¿Puede alguien pensar en los solos?
Hace pocas semanas recibí una invitación para ir al cine. Hubiera sido una oportunidad perfecta para ponerme al día con la cartelera si no fuera porque, al hecho de poder elegir cualquier película en cualquier función, se le sumaba la condición de “válida para dos personas”. Y si bien yo ya estoy acostumbrado a ir solo al cine, resulta imposible dejar de pensar en que esa oportunidad deja de ser perfecta cuando no se la aprovecha en su plenitud. Se sabe: al mundo sólo le gusten los números pares.
En el imaginario listado de pequeñas incomodidades diarias, la soledad es una de las menos valoradas. El solo o sola tiene un mundo de posibilidades al alcance de su mano, pero todas para desaprovechar. Hasta los zurdos (hablando de extremidades hábiles y no de ideología política) corren con la ventaja de tener productos especialmente diseñados para ellos. Los solos, en cambio, no pueden hacer más que lamentarse por dejar pasar una oportunidad tras otra.
Y no es culpa de ellos, claro. En el caso de los cines la promoción siempre es 2x1 y nunca “Vení otro día al 50%”. Esta última incluso les dejaría más plata, pero parece que no lo ven. La determinación e independencia que se requieren para ir al cine solo son aptitudes muy poco admirables, pero que no todos las tienen. Todos tenemos a alguien que dice “no me gusta ir solo al cine”. Y el resultado no deja de tener un cierto sabor a tristeza: o la persona deja de ir, o va sola y saca dos entradas (por vergüenza) o va sola y saca dos entradas, y utiliza la otra butaca para poner la campera o despatarrarse un poco más. Los que vamos solos a gusto, sin embargo, también sabemos que en esa butaca vacía también habitan dos ojos menos que no pudieron disfrutar (o sufrir) la película, un balde de pochoclo sin compartir o -lo peor- alguien a quien le hubiera gustado ir, pero por algún motivo no pudo. Sabemos además que las estadísticas mienten: siempre se contabilizan entradas vendidas, nunca espectadores presentes.
Resulta llamativo que en la era de las apps, que resuelven hasta la más insólita de las necesidades, no exista una que ayude a que dos personas solas que quieren ir al cine a ver la misma película y en el mismo horario, no puedan encontrarse. Y esto no es una iniciativa propia, sino de mi colega María Zentner, quien desde hace tiempo regala la idea de un “Tinder para el cine” a quien la quiera agarrar y desarrollar. Quizás esta nota sea el comienzo de un nuevo tiempo para las personas solas. Ojalá.
Pero tampoco sería justo culpar de todo a las cadenas de cines. El mundo está configurado para las parejas, a favor de aquellos que además de disfrutar de la compañía, podrán ahorrarse unos pesos. Todo -desde combos de comida rápida, hasta estadías en hoteles con habitaciones en base doble, pasando por categorías de la AFIP que indican “persona casada con dos hijos” y “el segundo paga la mitad” de los gimnasios- parece jugar en contra de los solos. Y nada tiene que ver en esto si la soledad es una elección, una consecuencia, si se la padece o si se la disfruta. El problema -no perdamos el eje- es que los solos siempre terminan gastando proporcionalmente más que los acompañados.
Este debería ser -cuando se termine de hablar sobre el rol de los medios- nuestro próximo gran debate como sociedad.
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