Estamos viviendo los albores de una nueva época en la historia de la Tierra: el Antropoceno.
Los humanos siempre han moldeado aspectos de su entorno, desde el fuego hasta la agricultura. Pero la influencia del Homo sapiens en la Tierra ha alcanzado un nivel tal que ahora define el tiempo geológico actual.
Desde la contaminación del aire en la atmósfera superior hasta fragmentos de plástico en el fondo del océano, es casi imposible encontrar un lugar en nuestro planeta que la humanidad no haya tocado de alguna manera.
Pero hay una nube oscura en el horizonte.
Más del 99% de las especies que han existido en la Tierra han desaparecido, la mayoría durante catástrofes y extinciones como la que acabó con los dinosaurios.
La humanidad nunca ha enfrentado un evento de esa magnitud, pero tarde o temprano lo hará.
El fin de la humanidad es inevitable
Para muchos expertos la cuestión no es si los humanos nos extinguiremos, sino cuándo lo haremos. Y hay algunos que piensan que será más pronto que tarde.
En 2010, el eminente virólogo australiano Frank Fenner dijo que desapareceremos probablemente en el próximo siglo, debido a la sobrepoblación, la destrucción del medio ambiente y al cambio climático.
Por supuesto, la Tierra puede sobrevivir y lo haría sin nosotros.
La vida continuaría y las marcas que dejamos en el planeta se desvanecerían antes de lo que creerías. Nuestras ciudades se derrumbarían, los campos crecerían y los puentes se caerían.
"La naturaleza finalmente lo descompondrá todo", dice Alan Weisman, autor del libro The World Without Us ("El mundo sin nosotros"), publicado en 2007 y en el que examina lo que sucedería si los humanos desaparecieran del planeta.
"Si no puede descomponer las cosas, finalmente las entierra".
En poco tiempo, todo lo que quedaría de la humanidad sería una fina capa de plástico, isótopos radiactivos y huesos de pollo (matamos 60.000 millones de pollos por año) en el registro fósil.
Como evidencia de esto, podemos mirar las áreas del planeta que nos hemos visto obligados a abandonar.
En la zona de exclusión de 19 millas (30 km aproximadamente) que rodea la planta de energía de Chernóbil en Ucrania, que fue severamente contaminada después del colapso del reactor de 1986, las plantas y los animales prosperan de una manera que nunca antes lo habían hecho.
Un estudio de 2015 financiado por el Natural Environment Research Council encontró "abundantes poblaciones de vida silvestre" en la zona, lo que sugiere que los humanos son una amenaza mucho mayor para la flora y fauna local que 30 años de exposición crónica a la radiación.
La velocidad a la que la naturaleza se adueña del paisaje depende mucho del clima de un área.
En los desiertos de Medio Oriente las ruinas de hace miles de años aún son visibles, pero no se puede decir lo mismo de las ciudades que solo tienen unos pocos cientos de años en los bosques tropicales.
En 1542, cuando los europeos vieron por primera vez las selvas tropicales de Brasil, reportaron ciudades, rutas y campos a lo largo de las orillas de los principales ríos.
Sin embargo, después de que la población fue diezmada por las enfermedades que los exploradores trajeron consigo, estas ciudades fueron rápidamente tomadas por la selva.
Es seguro que las ruinas de Las Vegas persistirían por mucho más tiempo que las de Bombay.
Recién ahora las técnicas de deforestación y teledetección nos ofrecen una idea de lo que había antes.
Las especies de plantas y animales que han formado vínculos estrechos con los humanos serían las más afectadas si desapareciéramos.
Los cultivos que alimentan al mundo, que dependen de las aplicaciones regulares de pesticidas y fertilizantes, serían reemplazados rápidamente por sus antepasados salvajes.
"Van a ser superados rápidamente", dice Weisman. "Las zanahorias se convertirán en silvestres y las mazorcas de maíz podrían volver al tamaño original, no más grandes que una espiga de trigo".
La repentina desaparición de pesticidas también significaría una explosión demográfica para los insectos.
Los insectos son móviles, se reproducen rápidamente y viven en casi cualquier entorno, lo que los convierte en una clase de especies altamente exitosa, incluso cuando los humanos están tratando activamente de suprimirlos.
"Pueden mutar y adaptarse más rápido que cualquier otra cosa en el planeta, excepto quizás los microbios", explica Weisman. "Cualquier cosa que se vea deliciosa será devorada".
La explosión del insecto a su vez aumentaría la población de especies que se alimentan de ellos, como pájaros, roedores, reptiles, murciélagos y arácnidos, y luego un auge en las especies que comen esos animales, y así sucesivamente en toda la cadena alimentaria.
Pero todo lo que sube debe bajar. Esas enormes poblaciones serían insostenibles a largo plazo, una vez que se hubieran consumido los alimentos que los humanos dejaron.
La extinción de los humanos tendría consecuencias en la red alimentaria durante al menos 100 años, antes de que se estableciera una nueva normalidad.
Algunas razas salvajes de vacas u ovejas podrían sobrevivir, pero la mayoría fueron criadas como máquinas de comer lentas y dóciles que terminarán muriendo en grandes cantidades.
"Creo que pronto se volverán las víctimas de carnívoros salvajes que van a comenzar a proliferar", opina Weisman.
Esos carnívoros incluirían a las mascotas humanas, más probablemente gatos que perros. "Creo que los lobos van a tener mucho éxito y van a competir con los perros", dice Weisman.
"Los gatos son una especie no nativa muy exitosa en todo el mundo. Donde quiera que vayan prosperan".
La pregunta de si la vida "inteligente" podría evolucionar nuevamente es más difícil de responder.
Una teoría sostiene que la inteligencia evolucionó porque ayudó a nuestros primeros antepasados a sobrevivir a los choques ambientales.
Otra es que la inteligencia ayuda a las personas a sobrevivir y reproducirse en grandes grupos sociales.
Una tercera es que la inteligencia es simplemente un indicador de genes sanos.
Los tres escenarios podrían ocurrir nuevamente en un mundo poshumano.
"Entre los primates, el siguiente cerebro más grande por peso corporal es el del babuino, y se podría decir que sería el candidato más probable", analiza Weisman.
"Viven en la selva, pero también aprendieron a vivir en los bordes de la misma. Pueden recolectar comida en las llanuras realmente bien y saben cómo unirse contra los depredadores", describe.
"Los babuinos podrían hacer lo que hicimos, pero por otro lado no veo ninguna motivación para ello. La vida es realmente buena para ellos tal como es", añade.
El futuro de la vida en un planeta contaminado
Los cambios que podrían expulsar a los babuinos (u otras especies) de su zona de confort podrían ponerse en marcha por la desaparición de los humanos.
Pero si todos desapareciéramos mañana, los gases de efecto invernadero que hemos bombeado a la atmósfera tardarían decenas de miles de años en volver a los niveles preindustriales.
Algunos científicos creen que ya hemos pasado puntos de inflexión cruciales, particularmente en las regiones polares, que acelerarán el cambio climático incluso si no volviéramos a emitir otra molécula de CO2.
Luego está el problema de las plantas nucleares del mundo.
La evidencia de Chernóbil sugiere que los ecosistemas pueden recuperarse de las emisiones de radiación. Pero hay alrededor de 450 reactores nucleares en todo el mundo que comenzarían a derretirse tan pronto como el combustible se agotara en los generadores de emergencia que les suministra refrigerante.
No hay forma de saber cómo una liberación tan enorme y abrupta de material radiactivo a la atmósfera podría afectar los ecosistemas del planeta.
Y eso es antes de que comencemos a considerar otras fuentes de contaminación.
Las décadas posteriores a la extinción humana estarían marcadas por devastadores derrames de petróleo, fugas químicas y explosiones de diferentes tamaños, todas bombas de tiempo que la humanidad ha dejado atrás.
Algunos de esos eventos podrían provocar incendios que pueden arder durante décadas.
Debajo de la ciudad de Centralia en Pensilvania, una capa de carbón se ha estado quemando desde al menos 1962, lo que ha obligado a la evacuación de la población local y la demolición de la ciudad.
Hoy, el área parece una pradera con calles pavimentadas que la atraviesan y columnas de humo y monóxido de carbono emergen desde abajo. La naturaleza ha tomado la superficie.
Las huellas finales de la humanidad
Pero algunas huellas de la humanidad quedarían, incluso decenas de millones de años después de nuestro fin.
Los microbios tendrían tiempo de evolucionar para consumir el plástico que dejamos.
Los caminos y las ruinas serían visibles durante muchos miles de años (el hormigón romano aún es identificable 2.000 años después) pero finalmente serían enterrados o destruidos por las fuerzas naturales.
Es tranquilizador que nuestro arte sería una de las últimas pruebas de que existimos.
La cerámica, las estatuas de bronce y los monumentos como el Monte Rushmore -en el que están tallados los rostros de cuatro presidentes de EE.UU.- estarían entre nuestros legados más perdurables.
Nuestras transmisiones también perdurarían: la Tierra ha estado transmitiendo su cultura a través de ondas electromagnéticas durante más de 100 años, y esas ondas siguen en el espacio.
Entonces, a 100 años luz de distancia, con una antena lo suficientemente grande, podrá captar una grabación de cantantes de ópera famosos en Nueva York, la primera transmisión pública de radio, en 1910.
Esas ondas persistirían en forma reconocible durante algunos millones de años, viajando cada vez más lejos de la Tierra, hasta que finalmente se debilitaran tanto que no se pudieran distinguir del ruido de fondo del espacio.
Pero incluso nuestros artefactos espaciales seguirían funcionando.
Las sondas Voyager, lanzadas en 1977, están saliendo del Sistema Solar a una velocidad de casi 60.000 km/hora.
Mientras no golpeen nada, lo cual es bastante improbable (el espacio está muy vacío), sobrevivirán al fatal encuentro de la Tierra con un Sol hinchado en 7.500 millones de años.
Serán el último legado restante de la humanidad, girando para siempre en la oscura negrura del Universo.
Por Duncan Geere
BBC Science Focus Magazine
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