El profesor Kent Berridge investigó sobre cómo se genera este estado de disfrute en el ser humano y halló una serie de curiosas revelaciones
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Como buen científico, Kent Berridge descubrió que algunas de sus ideas sobre el cerebro estaban equivocadas y eso lo hizo feliz. “Aprendí que muchas de esas decepciones pueden ser muy gratificantes cuando el cerebro susurra sus secretos y nos sorprende”, sostiene.
Profesor de psicología y neurociencia en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, lleva décadas de investigación sobre cómo se genera el placer en el cerebro, cuáles son las bases neuronales del deseo y el gusto, o qué causa las adicciones.
Esas investigaciones permitieron entender mucho mejor y tratar condiciones como el Parkinson, algunos tipos de esquizofrenia y la depresión. Uno de los focos de sus estudios más recientes sobre el placer es la sorpresiva diferencia que existe en el cerebro entre gustar y desear.
Berridge se interesó en este campo un día que estaba en la escuela secundaria y leyó un libro que tuvo un profundo impacto en su vida: El Imperativo Territorial, de Rebert Ardrey. De ahí surgió su curiosidad por entender la relación entre la psicología, el cerebro y la evolución humana, que finalmente lo llevó a especializarse en los misteriosos recovecos de nuestra especie. En esta entrevista, nos cuenta qué nos enseña el cerebro sobre el placer.
— ¿Cómo se genera el placer en nuestro cerebro y qué tan determinante es en la manera en que lo experimentamos?
El placer de una experiencia siempre se origina en el cerebro. Hay ciertas llaves que abren la cerradura del placer, como el sabor de lo dulce, que es algo placentero para muchas personas desde el momento que nacen.
Pero también es posible crear un aprendizaje relacionado con una aversión a esa experiencia, si nos hace sentir náuseas y nos parece que lo dulce es repulsivo. De la misma manera, el sabor amargo suele ser naturalmente poco placentero, pero es posible aprender a disfrutarlo. La gente aprende a abrir estos bloqueos de placer en el cerebro.
— ¿Cuánto es biológico y cuánto es aprendido socialmente?
En el caso de los placeres sensoriales claramente se originan en el cerebro. Sabemos que hay ciertos puntos en el cerebro que son generadores de placer.
Se trata de una media docena de pequeñas áreas en el cerebro que cuando se interconectan, actúan como un solo grupo para activar placeres intensos.
Y estos puntos del cerebro que generan placer utilizan ciertos neuroquímicos naturales como opioides o versiones naturales de la heroína o la marihuana para estimular el cerebro y generar esos placeres intensos. Los llamamos los puntos calientes hedónicos.
Para otros tipos de placeres, como el placer de ver a alguien que queremos o experimentar placer con el arte o al escuchar música es distinto.
Si me lo hubieras preguntado hace 20 años, te habría dicho que esos placeres culturales aprendidos funcionan con un sistema cerebral completamente distinto comparado con los placeres sensoriales. La evidencia nos mostró que son las mismas zonas del cerebro las que generan placeres sensoriales o placeres aprendidos culturalmente.
— ¿Cómo estudia este tipo de conexiones cerebrales en su laboratorio?
Hacemos experimentos con neuroimágenes para medir la activación de determinadas zonas en el cerebro humano. Eso nos permitió entender que se activan las mismas zonas, aunque sean distintos tipos de placeres. Y para estudiar los generadores del placer en sí mismos, manipulamos los sistemas cerebrales de animales de manera ética y sin dolor.
Suprimimos la dopamina en ratones con medicamentos capaces de bloquear los receptores de dopamina en el cerebro y descubrimos que no disminuyó el placer que experimentaban con el sabor dulce. Es decir, el gusto por el dulce, aún bloqueando toda la dopamina, seguía existiendo.
Desde hace unos 20 años hacemos experimentos con humanos, manipulando los niveles de dopamina en el cerebro, observando el placer y el deseo, y la diferencia entre desear y gustar.
— ¿Cuál es la diferencia entre gustar y desear?
Esa es la pregunta crucial. Yo pensaba que no había diferencia. Que el circuito cerebral de recompensa era el mismo. Pero lo cierto es que se pueden separar. Aunque queremos las cosas que nos gustan y nos gustan las cosas que queremos, no siempre es así.
Está el caso, por ejemplo, de una persona que quiere intensamente algo, pero no le gusta. Con mis colegas hemos propuesto una teoría para las adicciones: en algunos individuos sus sistemas cerebrales de dopamina son vulnerables a la neurosensibilización.
Eso significa que se vuelven hiperreactivos a ciertas drogas. Esa hiperreactividad a los sistemas de dopamina los hace querer intensamente ciertos estímulos, independiente de si les gustan o no les gustan.
Se hicieron experimentos con consumo de cocaína o con pacientes con Parkinson y descubrimos que la dopamina está relacionada con querer algo, con el deseo, más que con el gusto.
— ¿Cuál es la relación entre la inhabilidad de experimentar placer, conocida como anhedonia, y las enfermedades mentales?
La anhedonia puede ser un síntoma de algunas formas de esquizofrenia o depresión mayor. Tal como ocurre con los pacientes con Parkinson, se observa una falta de querer experimentar placer, pero no desaparece el placer en sí mismo.
En muchos casos de esquizofrenia no se trata de la pérdida del placer, es la pérdida de la motivación por querer esas cosas. Pero el placer, el gusto, parece intacto. En el caso de la depresión, se pueden perder las dos cosas: el deseo y el gusto.
— ¿Hay individuos más proclives a buscar placer que otros?
Sí, hay escalas de impulsividad y reacciones de recompensa. Algunos tienen esa especie de sello es sus personalidades y eso es una factor de vulnerabilidad para desarrollar cosas como las adicciones.
Ellos tienen un sistema cerebral que reacciona más a las señales que activan sistemas de recompensa. Eso puede ser algo bueno para encontrar motivaciones y placer en la vida, pero también puede llevarnos a una excesiva búsqueda de recompensas, de placer.
— ¿Qué aplicaciones tiene su investigación?
Hubo aplicaciones en el campo de las adicciones al entender que estas tienen más que ver con el deseo que con el gusto. Es decir, las hiperreacciones a las sustancias adictivas pueden ser independientes del gusto por ellas. En ese sentido, la adicción no es solo la búsqueda de placer.
También se pueden aplicar los resultados de nuestras investigaciones para tratar algunas condiciones mentales para ayudar a las personas a lidiar mejor con eso.
— Usted escribió que al comprender los mecanismos cerebrales del placer, se puede entender mejor la naturaleza humana…
Habitualmente pensamos que los placeres y los deseos van siempre juntos. Cuando vemos a un adicto podemos pensar que es adicto porque busca placer.
Pero si comprendemos la esencia de las adicciones, podemos entender que puede existir un intenso nivel de deseo, un intenso nivel de tentación, que el resto de nosotros no experimentamos en nuestras vidas.
-En 10 o 20 años, ¿qué le gustaría haber logrado con sus investigaciones?
Mi experiencia es una serie de sorpresas. A veces estas sorpresas son decepcionantes porque a menudo nuestras teorías están equivocadas. Pero aprendí que muchas de esas decepciones pueden ser muy gratificantes cuando el cerebro susurra sus secretos y nos sorprende.
*Por Cecilia Barría
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