Esta teoría es una de las facetas más intrigantes de la mente humana y es una tendencia que aflige a todos, a menudo sin darse cuenta
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El 1954 el mundo enfrentaba una crisis existencial. Al menos eso afirmaba Dorothy Martin, la carismática líder del culto The Seekers de Chicago, Estados Unidos. Había recibido mensajes telepáticos de “los Guardianes”, unos alienígenas del planeta “Clarion”, y profetizado un apocalipsis que destruiría el planeta en una fecha concreta: el 25 de diciembre de ese año.
El grupo, sin embargo, sería salvado del desastre por los extraterrestres, que se los llevarían en una nave espacial justo antes del ataque.
Algunos de sus más fieles seguidores vendieron sus casas o dejaron a sus familias, debido a su completa fe en la líder y su profecía. Lo que no sabían ni ella ni ellos es que entre sus filas había espías. Los infiltrados eran el renombrado psicólogo social Leon Festinger y sus colaboradores Henry Riecken y Stanley Schachter.
Festinger fue el originador de la teoría de la disonancia cognitiva, una de las facetas más intrigantes de la mente humana. Aunque su nombre puede sonar un poco abstracto, es una tendencia que nos aflige a todos, a menudo sin que nos demos cuenta.
Estamos hablando de la tensión mental que sentimos al tener simultáneamente ideas que se contradicen, o al comportarnos de manera no afín a nuestras creencias, o cuando la evidencia desafía una creencia significativa. Esa falta de armonía puede ser profundamente incómoda.
“Es un estado de impulso negativo, como el hambre o la sed extrema, excepto que tiene lugar en tu cabeza”, le dice a la BBC el profesor Elliot Aronson, psicólogo social estadounidense, quien es el referente en este campo. “Lo que Festinger predijo fue que una vez que la profecía fallara y el mundo no llegara a su fin, eso sería extremadamente disonante para los fieles, por lo que encontrarían una razón que los haría sentir bien consigo mismos”, explica Aronson.
Este es un punto sutil pero absolutamente crucial. Uno pensaría que el 25 de diciembre, ante la evidencia, el grupo aceptaría la realidad. Pero eso es subestimar el poder de la disonancia cognitiva.
Piensa en lo mortificante que sería volver a donde sus familias con la cola entre las patas y admitir su error y haber sido víctimas de un engaño. Es más fácil encontrar la forma de racionalizar lo sucedido.
“De repente, Martin escuchó un mensaje desde el espacio exterior y le dijeron que gracias a las oraciones del culto, el grupo de alienígenas que iba a destruir el planeta decidió no hacerlo”, cuenta Aronson.
En los días posteriores al apocalipsis que nunca fue, los miembros del grupo salieron a una campaña de reclutamiento. El fracaso de la predicción en vez de destruir su fe en su líder, lo había fortalecido. La actitud fue “‘¡Mira qué gran grupo somos. Salvamos al mundo de ser destruido!’”, agrega Aronson.
Festinger, Riecken y Schachter recogieron sus observaciones y análisis en el libro “Cuando las profecías fallan”, que se convirtió en un clásico de la psicología social. Y si estás pensando que eso le ocurre a otros, que tú no crees en esas cosas, recuerda que te advertimos que todos somos vulnerables.
Ejemplos más mundanos
Uno de los ejemplos más citados es el de los fumadores. “Si fumas dos o tres paquetes de cigarrillos al día, y escuchas que fumar causa cáncer de pulmón, esas dos cogniciones son realmente disonantes, asumiendo que no quieras morir de una muerte temprana horrible”, ilustra Aronson.
“La forma más segura de reducir la disonancia es dejar de fumar. Pero a muchas personas les resulta difícil, así que intentan justificar el hacer algo realmente tonto diciendo cosas como ‘¿Y? Mañana me podría atropellar un auto’”.
“Cuanto más desafiante sea la evidencia, más tortuosa será la justificación”. ¿Aún no te das por aludido? Quizás eres un ejemplo de lo que algunos psicólogos han llamado “la paradoja de la carne”.
Amas a los animales, no les deseas más que bien y hasta te enternecen... pero te los comes, a pesar de que sabes no sólo que un ser vivo murió para que lo disfrutaras, sino que quizás vivió por esa razón y su vida no fue muy amable.
Tal vez sueles comprar ropa supremamente barata sin fijarte en las credenciales de los fabricantes, aunque estés consciente de que para vender a ese precio posiblemente ahorraron a costa de los empleados o el medio ambiente.
O te comes esas papas fritas o no haces ejercicio hoy aunque te has propuesto llevar una vida más sana, y te dices que no es tan grave, que mañana sí...
La lista es larga.
Y a veces las disonancias son más complejas, como la que experimentó durante años el historiador, autor y fundador de History News Network Rick Shenkman.
Cerrando los ojos
A principios de la década de 1970, Shenkman estudiaba en el notablemente liberal Vassar College de Nueva York, donde sobresalía como mosca en leche por su apoyo inquebrantable al republicano Richard Nixon.
Pero entre 1972 y 1974, el escándalo político de Watergate reveló hechos impactantes sobre abuso de poder y múltiples encubrimientos.
A medida que las pruebas salían a la luz pública, todo el país le fue dando la espalda a Nixon, excepto Shenkman.
Las revelaciones “no significaban absolutamente nada para mí”, recuerda, en conversación con la BBC.
“Me uní al comité para salvar la presidencia porque sentí que era realmente injusto lo que le estaba sucediendo a Nixon”.
“Todos los días veía los titulares en los medios de comunicación. Pero eran los medios liberales, a los que yo demonizaba, y pensé que había que defender al presidente”.
A más evidencia de las ofensas, más se fortalecía el apoyo de Shenkman.
“Me atrincheraba más y más con cada argumento”.
Eso es precisamente lo que predice la teoría de la disonancia cognitiva.
La participación de Nixon en el escándalo Watergate se hizo innegable.
El 8 de agosto de 1974, en todas las cadenas nacionales de radio y televisión del país, el presidente caído en desgracia finalmente tiró la toalla.
“Tuve que reevaluar todo. Fue una tarea de gran envergadura”.
Pasaron muchos años antes de que Shenkman comprendiera la razón de su terquedad.
Entretanto, los expertos siguieron estudiando el fenómeno de la disonancia cognitiva, y algunos aprendieron a aprovecharla para el bien común.
Para el bien
En 2020 Logan Pearce, estudiante de posgrado de psicología social en Princeton, realizó una investigación para mostrar que se podía usar la disonancia para motivar a la gente a seguir las directrices sobre el covid-19.
En colaboración con su profesor Joel Cooper, se centraron en individuos cuyas acciones no se alineaban consistentemente con sus creencias declaradas.
“Hicimos que escribieran una declaración sobre por qué era importante seguir las pautas de covid, y les dijimos que era para ponerla en el sitio web de la Organización Mundial de la Salud. Esa parte no era cierta, pero queríamos que pensaran que estaban haciendo una declaración pública”, cuenta Pearce.
“Luego les pedimos que recordaran un momento en el que no siguieron las reglas y escribieran por qué”.
Solo a un grupo de participantes de cada tres se le pidió que escribiera las declaraciones. Una semana después, los participantes que lo hicieron tenían muchas más probabilidades de haber buscado citas de vacunación que los que no estuvieron expuestos a la disonancia.
El factor fundamental para el cambio de comportamiento fue una declaración pública.
Este método, conocido como el paradigma de la hipocresía, fue probado por primera vez por el profesor Aronson en 1991, una década después de la devastadora epidemia mundial de VIH/SIDA.
“Lo que intentamos hacer fue convencer a la gente de que usara preservativos.
“Me pareció una estrategia útil lograr que convencieran a otros de usar condones. Cuando luego se enfrentaban al hecho de que se estaban comportando de manera hipócrita, eso hacía que comenzaran a usarlos”.
Promover la consonancia cognitiva de formas específicas puede conducir a cambios duraderos y transformadores.
De esa manera la disonancia puede servir como catalizador para algo positivo, en lugar de simplemente fomentar la inercia, como la que experimentó el historiador Shenkman, quien finalmente logró comprender las razones de su actitud.
Para el mejor
“Tuve dos grandes eventos en mi juventud: uno fue apoyar a Richard Nixon y finalmente darme cuenta de que ya no lo apoyaba y dos, descubrir que era gay”, le explica Shenkman a la BBC.
“¿Cómo confluyeron esas dos cosas? Lo que pasaba era que sabía que era una buena persona pero tenía esta cosa que la sociedad decía que era mala. Así que la forma en la que lidié con esa disonancia fue decidiendo ser el mejor niño del mundo”.
Esa frase, ‘el mejor niño del mundo’ es un paradigma conocido por generaciones de homosexuales en EE.UU. Se refiere al joven que desvía la atención de su sexualidad invirtiendo demasiada energía en otra parte.
“No iba a seguir un camino alternativo y desviado. Mi familia era demócrata en una ciudad donde no había muchos demócratas. Para mí, ser el mejor niño del mundo en ese mundo era ser conservador”.
El sinuoso camino de Shenkman hacia la aceptación social lo llevó a ocultar su verdadero yo detrás de una identidad protectora. Es solo en retrospectiva que pudo darse cuenta del alcance de su propia negación.
“He escrito 7 libros y todos ellos, en una medida u otra, han tratado el tema”.
“Como seres humanos, una vez que tomamos una decisión sobre algo, nos apegamos a ella. No se trata de si Richard Nixon era un delincuente, o si Donald Trump es un delincuente. La cuestión es si yo, como votante, soy un delincuente”.
Cuando te aferras a una creencia y la atacan, se siente personal: no es la figura pública o la posición sobre un asunto lo que falló, sino tú. “La política tiene que ver con nosotros, con nuestras historias, y con los mecanismos psicológicos que la gente utiliza para decidir si va a apoyar o no a un candidato u otro”.
La teoría de la disonancia cognitiva puede ser un lente poderoso para entender el mundo actual. La ves en la política, en las redes sociales, incluso en la ciencia, pues hasta los científicos a veces, en vez de apreciar evidencia que muestra que su hipótesis es errada, la disputan.
No muchos vivimos en cultos que predicen el fin del mundo, pero sí en grupos definidos en las redes sociales donde nuestra identidad está cada vez más ligada a un partido político o tribu ideológica.
El problema no es la disonancia en sí misma. La pregunta es ¿qué hacemos con ella? Si por la disonancia cognitiva nos aferrarnos a nuestras creencias, ningún argumento nos llevará a moderar nuestros puntos de vista, sino a atrincherarnos más en ellos.
Y si todas las tribus ideológicas están haciendo lo mismo al mismo tiempo, eso conduce a una polarización cada vez mayor. Pero tal vez al reconocer que este proceso mental nos sucede a todos, puede llevarnos a considerar nuestras posiciones de manera más razonable y el autoexamen podría llevar al diálogo.
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