obtuvo respuesta.
Preparar el terreno y trabajar con la anticipación
“El principal desafío de incorporar niños extranjeros al sistema escolar es que lo nuevo genera extrañeza y resistencia. Los adultos de la escuela y las familias tienen que estar muy atentos para que no se genere rechazo o bullying, es decir, no mirar para otro lado”, explicó a LA NACION María Teresa Calabrese, coordinadora del departamento de Psicoanálisis y Neurociencia de APA.
Y precisó: “Cuando un chico extranjero se incorpora a un medio diferente hay que ir en busca de que esto pueda pasar. Si esto sucede con chicos que no son extranjeros, cuánto más puede suceder que haya comportamientos de burla en estos casos. Al niño que lo padece le puede traer un quiebre en su interioridad”.
En la misma línea, Catelli destacó: “Favorecer la receptividad, la hospitalidad y el encuentro enriquecedor con la diferencia en sus múltiples aspectos, como los rasgos físicos, lingüísticos, culturales e idiosincráticos es central para que quien migra pueda sentirse recibido gratamente”.
A fines del año pasado, en la sede de Pacheco, Tigre, del Colegio Hans Christian Andersen, se sumaron 15 familias rusas. Andrea Marengo, directora de la institución, detalló la forma en que se abordó su inclusión dentro de la comunidad escolar y cómo se ocupan de que los alumnos incorporen todos los saberes en inglés y castellano.
“Empezamos a trabajar con las familias desde diciembre y con los chicos hace tres días”, señaló Marengo a LA NACION luego del comienzo de clases en primaria, durante la semana pasada. También precisó que a partir de las entrevistas de rigor con las familias migrantes, se pautó un proceso de coaching con el objetivo de planificar su ingreso a las aulas. “Se hizo hincapié en el aprendizaje del idioma español”, indicó.
Carola D’Angelo, vicedirectora de nivel primario de inglés; Elsa Dieguez, directora de primaria; y Carolina Benavides, directora de inglés de secundaria forman parte del equipo de docentes y psicopedagogas del Colegio Andersen que trabaja de manera coordinada para seguir de cerca las trayectorias escolares de los nuevos ingresantes extranjeros.
“Es fundamental hacer un buen vínculo social y preparar el terreno. En diciembre hicimos un encuentro entre los chicos de primaria y quienes serían sus nuevos compañeros de clase para que comenzaran a conocerse y pudieran seguir vinculándose durante el verano”, comentó D’Angelo a LA NACION. “Los chicos de secundaria, en tanto, se conectaron a través de redes sociales y siguieron por ahí”, sumó Benavides.
Las docentes indicaron que se les propuso a las familias un sistema de tutorías por fuera del horario escolar. Durante el verano, una profesora de la institución trabajó con los alumnos rusos para anticipar algunos de los contenidos curriculares a ver durante el año. Además, esa misma tutora los acompañó durante el primer día de clases para apoyarlos y seguir su desempeño.
Marengo sumó que en el día a día “se trabaja mucho con la anticipación”. “Tanto para las familias como para los alumnos, saber qué va a pasar después reduce mucho la ansiedad. Por eso, se avisa a diario qué actividades van a tener los estudiantes el día siguiente y se trabaja con pictogramas e historias sociales para avisarles a los chicos cuál será la próxima actividad”, detalló. La comunicación con los padres se da a través de una herramienta digital diseñada para instituciones educativas y la lengua utilizada es el inglés.
Natalia Rosón, licenciada en Ciencias de la Educación, docente y coordinadora pedagógica en Fundación Varkey, destacó la importancia del clima escolar para generar un espacio propicio de aprendizaje, especialmente para los nuevos alumnos rusos que ingresaron en el sistema educativo argentino.
“Sólo cuando el estudiante se sienta seguro podrá desplegar todo su potencial. Existe evidencia suficiente para afirmar que en un ecosistema de seguridad psicológica las personas no tienen miedo de expresarse: se sienten aceptados y respetados. Eso genera un ambiente fértil para pensar, aprender, crear y crecer. Y si bien es lo esperable para cualquier contexto educativo, en la situación que están viviendo estos estudiantes, lo es mucho más aún”, enfatizó la especialista.
Le dicen Lio, pero su nombre en ruso es más complejo. Tanto sus compañeros como las docentes le pidieron permiso para llamarlo así, y él aceptó. “Los otros estudiantes celebraron que se llamara como Lionel Messi”, comentó D’Angelo. Una situación similar se dio con otro alumno extranjero que durante la primera semana de clases pudo elaborar la palabra ‘gracias’, en español. Sus compañeros, eufóricos, comenzaron a aplaudirlo y la maestra le explicó por medio de un traductor el por qué de sus festejos. Compartir cada logro con nuevos amigos, un incentivo mejor que sacarse un 10.
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