¿Puede tu papá ser más eficiente que Tinder?
En China, los padres de hijos solteros imprimen los currículums y van a los parques a buscarles pareja: el matrimonio obligado alcanza al 86 por ciento de los jóvenes
Todas las mañanas, el Señor Liu llega a un parque en Pekín con un currículum vitae de su hija, Liu Rui. Es una sola hoja, en la que se lee:
- NACIDA EN 1984
- ETNIA: HAN
- ALTURA: 1,66 m.
- PROFESIÓN: INFORMÁTICA
- GRADUADA EN UN INSTITUTO NO UNIVERSITARIO
- TIENE BUENA SALUD
El Señor Liu busca un novio para ella en un parque en el que hay otros como él, que quieren encontrar una pareja para sus hijos. El Señor Liu necesita, según se lee en la misma hoja, un candidato con estas condiciones:
- NACIDO ENTRE 1980 Y 1986
- ALTURA: 1,70 m.
- QUE TRABAJE EN PEKIN
- CON VIVIENDA Y SALARIO
“Mi hija tiene 33 años: eso ya es un poquito mayor para una mujer, y se vuelve difícil buscar novio a esa edad”, me dice el Señor Liu. “Por eso estoy un poco nervioso por su matrimonio. Ella sabe que yo busco un novio para ella aquí y no está en contra, pero tampoco a favor. Es una chica muy tímida”.
El Señor Liu –que no se presenta con su nombre de pila– habla vehementemente: a los gritos, como queriendo invocar a la buena suerte. Tiene 66 años y está jubilado. Viste una camisa a rayas amarillas, negras y rojas; unas bermudas y unas sandalias de cuero. Sus ojos no son del todo rasgados; su tez es apenas morena. Su barba gris asoma. De joven sirvió en el Ejército, aquí en Pekín. Luego se dio de baja y se fue a vivir a la provincia de Henan, a unos mil kilómetros, donde se empleó en una planta generadora de electricidad. En sus tiempos, casarse era fácil: un amigo le presentó a su futura mujer. El Señor Liu tenía 29 años. Enviudó a los 42. Ahora baja la vista y menciona a su esposa sólo por el apellido: Li. No quiere recordarla para no entristecer.
Liu Rui, su única hija, es una mujer joven y retraída. Luego de graduarse en 2010, consiguió un empleo en la capital y se fue de la provincia. “Desde que era una estudiante de informática, ha vivido todos los días prendida a su iPad, a su celular y al televisor”, dice él. “No quiere salir de casa”. Hace pocos meses, el Señor Liu también dejó la provincia de Henan y vino a vivir a Pekín para resolver el problema de soltería de ella: sin amigos ni otros asuntos, ahora va a los parques todos los días llevando el currículum de Liu Rui.
Como él, hoy han venido otros veinte padres al Parque del Templo del Cielo, que es uno de los sitios más bellos de la capital de China: un gigantesco pulmón verde –cerca de Tiananmen y de la Ciudad Prohibida– en donde se alzan los santuarios más importantes de las dinastías antiguas. En chino se llama Tiantan Gongyuan; data del siglo XV.
Cuando le pregunto si le puedo tomar una foto, el Señor Liu me dice que no. Lo mismo ocurre con los otros padres. Nadie quiere aparecer en la prensa. Hace poco, en este mismo parque le rompieron el teléfono a un periodista y ahora dos hombres me miran indignados y me dicen que si me atrevo a levantar mi cámara, llamarán a la policía. Tener un hijo soltero o una hija soltera es una deshonra.
“¿Cuáles son hoy los siete pecados capitales en China? Hay que incluir no tener novio, no casarse y no tener hijos”, se lee en un artículo de 163.com, un portal local. Según la Oficina Nacional de Estadísticas, hay 170 millones de chinos solteros de entre 20 y 59 años: el 59,6 por ciento son hombres; el 40,4 por ciento, mujeres. Tinder no entra en la ecuación. Este desbalance se debe a la política del hijo único, ya suprimida, que derivó en la preferencia por los varones y que inclinó abruptamente la balanza social.
Pero, en el fondo, el problema es entre dos generaciones: los jóvenes, hijos únicos hiper-tecnologizados, descreen de los valores confucionistas de sus padres. Por ejemplo, del matrimonio como contrato para el ascenso social y del respeto absoluto a los mayores.
Los veinte jubilados que este miércoles se han reunido en el Parque del Templo del Cielo son pocos, y es porque llueve. Aquí están, como el Señor Liu, cada cual con su hoja impresa: charlan como viejos amigos, pasan la mañana sin llegar a ningún acuerdo sobre sus hijos. Si hubiera sol, serían doscientos.
“¡Hey! ¡Nihao, nihao!”, saluda el Señor Liu, un día después. Hoy es jueves. Ya dejó de llover y ahora, en otra plaza, hay una multitud de padres con los currículums de sus hijos. El Señor Liu viste la misma camisa a rayas amarillas, negras y rojas de ayer; las mismas bermudas y las mismas sandalias de cuero. Cada día, la tropa de jubilados casamenteros toma un sitio específico: los jueves es en el Parque Zhongshan, otro sitio idílico, bañado por un lago en donde navegan –impúdicos– los enamorados en los botecitos.
El Señor Liu llegó temprano, a las ocho de la mañana, y se colocó con el CV de su hija al pie de un árbol. Pasaron las horas, y no hizo ningún contacto. Sólo una vez al mes encuentra un candidato válido, pero luego su hija lo rechaza.
Ya es casi el mediodía cuando me dice: “Buscar un novio en el parque, según mi modo de ver las cosas, no es una buena manera de encontrar una pareja. Pero no nos queda más remedio. Ahora hay páginas web para eso. Uno completa con su información y el sitio busca, pero el problema es que si quiero contactar a alguien, tengo que pagar para conseguir su número de teléfono y eso es ineficaz porque es posible que luego ese novio no le convenga a mi hija”.
Al Señor Liu no le sobra el dinero: vive en el Cuarto Anillo Circunvalatorio del Oeste, a una hora y media de aquí, y comparte con su hija una habitación de apenas ocho metros cuadrados, por la que paga 800 yuan por mes (equivalentes a 120 dólares). Es una casa de tres pisos, con unos treinta cuartos alquilados, donde la cocina y el baño son compartidos.
Esta Pekín, la capital de la próxima potencia mundial, es una ciudad de contrastes. Un barrio como el del Señor Liu convive con los edificios esplendorosos del centro y con malls de lujo a los que apenas llega un puñado de clientes millonarios cada día. En la Pekín del siglo XXI hay cada vez menos callejones en el casco histórico: estos hutongs son arrasados para construir rascacielos y avenidas por las que luego circulan automóviles de marcas locales (y por “local” no debe entenderse una compañía que abastece con autos a toda China, sino solamente a esta ciudad). En los últimos quince años, Pekín creció a tal velocidad que todo es nuevo y reluciente: desde el año 2000 se han utilizado tantos metros cúbicos de cemento como los que Estados Unidos necesitó en cien años.
Ayer, el Señor Liu atravesó este panal de 21 millones de habitantes y regresó a la casa a las ocho de la noche. Lavó la ropa, vio un poco de televisión y escuchó música con el celular. “Tengo una cantante favorita: Chen Rui”, dice. “Me gustan sus letras porque hablan de amor”.
Y entonces el Señor Liu busca en su bolsa y luego de sacar unos dados y una botella de agua, encuentra una tablet y da Play a un video en el que suena una canción. En una animación aparecen las fotos de su hija: una chica de una belleza habitual, una muchacha cualquiera que puede sonreír cándidamente cuando posa al lado de los cerezos que florecen en la calle.
El Señor Liu ya no habla a los gritos; por fin se ha callado. Su hija, que ahora mismo está en la oficina, programando y tecleando desde las ocho de la mañana y hasta las cinco y media de la tarde –como todos los días–, se hace presente desde la tablet.
La canción favorita del Señor Liu es “Deuda de añoranza” [“Xiang Si De Zhai”], en la que Chen Rui cuenta la historia de un corazón roto: "Soy una niña que se siente muy sola/ ¿Quién va a entender mi tristeza?", canta.
Aquí, en la moderna capital del país más poblado del mundo, el matrimonio aún importa y la gente rumorea acerca de los que permanecen solteros. El gobierno, que censuró a Facebook, Google, Amazon, YouTube, Twitter e Instagram y los reemplazó por versiones locales, acaba de lanzar una lista con 68 nuevas categorías reprochables en Internet: entre ellas, “valores matrimoniales no sanos”, que incluye infidelidad, amoríos de una noche, intercambio de parejas y liberación sexual.
En 2004, al tiempo que los blogs con narraciones eróticas llegaban a la Internet china, el fenómeno de los padres casamenteros comenzó en esta misma ciudad. Desde entonces, el encuentro en los parques se ha extendido a Shanghai, Hangzhou, Chengdu y Shenzhen. En estos sitios no se habla de amor, sino de condiciones familiares y económicas: el matrimonio arreglado aún es común y según el Informe del Estado de los Matrimonios en China, de 2016, más del 70 por ciento de los encuestados fueron forzados por sus padres a casarse. En gente de entre 25 y 35 años, la tasa es del 86 por ciento.
El Señor Liu, por ejemplo, está esperando al candidato ideal y ya ha dejado pasar a varios que no tenían hukou, un sistema de registro que establece beneficios sociales, como sanidad y educación, para los ciudadanos de una localidad determinada. El hukou de Pekín, que separa a la casta de los capitalinos de la de los provincianos, puede costar hasta 40.000 dólares en el mercado negro. Pero si el Señor Liu logra casar a su hija con alguien con hukou, habrá solucionado muchos de los problemas, actuales y futuros, de Liu Rui.
Al día siguiente, el viernes, vuelvo a verlo. El encuentro es, de nuevo, en el Parque del Templo del Cielo. El sol brilla y hay muchísimos jubilados con los currículums de sus hijos. El Señor Liu lleva la misma ropa que ayer y anteayer: camisa a rayas amarillas, negras y rojas; bermudas; sandalias de cuero. Y la misma bolsa con la tablet, los dados y la botella de agua.
"¡Hey, nihao!", saluda.
“Los siete días de la semana salgo a buscar un novio para mi hija”, me dice. “Las opciones que veo no son buenas, por eso debo esforzarme”. Ayer volvió a su habitación en el Cuarto Anillo Circunvalatorio del Oeste y, como su hija aún no había regresado, cocinó pan a vapor, una comida sencilla y barata. “Los ancianos no debemos comer carne o pescado: a cierta edad, el equilibrio de la nutrición ya no es tan importante”, sigue. “La digestión se hace más débil y hay que ser medido. No bebo ni fumo. Es una buena costumbre”.
En un momento, un hombre se acerca a él y comienza a hablarle. El Señor Liu se muestra interesado. El hombre le enseña el currículum de su hijo; Liu saca las fotos de su hija. La conversación se alarga y por fin parece haber una coincidencia: el Señor Liu toma su pluma y anota los datos que el otro le dicta. Se dan la mano. El otro se retira. ¡Sí, bingo!
Hoy es uno de esos días escasos en los que el Señor Liu sonríe.
“Su hijo tiene el mismo nivel de educación que mi hija, y sus condiciones son buenas para ella”, me dice. “Hemos cambiado los teléfonos, para que ellos tengan contacto luego. Le voy a pasar el número a mi hija”.
Y lo mejor: el candidato tiene hukou de Pekín.
“Ayer ni siquiera hablé con mi hija porque no tenía nada que decirle. Pero hoy sí lo haré”, dice el Señor Liu, grita el Señor Liu.
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