Una curiosa inscripción hallada en la ciudad romana demuestra que las personas del mundo antiguo tenían la aspiración de ser feliz, como la gente de hoy
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A pesar de una pandemia que cambió radicalmente las vidas de miles de millones de personas, el “Informe mundial de la felicidad” indica que eso, la felicidad, se mantiene estable en el mundo, un testimonio de la resiliencia de la raza humana. Como estudiosa del mundo clásico, no me parecen nada nuevas las discusiones sobre la felicidad que suelen darse en medio de crisis personales o sociales como la que vivimos.
Hic habitat felicitas o Aquí mora la felicidad, proclama una inscripción hallada en una panadería de Pompeya, unos 2000 años después de que su dueño viviera y probablemente muriera en la erupción del volcán Vesubio que destruyó la antigua ciudad romana en el año 79 d. C.
¿Qué significaba la felicidad para ese panadero pompeyano? ¿Y cómo puede ayudar la antigua idea romana de felicidad en nuestra búsqueda de lo mismo hoy?
Felicidad para mí, pero no para ti
Los romanos consideraban a Felicitas y a Fortuna, una palabra relacionada, diosas. Ambas tenían templos en Roma en las que quienes buscaban sus favores depositaban ofrendas y hacían promesas. Felicitas fue también retratada en monedas romanas desde el siglo I a. C. hasta el IV d. C., lo que indica su posible conexión con la prosperidad de las arcas del Estado.
Los emperadores romanos intentaron asimismo asociar su figura a la de estas diosas, como muestran algunas de las monedas que acuñaron. “Felicitas Augusti” se leía, por ejemplo, en una moneda de oro del emperador Valeriano, iconografía que parece mostrar que era el hombre más feliz del Imperio y favorecido por las diosas.
Al invocar a Felicitas en su propia morada y negocio, el panadero pompeyano quizá estaba intentando atraerla, con la esperanza de que la bendición de la felicidad recaería sobre su vida y venta. Pero esta idea del dinero y el poder como fuente de la felicidad encerraba una cruel ironía.
Felicitas y Félix fueron nombres habituales para esclavos de ambos sexos. Por ejemplo, Antonius Felix, gobernador de Judea en el siglo I d. C., era un antiguo esclavo. No hay duda de que su suerte cambió. Mientras que Felicitas era el nombre de la esclava que fue martirizada junto a Perpetua en el año 203 d. C., hoy ambas adoradas como santas por el cristianismo.
Los romanos veían a los esclavos como prueba del estatus superior de sus dueños y como la encarnación de su felicidad. Vista de esta manera, la felicidad parece un juego de suma cero, entrelazado con el poder y la dominación. La felicidad en el mundo romano tenía un precio y los esclavizados lo pagaban para entregar el don de la felicidad a sus dueños.
Basta decir que para los esclavizados, sea donde sea que habitara la felicidad, no era en el Imperio romano.
¿Dónde reside realmente la felicidad?
¿Es posible imaginar en la sociedad actual que la felicidad solo exista a costa de otro? ¿Dónde reside la felicidad, si los casos de depresión y otras enfermedades mentales aumentan y las jornadas de trabajo duran cada día más? Durante las últimas dos décadas, los trabajadores de Estados Unidos trabajaron más y más horas.
Una encuesta de Gallup reveló el año pasado que el 44% de los empleados a jornada completa trabajaban más de 45 horas a la semana, mientras que un 17% llegaba o superaba las 60. El resultado de esta cultura del exceso de trabajo es que la felicidad y el éxito realmente parece ser también una ecuación de suma cero.
Hay un costo, habitualmente humano, cuando el trabajo y la familia libran un tira y afloja por el tiempo y la atención en el que la felicidad es siempre la víctima. Esto ya era así mucho antes de la pandemia de Covid-19.
Quizá no sea casualidad que el más longevo de ellos, el de la Universidad de Harvard, surgiera durante la Gran Depresión de la década de 1930. En 1938, un grupo de investigadores midió la salud física y mental de 268 estudiantes y les siguieron el rastro a ellos y a sus descendientes durante 80 años.
¿Cuál fue su principal descubrimiento? “Las relaciones estrechas, más que el dinero o la fama, mantienen a la gente feliz a lo largo de sus vidas”. Esto incluye un matrimonio y una familia feliz, y una comunidad cercana de amigos. Significativamente, las relaciones destacadas en el estudio son las basadas en el amor, el cuidado, y la igualdad, más que en el abuso y la explotación.
Igual que la Gran Depresión motivó el estudio de Harvard, la actual pandemia empujó al científico social Arthur Brooks a lanzar en abril de 2020 una columna semanal sobre la felicidad titulada “Cómo construir una vida”. En el primero de sus artículos, Brooks bucea en los estudios que la fe y trabajar con un sentido, además de las relaciones estrechas, pueden mejorar nuestra felicidad.
Encontrar la felicidad en el caos
Los consejos de Brooks se relacionan con los descubrimientos del “Informe mundial de la felicidad” de 2021, que detectan “alrededor de un 10% de aumento en el número de personas que dijeron haber estado preocupadas o tristes el día anterior”. La fe, encontrarle un sentido al trabajo y las relaciones contribuyen a desarrollar sentimientos de seguridad y estabilidad, ambas han sufrido con la pandemia.
El panadero pompeyano que escogió colocar esa placa en su lugar de trabajo probablemente hubiera estado de acuerdo en que hay una relación significativa entre la felicidad, el trabajo y la fe. Y, aunque no vivió una pandemia, o al menos no han encontrado constancia de ello, no era ajeno al estrés social.
Es posible que su elección decorativa reflejara una corriente oculta de ansiedad, algo comprensible si se tiene en cuenta la convulsión política en Pompeya y en el Imperio en los últimos 20 años de vida de la ciudad. Sabemos que, cuando tuvo lugar la erupción del 79 d. C., algunos pompeyanos estaban todavía reconstruyendo sus casas o reparando los daños ocasionados por el terremoto del 62 d. C.
La vida del panadero estuvo seguramente llena de elementos que le recordaban la inestabilidad y la posibilidad de un desastre inminente. Quizá la placa que colocó fue una manera de combatir de esos miedos. Después de todo, ¿sentiría la gente realmente feliz la necesidad de colocar una placa proclamando la presencia de la felicidad en su hogar?
O quizá estoy analizando demasiado ese objeto, y era simplemente un adorno fabricado masivamente, una versión del siglo I del “Hogar, dulce hogar” de nuestra época, que el panadero o su mujer compraron como capricho. En cualquier caso, la placa contiene una verdad importante: la gente del mundo antiguo tuvo sueños y la aspiración de ser feliz, como la gente de hoy.
El Vesubio pudo poner punto final a los sueños de nuestro panadero, pero la pandemia no tiene por qué tener ese efecto en nosotros. Y aunque el estrés de este último año y medio hayan podido resultar abrumadores, no hubo un momento mejor para reevaluar nuestras prioridades y recordarnos que debemos poner a las personas y nuestras relaciones primero.
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