Punta Desnudez: Un hotel excéntrico y unas de las playas más solitarias de la costa bonaerense
"No es necesario inventar nada, lo que importa es saber copiar bien", dice Ana Amat, de 73 años (que no parecen tales), en uno de los salones vidriados de su hotel de lujo con aires del Medio Oriente en unas de las playas más deseadas y buscadas por los amantes de la tranquilidad, la solitaria Punta Desnudez, en el Partido de Tres Arroyos.
Sofisticada, excéntrica y dueña de una vida que podría ser el argumento de una serie, fue 14 veces tapa de Vogue y otras tantas de Burda, vivió en Madrid, París y Marruecos. Allí se casó con Adil Bennani, hijo de uno de los líderes de la independencia marroquí. "Mi hotel le ha dado vida a este balneario", afirma. El hotel es un melancólico Titanic rodeado de médanos, que jamás se hundió.
Punta Desnudez tiene encanto propio, su sugerente nombre proviene del topógrafo que a principios del siglo XX caminó esta costa. Al hallarla despojada, tan agreste y solitaria, la nombró de esta manera. Muchos lo conocen como Balneario Orense, ya que esta localidad está a 15 kilómetros. Los que lo frecuentan desde el 2004 (cuando Ana inauguró su hotel), lo hacen referenciándolo directamente con su paraíso personal: "Hotel Punta Desnudez".
"He querido darle aire internacional al balneario a través del hotel", afirma. Fue pionera en ofrecer una propuesta que terminó eclipsando al mismo mar. "El hotel y Ana, son la misma cosa", afirma Laura Schulze, una antigua asistente de ella.
Su construcción domina la bahía, como si fuera la avanzada de una villa mediterránea. La costa, dilatada y con arena fina, tiene aguas cálidas, seis grados más que Mar del Plata. Sus médanos vivos son el enemigo de las casas que están en la línea de costa. El médano 40 (esos metros tiene de altura) domina el caserío. El pueblo tiene apenas 70 habitantes estables. "No vamos a permitir que nos asfalten el camino de acceso -dice Ana-. "Queremos seguir viviendo tranquilos".
La sensación de estar apartados, de haber conseguido una soberanía alrededor de un mundo que trae contaminaciones de todo tipo, es de lo que pretenden resguardarse los habitantes de Punta Desnudez. Los 15 kilómetros que lo separan de Orense son de tierra, en buen estado, pero desean que continúen así. La huella es árida y arenosa, semeja una postal del desierto. Sin previo aviso, una isla de tamariscos y un bosque tupido da la bienvenido al encantador balneario. "Nosotros acá estamos tranquilos, vivimos muy relajados, sabemos que estamos en el paraíso", afirma Ana.
Sin dudas, en el balneario todo gira alrededor de su hotel. Ella nació en Tres Arroyos, en 1947, y de niña venía al pueblo marítimo, en su génesis. Luego se fue a Europa y triunfó en el mundo de la moda. Fue mannequin de los principales diseñadores, como Ives Saint Laurent y Christian Dior. Conoció el jet set y se acostumbró a los lujos. Jamás perdió su sensibilidad. Conoció a su actual pareja con el que tuvo dos hijos, Mohamed y Naima. Se hizo musulmana. Pasa la mitad del año en nuestro país, y el resto entre Europa y Marruecos. "Aunque la ciudad perfecta es Río de Janeiro", dice. Tiene casas en muchas ciudades del mundo.
A comienzos de los 2000, regresó de Marruecos para hacerse una casa de verano en Punta Desnudez, y de alguna manera pretendió volver a su origen. Su forma de ser, el diseño de la vivienda, los caballos que tenía para pasear por la costa llamaron la atención. El balneario no tenía hospedaje. "Me preguntaban si alquilaba mi casa y los caballos, y tuve la idea de hacer un hotel, ¿por qué no?", confiesa.
Construyó primero cuatro habitaciones. Lo inauguró en 2004 y el éxito fue inmediato. Actualmente son 17 más un anexo con cuatro departamentos. Todos tienen vista directa al mar y entrada a la playa exclusiva del hotel. Cada habitación está decorada de una manera original, ninguna es igual. "Jamás he sido decoradora, pero la decoración es mía", se ufana.
Simbiosis
¿Cómo definir un hotel en donde su dueña es parte fundamental del mismo? La simbiosis es perfecta y se percibe en las paredes. Los pasajeros regresan año tras años, penitentes. Aquella vida por el mundo, en especial la africana, está presente en las habitaciones y en los amplios salones. Vajilla de plata, grandes candelabros, alfombras persas, ídolos senegaleses, marroquíes y piezas de los más exóticos destinos son los que se ven en los espacios.
"Busco ideas cuando viajo, suelo parar en los mejores hoteles del mundo", afirma. No falla su intuición. Aunque con el toque personal de Ana, aquellas copias pasan a ser objetos o hechos originales. "Jamás pinté, pero todos los cuadros que se ven son de mi autoría", confirma. Su estilo es hacer las cosas a su modo. En las habitaciones y en los salones, sus cuadros son extensiones de su personalidad.
Cuando baja el sol, algunos paradores atraen la atención de los más jóvenes pero, de a poco, la villa adormece en el silencio, se respetan mucho los horarios. El rumor del mar, de algunas gaviotas, y la constante caricia de la brisa marina, certifican la hipótesis de estar en un lugar idílico. En el hotel, se preparan para la cena. Igual que el desayuno, es bufet. "Ofrezco platos que podés encontrar en los mejores hoteles de Europa", afirma.
En una gran mesa palaciega, como una ofrenda al mar y al sueño de su creadora, desde la cocina del hotel se presenta el servicio, bandejas de plata, cristalería y brillo. Torre de panqueques, lengua a la madrileña, vitel toné, jamón serrano, mariscos y langostinos, papas alemanas, todo tipo de carnes, pavita. En la mesa central, Ana dirige este cuento de Las Mil y una Noches. "Ya pueden salir, es hora", le susurra a un asistente. Una pareja de odaliscas, inicia un sensual baile mientras la cena se desarrolla. "¿Dónde vas a ver un show árabe en Tres Arroyos al lado del mar?", se pregunta Ana.
Por día, una habitación cuesta 4800 pesos por persona, e incluye el desayuno y la cena. También hay departamentos que salen 4000 pesos por persona con los mismos servicios.
El impacto social para Punta Desnudez es fuerte. Los vecinos y turistas, curiosos, pasan caminando o en auto y husmean el espectáculo, acaso para sentirse parte de este relato oriental en plena costa argentina. Al retirarse de sus mesas, todos saludan a Ana, quien da las buenas noches. El mar, tan cerca, bendice la secuencia, y el final de la noche.
La historia de Punta Desnudez comienza en 1910. Entonces solo las familias adineradas podían permitirse pensar en vacacionar. Estas tierras pertenecían a la familia Álzaga. En 1929, se crea una comisión pro Balneario. El peligro mayor eran los médanos vivos. Las precarias casas de madera que se hacían eran devoradas por la arena. En 1930, antes de que comenzara el lote, el pionero Francisco Hurtado construye la primera casa que desafía a los médanos. En 1950 se permitió el loteo, entonces se llamó "Balneario Presidente Perón", un año después, se traza las calles y manzanas. Nació así el balneario Punta Desnudez.
Es como una isla: está rodeado de campos privados y no hay más loteos, afirma Francisco Arramberi, director de Turismo de Tres Arroyos. No puede crecer más. Existen 450 viviendas, en fines de semana pueden entrar hasta 6000 personas, pero en invierno apenas quedan 70 habitantes estables. "Sabemos cuánta gente puede entrar", confirma.
Tres claves lo diferencian de los demás balnearios del partido (Reta y Claromecó): el límite demográfico, la extensión de las playas y la arboleda. Detrás de los médanos existe El Pinar, un bosque de ocho hectáreas.
"Los que eligen Desnudez lo hacen por la expansión de sus playas", sostiene Arramberi. Quince kilómetros de dilatadas y perfectas playas, agrestes y salvajes. "Sabemos que estos destinos son deseados en tiempos de pandemia" confiesa.
La temporada se proyecta esperanzadora, el promedio de días de reserva son de dos semanas, los veraneantes eligen alquilar cabañas en el bosque. "Será un verano de viajes internos, y Punta Desnudez es la playa ideal", manifiesta.
El Hotel no escapa al hechizo de esta "isla". "Es un clásico, Ana además es un gran personaje de Punta Desnudez", agrega. "Tiene la mejor vista al mar", concluye. Ana reniega que este año no pudo ir a Europa. "Intenté hacer mi propio paraíso, y creo que lo logré", confiesa. Cada tanto, baja a la playa. Solo para aumentar el mito.
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