Pura sangre: burreros, una raza que atraviesa todas las clases sociales
Los aficionados a las carreras de caballos defienden su pasión; algunos la viven con orgullo y otros la esconden por ciertos prejuicios; todos sueñan con acertar un ganador
"Berretines que tengo con los pingos,
metejones de todos los domingos...
Por tu culpa me encuentro bien fané,
¡Qué le voy a hacer, así debe ser!
Ilusiones del viejo y de la vieja
van quedando deshechas en la arena
por las patas de un tungo roncador...
¡Qué le voy a hacer si soy jugador"
La segunda estrofa del tango "Palermo", estrenado por Olinda Bozán en el Teatro de la Comedia, a fines de 1929, ya pintaba algunas de las características del burrero, ese habitante de las tribunas de los hipódromos que hace de las fijas una religión.
El burrero debe ser de los pocos apostadores que aún perdiendo no se lamentan. Confía en que en la carrera siguiente puede estar el desquite o la salvación.
Amantes del deporte de los reyes, no hay estadísticas de cuántos burreros existen en la Argentina. Pero son mucho más de lo que se cree. ¿Quién no tiene un amigo, conocido o pariente que haya compartido una fija con la cual pasar al frente? Ellos, todos, sueñan con acertar el batacazo, dar el golpe, voltear la estantería. Está en su ADN hallar el caballo ganador que pague un sport de fiesta.
Según los archivos, más de 102.000 aficionados colmaron el hipódromo el día que el crack Yatasto perdió contra Branding y Sideral. Era noviembre de 1952. Un Carlos Pellegrini, para más datos. Épocas de los descamisados. Ya había muerto Evita. San Isidro los cobijó. Eran 100.000, cuando menos. Lloraron la derrota del campeón. Se entiende. El burrero no sólo abreva en las apuestas; además, siente amor por los pingos.
Industria sin chimeneas de la que en nuestro país dependen más de 800.000 personas en forma directa o indirecta, según el último censo realizado por las fuerzas vivas del turf, en Palermo, San Isidro y La Plata se realizan anualmente cerca de 5500 carreras con un promedio de apuestas de 5.000.000 de pesos diarios. Claro, de la cuenta queda afuera la plata jugada en negro. No hay cifras, pero muchos sostienen que por cada peso apostado a las carreras en forma legal hay otro peso jugado a los banqueros.
El burrero no sólo abreva en las apuestas; además, siente amor por los pingos.
No son estos tiempos en los que los burreros broten de entre las piedras como en los años de oro de la hípica argentina, cuando el turf era una pasión popular. Pero tampoco son una raza en extinción. Una reunión de carreras discretas, cualquier sábado o domingo, puede atraer entre 3000 y 4000 fieles a las tribunas. Pero son muchos más los que van a las agencias, distribuidas en todo el país.
Existen más de 300 locales, entre los de lotería y los de hípica, tomando apuestas para las competencias de Palermo, San Isidro y La Plata. En aquéllas se apuesta al paso, como al Prode y al Quini 6; las segundas funcionan como verdaderos anexos de los hipódromos. Es en estos locales donde se genera más del 60% de las jugadas diarias.
Hay burreros que viven su pasión con orgullo. Otros prefieren esconderla por cierta condena social que aún recae sobre el turfista.
"Vengo a las carreras desde hace cuarenta años, cuando el hipódromo de Palermo todavía tenía un muro de tres metros de alto sobre la Avenida del Libertador, que impedía ver qué ocurría adentro. Mucha gente pensaba que a los que nos gustan los chuchos éramos unos vagos que no trabajábamos y nos pelábamos la guita del sueldo en el hipódromo. Por eso yo iba con los prismáticos escondidos en una bolsita, para que no me miraran raro. Me tomaba el 160 en Boedo e Independencia hasta Plaza Italia y de allí caminando hasta el hipódromo. Sólo al entrar en la vieja tribuna Popular sacaba los largavistas." Lo cuenta Ovidio Santos, mientras estudia la Palermo Rosa.
La revista tiene noventa años de historia ayudando a los burreros en la elección del caballo favorito. Es su libro de cabecera.
"Yo iba con los prismáticos escondidos en una bolsita, para que no me miraran raro".
Antecedentes, jockeys, tiempos, cuidadores, pedigrís, aprontes son algunos de los parámetros que el sabio carrerista estudiará antes de encaminarse a las ventanillas de juego. "El problema de los burreros es que nos separa un hilo muy fino del timbero. El común de nuestra sociedad ve mal ir a las carreras, principalmente en el interior, y el ejemplo más claro es mirar la conducta que adoptamos al llevar la revista siempre enrolladita para que no se vea", relata Facundo Márquez. Y sigue: "Vengo de tres generaciones de burreros y por estos días tengo a mi viejo internado en un hospital oncológico dando batalla con su enfermedad. Obvio que la compu está instalada al lado de su cama y juntos seguimos en vivo las reuniones de Palermo o San Isidro por Internet. Los primeros días lo hacíamos casi a las escondidas y ahora hasta las enfermeras se quedan a mirarlas."
"Los domingos me levanto
de apoliyar mal dormido
y a veces hasta me olvido
de morfar por las carreras.
Me cacho los embrocantes,
mi correspondiente habano,
y me pillo un automóvil,
para llegar bien temprano."
Carlos Gardel lo entonaba en "Soy una fiera". Los embrocantes eran los binoculares y el Zorzal, un apasionado por los tungos y gran amigo del Pulpo Leguisamo. Su caballo más famoso: Lunático.
Marcelo Riglos vive en Villa Devoto y suele ir los sábados a San Isidro. "Ponga en la nota que no nos jugamos la plata de la leche de los nenes. Apostamos según nuestro bolsillo. Yo vengo con 300 pesos y veo cómo me va. A veces duro toda la tarde. Hay gente que se la gasta yendo al cine y después a comer una pizza o a la cancha; a mí me gustan las carreras. Sobre gustos no hay nada escrito."
Con la promesa de guardar su anonimato, otro asiduo concurrente a la tribuna Pelouse dice: "El turf no es un casino donde todo se resume a la suerte que tengas. El turf es una misa, es pasar horas entre amigos. El casino es ermitaño, el turf es grupal. Allá se ficha en todos los tiros; acá hay gente que elige en qué carrera jugar. No hay violencia, como en las canchas; no hay drogas, es un deporte de caballeros. Con poco podés ganar mucho; en el casino con poco te volvés a los 5 minutos. Si sos timbero podés jugar a qué auto dobla primero la esquina: Ford o Renault. No es ser burrero ser timbero".
Contrariamente, para otros la apuesta está directamente vinculada con serlo. Así lo entiende quien se apoda "Elbañao" en los foros hípicos. "Sin juego no hay ritual. Si preferís a un caballo y no le ponés ni un boleto, la relación no se consuma. El caballo pone todo en la cancha y uno pone su parte para que la relación se realice. Y no se es ni hípico, ni carrerista, ni turfman: se es burrero. Somos los más analíticos. No creemos en el azar. Esto es casi un juego ciencia. No hay nadie que espere con tanta paciencia la victoria como el burrero, un experto en esto de invertir en derrotas."
"El turf es una misa, es pasar horas entre amigos".
Más corta es la definición de quien también prefirió hablar, pero sin dar nombre y apellido. "Ser burrero es preguntar qué novedades hay del caso Nisman, a cuánto cerró el dólar, cómo salió Independiente y quién ganó la última de Palermo. Forma parte de tu vida, hayas o no jugado."
Dar la cara u optar por el anonimato tiene que ver con cada personalidad o compromiso. Juan Carlos Poletti pone un ejemplo. "Hasta hace un año le cuidé en mi pensión yeguas y potrillos al gerente de una sucursal de un banco privado de los más importantes del país. ¿Y sabés qué me pedía? Que no le contara a nadie del banco que tenía caballos de carrera." Juan Carlos tiene 47 años y vive en Mercedes, donde tiene una pequeña chacra.
El turf atraviesa todas las clases sociales, profesiones y oficios. Reyes, jeques, presidentes, ministros, gobernadores, diputados, intendentes, actores, cantantes, abogados, grandes empresarios, futbolistas han tenido o tienen caballos a los que alientan de viva voz o sin hacer demasiada bulla. El filósofo español Fernando Savater admite ser un burrero empedernido.
Le preguntan si es de jugar mucho y responde. "¡Qué va, muy poco! Le aclaro, a los que nos gustan los caballos, muchas veces no jugamos. Si juegas mucho, no disfrutas de la carrera. Hombre, unos boletos siempre te tiras, pero más por el rito que por adicción", cuenta quien no se pierde ningún Derby ni Carlos Pellegrini.
Preparáte pa’l domingo si querés cortar tu yeta;
tengo una rumbiada papa que pagará gran sport.
Me asegura mi datero que lo corre un buen muñeca
y que paga, por lo menos, treinta y siete a ganador.
Vos no hagás correr el yeite, atenéte a mis informes;
dejá que opinen contrario "Jornada" y "La Razón".
Con mi dato pa’l domingo podés llamarte conforme...
Andá preparando vento; cuanto más vento, mejor.
("Preparate pa’l domingo", tango de 1931. Letra de José Rial)
Ganador, placé, cadena, exacta, trifecta, doble consuelo, 5 y 6. El burrero maneja códigos difíciles de entender por el no iniciado, un idioma propio en el que el novato se queda afuera.
"Mis amigos se sorprenden cuando les cuento la cantidad de puestos de trabajo que genera el turf, pero igualmente no les puedo transmitir la pasión por las carreras. A la gente que no le gusta el fútbol igual sabe qué es un Boca-River; hay tipos a los que no les interesan los fierros pero conocen el TC. Quienes no son de nuestro palo también merecerían conocer qué es un Gran Premio Nacional." Lo afirma Daniel Ibarra, desde Rosario, ciudad del hipódromo Independencia.
Aníbal Marchetti, de Vera, en Santa Fe, tiene su propia definición. "Ser burrero es viajar 1400 kilómetros para ver una carrera que va a durar 56 segundos."
"Quienes no son de nuestro palo también merecerían conocer qué es un Gran Premio Nacional."
Arturo Clap sabe de lo que habla. Hace dos semanas viajó desde Corrientes para hacer unos trámites en el centro porteño y antes de volver a su provincia, el mismo día, pasó por el hipódromo a conocer a sus ídolos de la fusta. Nunca los había visto en vivo y en directo.
No hay edad para empezar a ir al hipódromo; es de acceso libre, aunque a los menores se les prohíbe apostar. De todas maneras, el burrero promedio peina canas.
Miriam del Vecchio los conoce de los dos lados del mostrador. Les defendía las apuestas en su época de jocketta y ahora les vende los boletos desde las ventanillas de juego del hipódromo platense. "La realidad es que hay de todo. Están los amables, los que dejan propinas y los que no; los que te traen bombones; los rezongones y los resignados. Por lo general, tengo muy buen trato con ellos; no puedo olvidar que eran parte de mi público cuando yo corría." Del Vecchio colgó la fusta hace 14 años. Ganó 120 carreras, entre ellas, la Polla de Potrancas.
"El turf es la vida misma. Unos pocos momentos mágicos de felicidad inigualables que intentas atesorar por el resto de tu existencia. En el balance hay más en el debe que en el haber, pero eso no importa; uno sigue apostando a sus sueños, confiando en sus creencias, esperando que el día que nos toque partir, alguien nos pueda asegurar que en el firmamento también hay carreras y entonces sí confirmar que el paraíso existe", insiste Poletti, el de la chacra.
"El turf es la vida misma. Unos pocos momentos mágicos de felicidad inigualables que intentas atesorar por el resto de tu existencia".
La yegua Maldeamores dio el batacazo el miércoles 25 de marzo en San Isidro. Después de tres actuaciones sin pena ni gloria se despertó y ganó recompensando a sus seguidores con un dividendo de $ 162 por cada peso apostado. Quienes estaban en el secreto de sus progresos aún deben estar contando plata.
Cifras del turf en la Argentina
3
Hipódromos
Los más importantes del país son Palermo, San Isidro y La Plata
7
Días
a la semana hay carreras disponibles para los burreros. Sólo encuentran una pausa en Navidad y Año Nuevo
$ 1
Hagan juego
Es lo mínimo que se puede jugar en los hipódromos, aunque casi nadie va a las ventanillas de apuestas llevando una moneda
5500
Carreras por año
El promedio de competencias que se hacen en nuestro país. Por día, hay entre 12 y 17 carreras
4000
Aficionados
suelen ir al hipódromo una tarde de domingo cualquiera.
La máxima concurrencia fue de 105.000 personas, en San Isidro, en 1952
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