Pruebas de la Unesco: ¿Seguiremos siendo espectadores pasivos y cómplices de cómo se desmorona el país y su futuro?
Hoy los argentinos nos volvimos a sorprender, y casi de forma inmediata nos amargamos, angustiamos y maldijimos ante los resultados de una prueba estandarizada que periódicamente toma la Unesco comparando el rendimiento de los estudiantes de tercero y sexto grado de escuela primaria en Matemática, Lectura y Ciencias.
Cada vez que ocurre esto me preguntó cuánto tiempo va a perdurar esa sensación en nuestra sociedad. Porque mientras políticos vinculados con el sector educativo se echan culpas mutuas, minimizando las consecuencias del estado de situación, nuestras niñas, niños y adolescentes siguen padeciendo esta otra pandemia –una más entre otras– que es el deterioro constante de la educación argentina.
Y si se trata de buscar responsables, los gobiernos, los sindicatos, las y los docentes y las familias en particular somos quienes a lo largo de más de 35 años de democracia no hemos sabido asegurar y exigir más y mejor educación.
¿Qué es lo que esperamos? ¿Acaso no hemos alcanzado índices descomunales de niños y jóvenes pertenecientes a familias pobres, muchísimos de los cuales están fuera de la escuela o aprenden poco en ella?
¿Seguiremos siendo espectadores pasivos y cómplices de cómo se desmorona nuestro país y su futuro? El surgimiento de numerosos grupos de madres y padres abre una gama amplia de expectativas, ya que se han constituido como un nuevo actor decisivo para las futuras políticas educativas, que la política no podrá ignorar. Quizás la pandemia nos haya dejado como corolario que la escuela es importante.
Ha quedado claro lo poco que saben nuestros estudiantes. Si analizamos los resultados de tercer grado de la escuela primaria en Matemática, observamos que casi la mitad de los estudiantes está en el nivel 1 –el más bajo en términos de aprendizaje-, otro 25% está en el 2 y tan solo el 5% está en el 4 –el más alto–. Si se analizan los resultados, pero en sexto grado, se concluye que la situación es aún peor. No solo la mitad de los alumnos está en el nivel 1, sino que cerca del 38% está en el 2 y menos del 2% alcanza el 4. La situación en Ciencias es muy similar a la de Matemática y en el caso de Lectura es apenas un poco mejor.
De todas maneras, lo más preocupante es que puede constatarse que a lo largo de los últimos 15 años el rendimiento en términos generales de nuestros alumnos ha ido disminuyendo, no solo si comparamos los resultados argentinos en el tiempo, sino haciéndolo con el resto de los países latinoamericanos participantes de este proceso de evaluación.
Ha llegado el momento de evaluar qué y cómo enseñamos. Y eso nos involucra a las y los docentes y a los sistemas educativos jurisdiccionales.
¿Seremos capaces de enfrentar el desafío de poner a la vista de todos lo que hacíamos en soledad y a puertas cerradas dentro del aula?
¿Tendremos la honestidad intelectual de cuestionar e incluso refutar nuestras creencias y conocimientos?
Nuestros estudiantes nos han mostrado de lo que son y no son capaces. Ahora nos toca a nosotros mover la pelota. Espero que no sigamos tirándola afuera.
El autor es educador, exrector del Colegio Nacional de Buenos Aires y director de la Escuela de Formación en Ciencias.
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