Qué dijo el mejor maestro del mundo sobre los paros docentes y los salarios
Jaled Coronel da saltitos y mueve los brazos debajo del arco. Está preparado para atajar. Tiene nueve años y vive en Fuerte Apache, y ayer por la tarde estaba jugando con sus amigos en la canchita de fútbol del barrio cuando llegó el keniata Peter Tabichi, el mejor maestro del mundo que ganó el Global Teacher Prize 2019. Ninguno de ellos sabía quién era. Uno arriesgó que tenía pinta de jugador de fútbol. Pero a ninguno le importó demasiado de dónde venía el hombre que ahora estaba haciendo jueguitos en el medio de la cancha. Fue Jaled el primero que salió corriendo al arco cuando el keniata agarró la pelota y se paró en el punto de penal. "¡Le adiviné el palo, le adiviné el palo!", se levantó del piso gritando el chico. Tabichi pidió revancha. Y esta vez, festejó el gol.
En medio de una agenda apretada en su visita a la Argentina, ayer Peter Tabichi, que también es hermano franciscano y dona el 80% de su sueldo a su comunidad, visitó Fuerte Apache. Lo esperaban para charlar con él un grupo de docentes, alumnos y vecinos de la comunidad. La actividad fue organizada por la Fundación Varkey -responsable de premiar con un millón de dólares a los maestros de todo el mundo desde hace cinco años- y la Fundación Franciscana que trabaja desde hace doce años en Fuerte Apache, o el barrio Ejército de los Andes de Ciudadela, como prefieren llamarlo sus habitantes.
Recorrió la zona y se sintió a gusto. "Como en casa", dijo, aunque la urbanidad de Fuerte Apache poco tiene que ver con las características del remoto pueblo de Kenia donde él da clases. Su escuela, Keriko Secondary School, está en Pwani, en una zona donde aún hay rivalidad entre las distintas etnias. Es una región semiárida y que sufre de frecuentes sequías. Pero cuando Beatriz Alba le cuenta los problemas a los que se enfrenta como directora de Casa del Niño, la sede local de la Fundación Franciscana. Tabichi responde que todo es muy parecido a la realidad social en la que viven sus alumnos.
Problemas compartidos
"En un departamento pueden vivir varias familias juntas, y hay chicos que no tienen su lugar para dormir", dice Alba, y Tabichi abre los ojos grandes, porque dice en su pueblo pasa lo mismo. Alba habla de adicciones, de discriminación, de embarazos adolescentes y falta de acceso a los servicios de salud. El mejor maestro del mundo escucha con atención, y confiesa que hay mucho en común entre los desafíos que enfrentan los maestros de Fuerte Apache, en el conurbano bonaerense, y los de Pwani, al norte de Kenia. Acepta cada mate que le ofrecen durante la caminata, y sonríe cuando le preguntan si le gusta.
¿Qué opina de los paros docentes por la pelea salarial que se repite cada año en nuestro país antes del inicio lectivo? ¿Cómo hizo este maestro keniata para bajar la deserción escolar en sus aulas? Tabichi responde, aunque en ciertos temas prefiere evitar la polémica. Como maestro a tiempo completo, Tabichi gana casi 400 dólares desde el año pasado. Antes apenas llegaba a los 300 dólares mensuales, pero la antigüedad le dio ese plus.
"Los salarios bajos de los docentes son un problema en muchos países del mundo. La profesión está desvalorizada. Es cierto que el incentivo económico es necesario. Un médico que va a la universidad y se capacita constantemente, como yo lo hago como maestro, gana el triple. Es difícil decir cuánto debería ganar un docente. Pero así sean 100 dólares o 4000, nunca hay que perder la pasión y el compromiso. Hay maestros que hacen un trabajo enorme. Que son superhéroes en sus comunidades", responde, y agrega con algo de ironía: "El Estado debería pagar millones por cada uno de ellos".
Clubes de ciencia, de arte y de paz
El recorrido a pie terminó en la Capilla Santa Clara de Asís, donde Tabichi contó un poco más sobre su historia y respondió las preguntas de sus colegas. "Nací hace 37 años en una familia muy humilde. Mi mamá murió cuando yo tenía 11 años, y mi papá era maestro en una escuela primaria. No recibí la mejor educación, pero lo que hacía mi padre me inspiraba, y quise seguir sus pasos –repasa el fraile-. Fui a la universidad y me gradué como docente, y para mí fue lo mejor que me pasó en la vida".
Comenzó dando clases en una escuela privada. "Había Internet, los chicos comían bien, no les faltaba nada", recuerda. Pero un día lo invitaron a dar un taller en una escuela pública y descubrió la escasez a la que se enfrentaban todos los días esos alumnos. "Los desafíos son muy parecidos a los que ustedes tienen aquí –les dijo a los maestros-. Pero uno de los proyectos que mejor han funcionado en mi escuela para mejorar el rendimiento de los estudiantes, para motivarlos, para que puedan canalizar de la mejor manera posible toda esa energía tan característica de los adolescentes, fueron los clubes. De ciencia, deportivos, de arte y de paz. Es el maestro el que tiene la obligación de descubrir cuál es el talento de sus alumnos. Y para eso hay que ser creativos, innovadores", asegura.
Como profesor de física y matemática, el Club de Ciencias que creó en Keriko Secondary School es uno de sus tesoros. "Muchos de mis alumnos tienen bajo rendimiento, pero en el club podían pasar horas trabajando en distintos proyectos. De a poco salimos a competir, primero con otras escuelas y después a nivel nacional. Este año, dos de mis alumnas fueron invitadas a una feria de ciencia en Arizona, en Estados Unidos. No solo participaron sino que ganaron una de las competencias. Y después yo gané el Global Teacher Prize. La gente comenzó a preguntarse qué estaba pasando en nuestra escuela, como si fuera un milagro –dice-. Y no sucedió ningún milagro. Hay que confiar en los jóvenes, y los que pueden ayudarlos a desatar ese potencial son los maestros".