Se trata de una intensa asociación entre la información sensorial que reciben y la especulación de lo que podría suceder a partir de esa información
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¿Cuándo fue la última vez que te subiste a un ascensor? Yo hace más de un año. No quiero subirme en uno. Temo quedarme atascada, no poder salir nunca, no ser rescatada.
A Scott le pasa algo similar con los puentes.
“Desde hace 10 años tengo pánico a los puentes. Me abrumo y entro en pánico. Cuando veo uno, no puedo aguantarlo. Mi mujer lo entiende, pero hay lugares donde directamente no puedo ir. No puedo manejar encima de uno”.
Esto, sin duda limita la vida de Scott.
Aunque sé que los puentes han servido para que la gente pase de un lugar a otro de modo seguro durante siglos, quién soy yo para criticar las fobias de otros. Me atemorizan mucho los espacios pequeños, incluyendo ascensores.
¿Esto es miedo o es fobia?
No tengo tan clara la distinción, así que le pregunto al profesor Paul Salkovskis, experto en fobias y director del Centro Oxford de Salud Psicológica, en Reino Unido.
“Una de las características más importantes de las fobias no es solo que generan susto, sino que la gente trata de evitar aquello que las causa, evitan ir a sitios donde pueden aparecer”, cuenta, y precisa: “La evitación es el gran problema, más que el miedo, porque interfiere en la vida de las personas”.
Salkovskis explica que la fobia se distinguiría del miedo cuando ya se aplica una evitación activa de aquello que nos causa temor.
Hay cosas más fáciles de evitar que otras si les tienes miedo, como por ejemplo las arañas o las serpientes.
Pero, ¿cómo hacer si se tiene miedo a subir a un ascensor? La cosa se complica.
De dónde vienen las fobias
No sabemos exactamente de dónde vienen las fobias, pero sí su posible fecha de origen.
“Casi todas las fobias del estilo miedo a las arañas o a las serpientes empiezan alrededor de los 4 años. Las fobias sociales, como la agorafobia (no poder salir de la casa), entre los 12 y los 18″, apunta Salkovskis.
Las primeras tienen un sentido evolutivo y pueden ser una cuestión de supervivencia.
Cuando eres adulto sabes que una picadura de araña en tu mano puede que duela, pero salvo casos extraños, no te matará. Sin embargo, con 4 años hay probabilidad de que el niño piense que la araña puede matarlo y opte por la protección que puede brindar el miedo.
También pueden adquirirse por observación. Si un niño ve a su padre o su madre reaccionar con miedo ante una araña, es probable que desarrolle esta fobia porque creerá que es una amenaza real.
Hay un tercer modo de adquirir miedos y fobias y es a través de la cultura.
Así lo cuenta el doctor Andras Zsido, profesor asistente en la Universidad de Pécs, en Hungría, y estudioso de las fobias en todo el mundo.
Zsido ha visto cómo, por ejemplo, en una isla de Portugal tienen miedo a un tipo específico de lagartos debido a las historias populares que se cuentan a los niños desde muy pequeños.
“Tienen unas características visuales, de forma, cómo se mueven, que es normal que asusten. Pero la cultura lo refuerza”, apunta.
¿Por qué aparece el miedo?
Pregunto a Scott cuáles son los sentimientos que aparecen cuando se enfrenta a su mayor miedo: conducir sobre un puente.
“Tengo miedo de caerme, de irme hacia uno de los lados, de perder el control, de que haya un accidente. Sé que las posibilidades de que eso ocurra son pequeñas, pero igual me aterra”.
¿Qué es lo que ocurre para que esos pensamientos se creen en el cerebro de Scott y de cualquiera que tenga una fobia? ¿Cómo surge ese miedo?
“Hay varias cosas que pueden hacer que aparezca el miedo. Una es sensorial. Ves, escuchas, estás sintiendo y experimentando cosas que vienen del resto de sentidos y esto puede estimular el circuito del miedo”, explica la profesora Ekaterina Likhtik, profesora asociada en Ciencias Biológicas en el Hunter College, en la Universidad Municipal de Nueva York (CUNY).
“Pero también puede ser algo interno, algo que piensas y activa este circuito”, añade.
Cuando es sensorial, algo que percibes, la información entrará a través del tronco encefálico hacia la corteza o córtex sensitivo, una capa que cubre el cerebro y cuyas partes están especializadas para obtener distinta información sensorial.
De allí va hasta lo que se conoce como el centro del miedo en el cerebro: la amígdala.
Aunque también nos explica Likhtik, puede llegar a la amígdala directamente a través del tálamo, una parte de la región subcortical, debajo de córtex, que recibe esta información incluso antes.
El tálamo se conoce como el centro de transmisión del cerebro y recibe esta información, la analiza y la manda a la amígdala.
La amígdala es una parte del cerebro que tiene la forma de una almendra de unos 2 o 3 centímetros.
Cuando recibe la información, la procesa y la manda a las regiones inferiores del tronco encefálico. De allí, la información viaja a la médula espinal y hacia los músculos.
Y esto, a su vez, generará las posibles respuestas que hay ante el miedo: congelarse, luchar o huir.
Después, esto va a todos lados. Se envía información a los receptores involucrados en la respiración o en el ritmo del corazón y estos se activan.
En resumen, cuando ves o hueles algo, tu amígdala responde rápidamente y manda una respuesta automática a tus músculos para que reaccionen congelándose, huyendo o luchando.
Una reacción excesiva
Que esto ocurra si ves un oso cruzando por la mitad de la calle, es útil y tiene sentido.
Sin embargo, no parece lógico que el miedo se active al ver un puente o, como en mi caso, un ascensor.
Pero el miedo, en cualquier caso, existe.
Así, la respuesta ante algo que es realmente amenazante y a algo que es irracional es la misma.
“Como lo que nos sucede es un miedo real, se activa la amígdala y las respuestas del miedo en función de los datos disponibles”, explica Ekaterina Likhtik.
Likhtik añade que los que tienen una fobia hacen una intensa asociación entre la información sensorial que reciben y la especulación de lo que podría suceder a partir de esa información: “Hay una sobrestimación de la probabilidad de que algo malo suceda y esto impulsa la actividad de la amígdala”.
Se produce algo que complica y agranda todo: la ansiedad.
“Esto que pasa con la ansiedad parece confirmar que algo terrible está sucediendo, que estás perdiendo el control”, concluye la académica.
Sea por motivos evolutivos, por observación o cultura, si a la fobia se le suma una respuesta con ansiedad, esto se puede convertir en debilitante.
Cómo frenar esto
Me pregunto si hay algo que puede frenar este impulso, controlarlo.
La profesora Likhtik me explica que hay buenas evidencias de que la respiración profunda puede servir.
También la terapia cognitivo-conductual, que se basa en mirar alrededor y ver otras señales disponibles y modificar conductas.
También me habla de la terapia de extinción, donde quien sufre la fobia se expone a cosas similares a lo que genera el miedo y descubre poco a poco cómo lidiar con eso.
Yo trato de frenarlo en terapia con Paul Salkovskis.
Él me pide que recuerde la primera memoria que tengo de estar atrapada en un ascensor. Solo hablar de ello me pone ansiosa.
Salkovskis me propone modificar poco a poco esa memoria. Pensar en la gente que hay en el ascensor, la luz que hay.
Al final, se trata de controlar la ansiedad. O intentarlo.
Normalmente, nada más entrar, me entraría ansiedad, mi ritmo cardíaco aumenta, sudo, mi respiración se agita… Huyo y lo evito.
Y es justo lo contrario de lo que hay que hacer, me explica Salkovskis.
“Tienes el shock inicial que aparece ante la fobia, aparece la ansiedad y, si lo trabajas, puedes ver que este shock, la respiración agitada, el ritmo cardíaco acelerado no se debe a que algo va a pasar, sino a la ansiedad. Y luego ves que esto pasa y que el ritmo cardíaco y todo vuelve a bajar”, me explica Salkovskis.
“La próxima vez que estes en una situación así, pasará de nuevo, aparecerá la ansiedad. Así que la gente suele asociar una situación de fobia con ansiedad y con la peor reacción posible y salir de ella, huir, evitarla, es un el alivio mayor. Pero es justo lo que no debes hacer si quieres dejar de tenerle miedo”, señala.
Cuando por fin subí en ascensor
Salkovskis me invita a quedar con él en un ascensor. Mi miedo mayor.
Lo que hacemos es verlo por fuera, por dentro, analizamos cómo es, presionamos botones, cómo entra la gente. Hasta que llega el reto verdadero: subirme.
Es incómodo, me da miedo. Empieza a darme ansiedad, pero puedo lidiar con ello.
La clave es aprender a manejar la ansiedad y tomar de nuevo el control.
“Lo primero sería saber qué pasa, entender que no pasará nada de lo que temes. Después de eso, viene enfrentar aquello a lo que se tiene miedo”, me dice.
Un día, por fin, me sentí preparada para poder entrar en el ascensor tranquilamente.
“Lo estoy haciendo”, dije. “No siento que tenga que salir corriendo”.
Qué alivio.
Si tienes un miedo que se ha convertido en fobia, la buena noticia es que hay tratamientos disponibles para esto, puedes aplicar el respirar profundamente y, si tienes acceso a ella, la terapia puede ayudar.
Yo ahora puedo usar los ascensores y, de hecho, el final de esta crónica está hecho desde uno.
No me lo creo. ¡Qué maravilla!
Por Caroline Steel. Este artículo originalmente pertenece al programa CrowdScience de la BBC. Puedes escucharlo aquí.
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