The Garzon School (TGS) es un proyecto educativo que se inauguró a principios de este año en La Barra y apunta a las familias de alto poder adquisitivo que se instalaron en la zona
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PUNTA DEL ESTE.- Son las nueve de la mañana y las clases están por comenzar. Max, Jose, Paz María (9 años) y Will (6) llegan a la escuela corriendo y con el pelo mojado. Vienen de pasar una hora en el mar, surfeando las olas de la playa La Desembocadura, en la Barra. Se pararon sobre las tablas y se divirtieron bajo la mirada de los profesores Juan y Emi. Al salir, los esperaba una bandeja de muffins caseros sin azúcar hechos por una de las mamás, Maca, mientras que Cami, otra mamá, los ayudaba con ropa seca.
Las clases de surf son una de las actividades extracurriculares de The Garzon School (TGS), el nuevo proyecto educativo que se inauguró a principios de este año en La Barra. La iniciativa tiene la particularidad de ser una fundación sin fines de lucro, y no una escuela privada, que funciona en base a donaciones.
Desde la pandemia, la comunidad internacional radicada en el departamento de Maldonado (Punta del Este y alrededores) no para de crecer. La zona se puebla cada vez más rápido de extranjeros que llegan en busca de mayor calidad de vida. Así como los argentinos cruzaron el charco, familias europeas y estadounidenses compran chacras, construyen casas y se instalan aquí. También uruguayas que vivían en Montevideo y deciden venirse al Este. En general, son todas personas que pueden trabajar a distancia y con un nivel socioeconómico alto y muy alto. Mentes emprendedoras jóvenes y con ganas de crear.
Mientras que en la capital uruguaya los jardines y colegios privados tienen cada vez más sillas vacías y algunos incluso se ven obligados a cerrar, dada la baja natalidad y las dificultades económicas post pandemia, aquí la realidad es opuesta y de a poco aparecen nuevas opciones educativas. La primera llegada de nuevos residentes, con la pandemia, se reflejó en el aumento de ingresos en instituciones privadas ya existentes, como el International College (IC) o el Blue Blue Elefante. Ahora, en esta segunda etapa en la que todos están más instalados, se empieza a sentir espacio y voluntad para la creación de nuevos colegios y modelos educativos que se adapten mejor al perfil de las nuevas familias.
Razones diversas
Si bien las razones para instalarse en este lugar del mundo son de los más diversas y personales, la calidad de la educación y de la salud suelen repetirse en cada historia como factores decisivos a la hora de elegir o excluir un potencial destino. Ya no son sólo jubilados de alto poder adquisitivo los que vienen, sino también familias con ganas de construir.
Cuando piensan en Uruguay para radicarse, miran con lupa las instituciones en las que podrán estudiar sus hijos. Saben lo que pasa en el mundo, cuáles son las nuevas necesidades y nuevas realidades, y cómo está cambiando la manera de enseñar y de aprender. Además, muchas veces tienen ganas de romper con la educación más tradicional que recibieron ellos y optar por algo totalmente nuevo, más en armonía con el mundo que descubren. En ese sentido, esta zona de nuevos habitantes es tierra fértil para la experimentación y con la llegada de extranjeros se convierte en laboratorio de nuevos proyectos.
“La educación existente en Maldonado está sujeta a un sistema nacional, que evoluciona más lentamente que el mundo. Queríamos un plan de estudios más innovador, una escuela que prepare a los alumnos para los desafíos del futuro, que son distintos a los de hoy o a los de hace tres años. También sentíamos que en Punta del Este faltaba una escuela donde la comunidad internacional, fuera del Cono Sur, se sintiera en su hogar, y que tu hijo no fuera excluido si no habla español el primer día. Y por último, el deseo de que existiera una escuela sin fines de lucro, sin dueño, una comunidad de aprendizaje donde niños, maestros y padres sientan pertenencia. Aquí no hay mentalidad de cliente”, explica uno de los fundadores de TGS, el español de madre uruguaya Bruno Varela. Radicado en Garzón, Varela se crió entre Montevideo y San José.
“Queríamos un colegio que representara los valores muy atractivos que Punta del Este ofrece en comparación con París o cualquier otro lugar: simpleza de vida, deportes al aire libre, mar”, agrega Varela.
Pasado en La Horqueta
Federico y Carolina Stange construyeron una casa en La Horqueta para estar cerca del colegio San Andrés, donde estudió Federico, y mandar allí a sus mellizos Alfonso y Otto. Pero vino la pandemia y la sala de tres fue en cuarentena. Carolina es entrerriana y se crió en un entorno más natural, razón por la cual la pareja siempre había barajado la opción de cruzar el charco. Tomaron el impulso durante el encierro y en septiembre del 2020 estaban de este lado, “al menos hasta después de la cuarentena”, pensaron. A la segunda semana sabían que no volverían.
“Nos encontramos ante una situación inesperada. Acá, en este último año y medio, se sintió un clima de empezar de nuevo. Todos están muy abiertos a hacerse amigos. Es como un filtro natural: todos los que hacen la movida de venirse para acá buscan algo distinto. Y hay algo común de tirar abajo todos los conceptos de cómo tiene que ser tu vida y empezar de cero. En ese sentido, el colegio se adapta muy bien porque es una página en blanco que propone, en vez de conocimientos, herramientas para resolver todo tipo de problemas. Comulgamos enseguida con la idea de esta escuela. Las otras propuestas educativas están más establecidas y son más tradicionales. Con ese ánimo de empezar de nuevo, creemos en esta escuela”, relata Stange.
Este economista de 40 años que trabaja como consultor cuenta que sus mellizos están entusiasmados y que la escuela está alineada con la vida en casa: hábitos de alimentación más saludables, más ejercicio, más vida al aire libre. Después de un breve paso por José Ignacio, se instalaron finalmente en Rincón del Indio. “El otro día estuve en el cumpleaños de un amigo. Lo festejó en el medio del bosque con una banda en vivo con vientos y tambores. Me gusta hacer música y encontré gente para tocar en una banda. Fuimos recuperando los espacios que nos faltaban allá. Acá hay masa crítica. Mi mujer asiste a un grupo de lectura. Mi madre va a un ciclo de cine con debate. Todo eso ayuda”, agrega.
Elena y Ezequiel (los nombres fueron cambiados a pedido de los entrevistados) tomaron la decisión de mudarse a mediados del 2020. En febrero del 2021 dejaron San Isidro y desembarcaron en Uruguay. Primero se instalaron en una chacra y luego optaron por una casa cerca del mar, en La Barra. Ezequiel cuenta con tristeza que se fueron de Argentina expulsados por un país que considera que no funciona. Dice que mudó a su familia pero también a su empresa y a sus empleados. Él tiene un fondo de inversión. Elena es profesora de yoga.
“Podíamos irnos a varios lugares. Elegimos Uruguay porque pasamos aquí nuestra infancia y Punta del Este nos parecía la opción más atractiva para romper el molde de la vida suburbana y acercarnos a la naturaleza, además de estar cerca de nuestro lugar de origen. Acá hay una comunidad con la que te podés relacionar”, cuenta Ezequiel.
Desarrollo físico y emocional
De la nueva escuela los sedujo su visión muy centrada en el desarrollo físico y emocional de cada alumno. “Es una pedagogía flexible. No aprenden contenidos secuenciales concretos. Se enfocan en el desarrollo integral del niño en sus diferentes etapas de maduración y crecimiento. Además, el colegio está muy conectado con la naturaleza y muy abierto a las nuevas tecnologías. Hacen investigación y proponen un diseño que mira hacia adelante, que no viene con viejos vicios. Se rompe con el esquema del pizarrón y la bajada de línea para aprender contenidos”, analiza Ezequiel. “Es una educación muy personalizada donde cada alumno trae su propio contenido y se intenta cultivar la curiosidad que trae cada niño. Nuestra hija más chica llevó el tema de la luna llena porque le interesaba. Desde allí estudiaron planetas, números, y le abrieron una ventana a lo que quería conocer y estudiar”, agrega Elena.
The Garzon School está actualmente instalado en Casa Zinc, una posada con bibliotecas de otra época, globos terráqueos, seis habitaciones reconvertidas en aulas y un comedor que funciona como sala de música con piano acústico. En el patio, alrededor de un olivo centenario de cinco toneladas, algunos alumnos juegan al fútbol mientras que otros escalan un muro. La dirección y administración funcionan en el wagon, unas habitaciones de tren antiguo. Subiendo una escalera, un grupo de chicos sentados en el piso lee un libro de quitapenas guatemaltecas junto con una psicóloga y una psicopedagoga. No hay escritorios individuales, solo algunas pequeñas sillas desparramadas. Es la clase de Aprendizaje Emocional y Social, en la que discuten qué se puede hacer cuando se vive una emoción. “Vimos un libro sobre qué pasa cuando aparecen una palabra o una sensación incontrolable. Ahora dibujamos un volcán y hablamos sobre qué podemos hacer cuando sentimos que explotamos. Por ejemplo, contar hasta 10″, explica la psicóloga argentina Joaquina Reynal.
Mientras, en la cocina a cargo de Sol hay movimiento. El almuerzo, planeado por Paola Morselli y Gonzalo Giusta del restaurante Salón Número 3, y revisado por una nutricionista, se divide en tres turnos de 30 minutos cada uno. En el menú puede haber frutillas con yogur griego, humus, hamburguesas de quinoa y lentejas, pizza de polenta orgánica, pesca del día con vegetales, mantequilla de maní sobre una rodaja de manzana y arándanos por encima, waffles de banana y avena con canela, torta japonesa.
Almuerzo
“El almuerzo también es educacional. Ponemos la mesa juntos y la comida en el medio. Cuando terminamos de comer, cada quien levanta su plato y limpia su vaso”, cuenta la co-directora holandesa Leona Dauphin, que trabajó durante 18 años en diferentes colegios internacionales y llegó a Uruguay especialmente para este proyecto. Comparte la dirección junto al británico Sam Irving, especialista en homeschooling, que desembarcó en Uruguay hace cinco años de la mano de una familia que se mudó de Nueva York a José Ignacio y, como no les gustaba ninguna de las opciones educativas disponibles, contrataron a un maestro privado para su hijo. “Gran parte de nuestra identidad radica en la interacción con la comunidad y en el impacto a largo plazo. La idea es que los chicos entiendan lo que aprenden en la escuela y lo puedan aplicar afuera. También invitamos a gente de la comunidad local, como los bomberos. O trabajamos en un proyecto de ballenas y viajamos con expertos en flora y fauna local”, explica Irving.
“Trajimos a profesionales con experiencia en Montessori, Reggio Emilia, IB (International Baccalaureate) e IPC (International Primary Curriculum). Estamos sacando las mejores prácticas de los otros modelos y creando uno nuevo. En otros modelos, a partir de la secundaria los alumnos están forzados a seguir un camino estrecho. ¿Por qué, por ejemplo, forzar a alguien a estudiar matemática si quiere ser bailarín, cocinero o artista? La idea es tener más elecciones para cada individuo”, detalla Dauphin.
En Uruguay se permiten dos tipos de institución educativa privada: las habilitadas, con más controles sobre la pedagogía, más inspecciones y finalmente con rango de escuela pública, y la autorizada, que requiere un examen de egreso al finalizar la primaria pero con la ventaja de que otorga mayor libertad pedagógica. Esta segunda configuración es la que busca The Garzon School.
Por ahora son tres clases, 32 alumnos de 4 a 9 años, y un ratio de un profesor por cada 7 alumnos. Para el año que viene ya se anotaron 10 alumnos más y hay lista de espera. Combinan dos maestros por aula: uno habla español y el otro inglés, y así van nivelando a los alumnos según el idioma en el que requieran mayor práctica. Las nacionalidades de quienes asisten son de lo más variadas: argentinos, brasileños y uruguayos, por supuesto, pero también provenientes de Estados Unidos, Canadá, Países Bajos, Francia. Australia, Suiza, Dinamarca y Gran Bretaña.
Las clases terminan a las dos de la tarde y luego pueden elegir qué actividad practicar: tenis, golf, fútbol, skate, taekwondo, surf, navegación o ballet. Nada de rugby, ni de hockey. Aquí prefieren maximizar las posibilidades dadas por el lugar en el que están: el mar, la playa, el aire libre. Al uniforme lo llaman multiforme porque no quieren alumnos idénticos: cada quién elige las prendas de lino y los colores -de una paleta de pasteles- que usará. La matrícula básica es de 1.500 dólares mensuales.
Pasados estos primeros dos años, la escuela funcionará luego en un campus de 38 hectáreas ubicado en la ruta 104 y la intersección con la ruta 9. En este área llena de eucaliptos proyectan un plan en tres fases diseñado. La primera etapa estará lista para el inicio del ciclo lectivo 2024 e incluirá un monte nativo, un jardín de mariposas y 10 minutos de caminata (o de bicicleta) por el interior de la chacra para llegar a la zona de las aulas. Una especie de mindfulness natural antes de entrar en clase. En las segunda y tercera etapa se agregarán la secundaria, una plataforma acústica de teatro, un parque de aventuras, establos y un estadio, entre otras fantasías. Si bien contarán con un terreno muy grande, no planean recibir a más de 300 alumnos.
También trabajan en un fondo de donaciones para poder otorgar becas dirigidas a familias que no puedan pagar la escolaridad de sus hijos, con la idea de que se sumen las que más encajen y no las que más pueden pagar. “Nada de lo que TGS hace es a puertas cerradas. Queremos hacer nuestro aporte en educación al país y a la zona”, concluye Varela.
La comunidad parece funcionar. Hace unos días se inauguró una nueva boutique en el pueblo de Garzón de la mano de una pareja de neoyorquinos que decidieron instalarse aquí. Muchos de los padres del colegio con sus hijos estaban presentes. Frente a una plaza con faroles y calles de tierra que retrotraían a otro siglo, en este encuentro se escuchaba sobre todo hablar inglés. En palabras de una pareja de argentinos que viven de este lado del charco desde hace seis años: “Esta es una burbuja económica, sí, pero no es ni social ni intercultural. Tenés de todo y todos son diferentes. En definitiva, todos vivimos en una burbuja. Cada quien elige la suya”.
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