Nuestro mundo está hecho de capas y hasta donde sabemos, la vida solo existe en la primera; más abajo moran océanos brillantes, caleidoscopios y otros fenómenos que parecen salidos de una historia de ciencia ficción
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Hace casi 160 años, el mundo se enteró de que el destacado profesor de geología alemán Otto Lidenbrock había encontrado un manuscrito cifrado de un explorador del siglo XVI.
Con su sobrino Axel, logró decodificar el antiguo documento y descubrir que hablaba de una entrada secreta a unas cavernas que conducían al núcleo de la Tierra.
En nombre de la ciencia, tío y sobrino viajaron a Islandia donde, en compañía de Hans Bjelke, un guía nativo, emprendieron el viaje a las profundidades del planeta.
La expedición descendió por un volcán extinto hacia un mar sin sol, donde los tres aventureros se encontraron con un mundo subterráneo de rocas luminosas, bosques antediluvianos y una vida marina fantástica.
Ese pasado viviente guardaba los secretos de los orígenes de la existencia humana.
Los aficionados a la ciencia ficción sabrán que esa historia brotó de la imaginación del autor francés Julio Verne, quien en su “Viaje al centro de la Tierra” exploró las teorías de la época sobre qué había bajo nuestros pies.
Pero ¿con qué nos encontraríamos si recorriéramos esos 6371 kilómetros hacia abajo según lo que saben los científicos hoy?
Para averiguarlo, iniciemos nuestro propio viaje al centro de la Tierra.
Madrigueras
Nuestro mundo está hecho de capas, un poco como una cebolla, y hasta donde sabemos, la vida solo existe en la primera capa: la corteza.
En ella encontrarás madrigueras de animales como topos y tejones.
Las más profundas son hechas por cocodrilos del Nilo y pueden llegar a profundidades de 12 metros.
La corteza también alberga antiguas ciudades subterráneas como Elengubu en Turquía, conocida hoy como Derinkuyu, que está a más de 85 metros bajo la superficie de la Tierra.
Con 18 niveles de túneles, el elaborado laberinto era capaz de alojar a 20.000 personas.
Se cree que la ciudad fue construida alrededor de 370 años antes de la era común, y estuvo en uso casi constante durante miles de años.
Las minas más profundas del mundo pueden bajar a unos cuatro kilómetros.
Los mineros de oro sudafricanos han encontrado gusanos a dos kilómetros de profundidad, pero toda la vida se detiene antes de tres kilómetros.
Luego está el agujero más profundo jamás perforado: el pozo superprofundo de Kola, en Rusia.
Algunos lo llaman la puerta de entrada al infierno, y los lugareños afirman escuchar los gritos de las almas torturadas.
Caleidoscopios
Entre los 30 y 50 kilómetros de profundidad, llegamos a la siguiente capa: el manto.
Es la región más grande de nuestro planeta, que comprende aproximadamente el 82% de su volumen y el 65% de su masa.
Está hecho de roca caliente, que nos parece sólida, pero en realidad fluye muy lentamente, solo unos pocos centímetros al año.
Estos delicados cambios abajo pueden dar lugar a terremotos arriba.
También hay un mar brillante, tan enorme que contiene tanta agua como todos los océanos de la Tierra juntos.
Sin embargo, no contiene ni una gota de líquido.
Está hecho de agua atrapada dentro del mineral olivino, que constituye más del 50% del manto superior.
En niveles más profundos, se transforma en cristales de ringwoodita azul índigo.
A medida que descendemos, el aumento de la presión significa que los átomos se deforman, e incluso los materiales más familiares se comportan de manera extraña.
Es un lugar que se arremolina y está salpicado de un caleidoscopio de cristales, que cambian de verde a azul a marrón; un mundo en el que la roca se vuelve tan maleable como el plástico y los minerales son tan raros que no existen en la superficie del planeta.
De hecho, los más abundantes, bridgmanita y davemaoita, necesitan las presiones ultraaltas exclusivas del interior del planeta para desarrollarse y se desmoronan si son traídas a nuestro reino.
Y a 2.900 kilómetros de profundidad, llegamos al fondo del manto.
¿Ves esas dos masas rosadas amorfas?
Son unas estructuras inmensas: tienen miles de kilómetros de ancho y ocupan el 6% del volumen de todo el planeta
Se las conoce como “grandes provincias de baja velocidad de corte” (LLSVPS, por sus siglas en inglés), y tienen nombres propios:
“Tuzo”, que se encuentra debajo de África, y “Jason”, que está debajo del océano Pacífico.
Las estimaciones de sus alturas varían, pero se cree que Tuzo tiene hasta 800 km de altura, lo que equivale a alrededor de 90 Everests apilados uno encima del otro.
Jason podría extenderse 1.800 km hacia arriba, unos 203 Everests.
Pero aparte de saber cuán titánicas son sus formas, casi todo lo demás sobre ellas sigue siendo incierto, incluido cómo se formaron, de qué están hechas y cómo podrían estar afectando a nuestro planeta.
Lo que sí parece es que sus deformes cuerpos están aferrados a la siguiente capa: el núcleo externo.
Corazón de cristal
En la novela clásica de Julio Verne, el profesor Lidenbrock se encuentra con todo un mundo subterráneo, repleto de criaturas prehistóricas y un océano subterráneo.
Si bien los dinosaurios pueden haber sido un poco exagerados, sí hay un mar de metal líquido, que fluye al rojo vivo, con corrientes a cámara lenta, tormentas y ciclones de metal líquido.
Ese movimiento crea un campo magnético sin el que la vida no sería posible en la Tierra.
La magnetosfera protege de gran parte de la radiación solar y del flujo de partículas que, de lo contrario, destruirían la atmósfera.
Y de ahí llegamos a la capa final, conocida como el núcleo interno, uno de los más grandes misterios del planeta.
Es una bola superdensa de hierro y níquel sólidos tan caliente como la superficie del Sol y un poco más pequeña que la Luna.
La presión es tan intensa que los metales se cristalizan, formando una esfera sólida en el centro de nuestro planeta.
En realidad, es un lugar al que probablemente nunca llegaremos.
Las condiciones son tan duras (6.000 °C y una presión de 3,5 millones de atmósferas) que ninguna sonda la soportaría.
Ese mundo de cristal suspendido en un mar metálico es, y quizás siempre será, un enigma.
Pero los científicos lo estudian desde la superficie y, aunque a veces parece que cuanto más se descubre, es todo tan extraño que menos se entiende, ni la ciencia ni la imaginación tienen límites.
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