“Que no quede en el olvido”: las tragedias que se esconden detrás de las bicicletas fantasmas que cuelgan en la ciudad
Estas intervenciones que promueve el grupo Masa Crítica recuerdan a las víctimas de incidentes de tránsito y buscan generar conciencia sobre la inseguridad vial
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Cada vez que cuelgan una nueva bicicleta blanca en la ciudad, se esperanzan con que sea la última. La dejan justamente para concientizar a conductores y peatones que, en ese lugar, la imprudencia se cobró la vida de otro ciclista. Y se la pinta de blanco. En total, desde que nació la iniciativa de la agrupación internacional Masa Crítica, ya son 14 las bicicletas fantasmas, tal como se las llama, que hay en la ciudad. La más reciente se colocó hace dos meses, en las avenidas Balbín y Monroe, donde, a principios de septiembre, murió un joven repartidor de delivery, bajo las ruedas de un camión que dobló sin respetar la prioridad de paso.
Como esta son muchas las historias de dolor y lucha que les toca a las familias de las víctimas. La iniciativa nació en 2014 y está a tono con lo que ocurre en otras ciudades como Ámsterdam, Nueva York, Madrid, México, y Santiago de Chile, entre otras. “La idea es homenajear a la víctima, pero, por sobre todo, convertirlo en un recordatorio visual de la inseguridad vial y de la necesidad de respetar la convivencia del transporte automotor con los ciclistas, que cada vez son más en la ciudad. Y que hay que aprender a respetar”, señala el abogado David Berstein, representante legal de Masa Crítica.
Las estadísticas que se manejan a nivel porteño indican que cada año, entre cuatro y cinco ciclistas mueren como consecuencia de un accidente en el que muchas veces están involucrados choferes de colectivos y de camiones, pero también de autos particulares. Este número se mantuvo estable en los últimos años, según informan desde el gobierno de la ciudad, pese al enorme aumento de la cantidad de personas que usan la bicicleta como medio de transporte. En 2009, solo 0,4% de los viajes de la Capital se hacían en bicicleta. A partir de la pandemia, ese porcentaje ascendió al 10,2%. Es decir, que uno de cada diez traslados se hace en este medio de transporte. Hoy, se realizan 405.000 viajes diarios, un 30% más que en 2019. Desde el gobierno porteño explican que las bicicletas blancas son una iniciativa de las familias, de la que no participa la Ciudad. En cambio, sí de la colocación de las estrellas amarillas que recuerdan a las víctimas de accidentes viales.
Masa Crítica es un movimiento internacional que surgió en Holanda, en 1960, y que nuclea a ciclistas de todo el mundo. Las primeras bicicletas blancas se colgaron en Ámsterdam. “A pesar de lo duro que es ver la bici con una foto o una placa del chico fallecido, con la fecha, es muy útil para concientizar a la sociedad. Los ciclistas son los nuevos actores del tránsito mundial. Y llegaron para quedarse”, explica Berstein.
Las que siguen son las historias que hay detrás de algunas de las 14 bicicletas blancas que hoy se ven en la ciudad. Y del dolor de las familias por llevar adelante una lucha que busca tanto hacer justicia por sus hijos como lograr cambios en el comportamiento de todos los actores que componen el tránsito. Entre esas modificaciones figura el reclamo de capacitación para choferes de colectivos sobre conducción segura en la convivencia con los ciclistas. Y también que se sancione una ley que obligue a todo vehículo a motor a circular a una distancia mínima de un metro y medio del ciclista, considerándose una infracción cualquier acercamiento mayor, sobre todo en una maniobra de sobrepaso. La ley de un metro y medio rige en varios países con legislaciones que priorizan a los ciclistas.
Perú al 900: Sofía, la fotógrafa que nunca llegó
La bicicleta que recuerda a Sofía Osswald cuelga de un poste en Perú al 900. Allí, hace casi cinco años, un 3 de enero a las 16.30 ocurrió ese accidente que pudo haberse evitado y que costó la vida de esta joven fotógrafa y estudiante de arte de 26 años, a la que le faltaba apenas una cuadra y media para llegar a la casa de su amiga Valentina. Pero nunca llegó, porque el chofer de la línea 126, que tenía la misma edad que ella, después de hostigarla, frenándole cerca durante tres cuadras, intentó pasarla justo cuando había unos caballetes de una obra en plena calle. En la maniobra, el colectivo rozó el canasto de la bicicleta, la desestabilizó y Sofía cayó al asfalto y terminó bajo las ruedas del colectivo. Falleció pocas horas después.
Nelvi Volders, su madre, desde ese día lucha para que haya justicia. Hace un año consiguió que en el juicio oral el chofer fuera condenado a tres años y dos meses de prisión y nueve años de inhabilitación para conducir, todo un logro ya que las condenas por accidentes viales suelen ser de menos de tres años, por lo que no son de cumplimiento efectivo. Sin embargo, como Casación no confirmó el fallo, el chofer sigue libre. Volders afirma que ni siquiera todavía se le retiró la licencia de conducir.
“Colgar la bicicleta de Sofía fue muy doloroso. Ese mismo mes fueron tres los ciclistas que murieron. Y cada vez que paso por ese lugar es un recuerdo que sigue ahí. Pero, por otro lado, pienso, mi hija salió de trabajar, con sueños y proyectos que no pudo cumplir. Esta lucha que llevamos adelante tiene que servir para algo, para que algo cambie”, dice Volders, que ya es como la decana de las madres de ciclistas víctimas de tránsito.
Hace un tiempo, abrió una convocatoria en Change.org para pedir una capacitación obligatoria para choferes, en las que den charlas las familias de las víctimas. Ya tiene más de 100.000 firmas. “Tiene que cambiar la ley. Nadie debería poder circular a menos de un metro y medio de un ciclista”, dice.
Estrada y Centenera: navidad sin Mariano
En la próxima Navidad van a hacer dos años. Para Claudia Conteri, la madre de Mariano Luna, parece otra vida. Su hijo era estudiante del profesorado de Física y de Matemática, tenía 26 años y un emprendimiento: hacía hamburguesas y había empezado a hacer pan dulce. Por eso, esas fiestas decidió quedarse en casa solo. No ir con su madre, que había viajado a Uruguay a ver a la familia ni con su padre a Sierra de la Ventana. Se reunió con amigos, y cerca de las cinco de la mañana emprendió el regreso en su bicicleta. Iba por la bicisenda de Estrada. Ya era de día. Todavía funcionaba el semáforo titilante en la esquina de Del Barco Centenera. Por eso, cruzó, pero el chofer de la línea 134, que venía por esa calle no se detuvo, sino que aceleró y lo arrolló.
“La bici que está en el poste es la de Mariano. En general se pone una vieja, simbólica, porque a veces se las roban. Nosotros quisimos poner la suya, porque él la quería mucho”, cuenta Claudia. Tantos sueños truncados quedaron bajo ese colectivo que a Claudia le cuesta hablar. Tardó cinco días en enterarse. Desde Uruguay le escribió y al no recibir respuesta, se empezó a preocupar. Llamó a los amigos, a la policía, a los hospitales y ahí lo supo. Desde entonces lucha para que haya justicia. “Al principio, en la comisaría me dijeron que había sido culpa suya. Como que habría tomado varias cervezas y no sabía lo que hacía. Pero después, me llamó la atención que la jueza cerró muy rápido la causa. Cuando pedí el expediente, vi que no coincidían los hechos. El fiscal notó lo mismo y apelamos. Al pedir las cámaras y testimonios descubrimos que Mariano venía bien, en la bicisenda, tenía paso y que el colectivo aceleró y lo embistió sin siquiera frenar un poco”, cuenta.
Su caso llegó a juicio oral y el chofer recibió una pena de tres años, más la inhabilitación. “Le dieron una condena, que se cataloga como homicidio culposo. Está libre. Él dijo que no había salido de su casa con la intención de matar a nadie. Pero no es el punto. Vos tenés un grado de responsabilidad, si no cumplís las normas, podés matar a alguien”, se lamenta Claudia. El día que colgaron la bicicleta de Mariano, ella sintió el peso de ese dolor que no iba a pasar rápido, pero también la fuerza y el apoyo de otros miles de ciclistas que los acompañaron y que pedían un cambio. Y, por eso, es una de las madres que reclaman nuevas reglas de convivencia en el tránsito. “Sería muy importante que se vote la ley del metro y medio para proteger a los ciclistas”, pide.
Cachi y Traful: Franco, el repartidor
El miércoles 6 de diciembre 2017, Franco Sánchez, de 19 años, iba pedaleando por Cachi, en el barrio de Pompeya, cuando llegó al cruce con Traful. Desde hacía un mes trabajaba como repartidor de un supermercado chino. No quería seguir estudiando. Vanina Lettereli, su madre, le insistía para que hiciera algo. Entonces, decidió buscar trabajo. Se iba contento, en su bicicleta. Pero ese día, en la esquina de Traful, se encontró con un colectivo de la línea 70, que cruzó en rojo, según denunció la familia, y lo embistió. Le produjo un daño muy severo. Aunque lo trasladaron al Hospital Penna, falleció pocas horas después por el impacto. “Una chica que iba en el colectivo contó que el chofer iba muy rápido. Que no respetó nada. Fue desgarrador”, cuenta la madre, que es enfermera y tiene otras tres hijas. “Yo estaba en el psicólogo, me vino a buscar mi pareja, y nos fuimos al Penna. Primero, nos dijeron que no iba a caminar, pero después nos dijeron que se le había roto un vaso y murió”, recuerda.
Fue Johana, la hermana mayor, de 28 años, la que se contactó con los activistas de Masa Crítica para poner la bicicleta en esa esquina de Pompeya. “Fue muy fuerte todo. En esos días, hubo varios casos de chicos en bici que murieron. Una de ellas, Sofía. De hecho, el mismo domingo colgamos la bici de Sofía y la de Franco. Fue desgarrador. Pero a la vez, es una manera de lograr que lo que pasó no quede en el olvido. La justicia es lenta. Nosotros tenemos fecha para la audiencia del juicio oral recién dentro de un año. Pero al menos, si alguien que pasa por ahí levanta la mirada y se pregunta qué pasó, si le sirve para reflexionar y tener cuidado, respetar al ciclista, entonces colgar la bici, sirvió para algo”, afirma la madre.
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