Es importante que no se prolongue en el tiempo esta situación donde no hay “propósito de vida”, la persona se siente vacía y con falta de pasión
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Vamos a hacer un pequeño juego de preguntas. Las posibles respuestas son “bien”, “mal” o “meh”. Empezamos. ¿Cómo te va en el trabajo? ¿Cómo fue tu semana? ¿Qué tal va la cosa con tu pareja? En general, ¿cómo te sentís?
Si la mayoría de las respuestas fueron “meh”... Puede que tengas languidez.
No te asustes, no es preocupante. Pero sí algo de lo que hacerse cargo, sobre todo si se prolonga en el tiempo.
Pero, ¿qué es la languidez?
Sin rumbo y sin motor
Es un estado emocional donde “no hay propósito de vida, hay estancamiento, se siente vacío y falta de pasión”, explica Verónica Morera, venezolana especializada en salud mental integrativa y directora del portal Purple Rain Nutrition.
Es ese estado “meh”, lo principal es que sentimos apatía o vacío y, apunta Morera, “somos funcionales, aunque vamos en automático”: nos levantamos, desayunamos, nos bañamos, vamos al trabajo y cumplimos nuestra jornada “porque hay que hacerlo”.
Pero vamos sin rumbo, es decir, sin propósito de vida, y sin el motor que nos dan el deseo y la pasión.
No es algo patológico, ya que forma parte de los estados emocionales normales de la gente y todos nos pudimos sentir así, incluso dentro de un mismo día, con “picos de inspiración y de meh”, sostiene Morena. Solo que en languidez, dice, “no hay picos, solo estás aplanado”.
Y el problema es cuando ese aplanamiento, esa languidez, se cronifica.
Además de esa apatía constante por todo, hay otras cosas que pueden ayudarnos a detectar la languidez.
Por ejemplo: fuiste de casa al trabajo, pero no recordás ni cómo llegaste. O te pegaste un atracón de redes sociales y ni sabás lo que viste. No retenés nada.
Morera señala el estar mucho tiempo metido en la cabeza como una de las alertas.
“Es un modo de regular el sistema nervioso, hay vacío y un exceso de distracción para evadir”. Señala que los atracones, en general —de redes sociales, de comida, de alcohol, de deporte, de salidas—, son una herramienta de evasión.
También puede sentirse como una desconexión del mundo real, “hay disociación, sensación de no pertenencia”. ¿Cómo se come esto? Por ejemplo, vamos por la calle y no nos damos cuenta de nada o vamos a pedir un café y ni vemos a la gente que tenemos alrededor.
Puede haber una desconexión con nuestro propio cuerpo, como no notar las ganas de ir al baño, el hambre, la sed o la saciedad.
Un precursor de la depresión
Javiera Torres, psicóloga clínica chilena y docente en la Universidad Finisterrae, dice que como indicador de languidez podemos ponerle ojo a las actividades que siempre nos gustaron pero en la que vamos perdiendo interés.
Así, si solés pintar seis días a la semana y vas bajando la intensidad y luego no querés hacerlo, te da fastidio, “ahí prendé esa alarma y date cuenta”.
Aunque la languidez “no sea depresión, no quiere decir que no sea importante”, señala Torres.
Puede ser un modo de protegernos en momentos donde “hay que sobrevivir e ir adelante en medio de incertidumbre”, como le pudo ocurrir a mucha gente durante la pandemia, precisamente el momento en el que este término se hizo popular.
“El problema del modo sobrevivencia es que solo puede ser usado en periodos cortos”, dice Morera.
Si se alarga puede transformarse en depresión: “Dejé tanto de sentir pasión en mi vida, que, eventualmente, me conformé con este estado de aplanamiento”, sostiene Morera.
Y de ese estado, dice la psicóloga venezolana, pasás de los tonos grises a una oscuridad de la que ya es más difícil salir y que, de hacer todo en modo automático se pasará a no querer levantarse de la cama, a ver todo negro y a no poder hacer nuestro día a día.
Pero hay modos para no llegar a ese extremo.
Verlo y tomar acción
“La languidez es un aviso, una llamada al cambio, algo que mi cuerpo está haciendo y no quiere hacer más”, apunta Ana Sanchez-Anegón, terapeuta y fundadora del Animal Emocional. Dice que implica hacer una revisión de nuestras relaciones, del trabajo en el que estamos, de nuestras motivaciones: “Es un quiebre para tomar las riendas de nuestra vida”.
Después de “mirarlo de frente y dejar de evitarlo” hay que tomar acción e ir hacia lo que Verónica Morera acuñó como “estado flow”, algo que podemos traducir como “fluir”, pero que también nos recuerda al mundo de la música: quien tiene “flow”, siente la música, se mueve y transmite al mundo esas emociones y sensaciones.
¿Y cómo llegamos a ese estado flow?”Con maestría, mindfullnes y propósito”, dice Morera.
O, en román paladino: “Sentirte competente, que contribuís con algo y no hacés siempre lo mismo, conectándote con el presente y poniendo atención plena en lo que hacés y, además, que todo tenga un sentido”.
De hoy a mañana no vamos a montar un hospital y buscar la cura contra el cáncer mientras hacemos meditación, pero podemos hacer pequeñas cosas que empiecen a “batuquearnos” y que nos hagan recuperar la conexión, la pasión y encontrar un sentido.
“Puede ser algo tan sencillo como jugar un videojuego con tu pareja o con un amigo y guardar la jugada. Es algo que es un ritual, da sensación de pertenencia, de sentirte competente, tenés concentración plena y es algo que importa, porque estamos conectándonos y vamos a guardar la partida. Pueden ser cosas así de pequeñas”, aconseja Morera.
Otras cosas que pueden ayudar dentro de nuestra rutina es incluir cosas, por pequeñas que sean, que impliquen novedad, y ayuden a conectar con vos mismo y con el entorno.
Morera aconseja, por ejemplo, dejar el teléfono en casa y “perderse”, ir por rutas distintas para ir al trabajo (así evitamos esta parte de ir en automático) o acudir a lugares nuevos que impliquen exponernos poco a poco a esa novedad.
También pueden ser cosas que le den una suerte de shock al sistema nervioso, como una ducha fría y repentina, aunque sea poco a poco, mover el cuerpo, tocar los pies con la tierra.
Una red de apoyo
Javiera Torres pone el foco además en pedir ayuda, sobre todo “si esta emoción ya interrumpe tu día a día, si perdés mucho el interés”.
Dice que es consciente de que no siempre se puede tener ayuda psicológica, “porque la salud mental es un privilegio, así que lo primero será alertar a nuestra red de apoyo: familia, amigos, hermanos, personas que pueden aportar y ayudarnos a salir de esa sensación de vacío”.
Y remarca la importancia de ponerse metas mínimas: “Me voy a despertar, voy a salir a la ducha, voy a ponerme esos aros que me gustan. Son cosas acumulativas, así uno va avanzando”.
Para Ana Sánchez-Anegón es importante hacer un proceso terapéutico porque sacarnos de la languidez, en muchos casos, significa “romper” con ciertas cosas de tu vida. “Puede ser un proceso de ruptura con muchas de tus creencias”, afirma.
Aún así, dice, si no se puede o no se quiere buscar ayuda profesional, recomienda que quien sufre languidez “tenga un espacio para escucharse, replegarse sobre sí mismo o pueda leer sobre desarrollo personal”.
“Qué necesitás vos”
Si leíste hasta acá puede que sea porque conocés a alguien que está en medio de esta apatía y no sabés cómo hacer.
Hay una pregunta clave, mágica, dice Javiera Torres: “¿Qué necesitás vos?”
“Muchas veces llegamos con nuestro bagaje, aconsejando qué hacer. Y eso no siempre le hace sentido al otro. Así que hay que llegar con la mente muy abierta y con disposición ante el otro”, apunta.
Ayudar a otro es ponernos en la disposición de lo que otro necesita.
¿Qué pasa si quien está lánguido no sabe qué necesita? Lo acompañamos en esa búsqueda.
“No se tata de llegar y decirle vamos a hacer esto, o lo otro. Porque la persona lánguida no va a estar receptiva. Es decirle eso, qué necesitás vos, estoy para lo que necesites, avisame. Te cuido a tu tiempo”.
Y, cuando la persona se abre, “buscar hacer que contacte con lo que le gusta”.
Otro consejo que da Javiera Torres al entorno de la persona que esté con languidez es no dejar que escale, no esperar al momento crítico.
“Cuando algo está mal, es mejor prevenir un poquito antes”.
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