Al ser una enfermedad tan cambiante en tan poco tiempo, los expertos coinciden en que nunca tuvieron que estudiar y actualizarse tanto como en esta pandemia
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Los papers con información científica y las imágenes del caos que estaba generando el coronavirus en Europa no paraban de circular. Pero en la Argentina, hasta el 3 de marzo del año pasado los trabajadores de la salud no habían estado nunca frente a un paciente infectado con el virus que salió de China y se esparció por el mundo a una velocidad estremecedora. Hasta que un día el Covid-19 aterrizó en Ezeiza en un vuelo que llegó de Italia, y ahí comenzó una carrera para aprender a protegerse y contraatacar a una enfermedad que aún hoy avanza con voracidad, y que ya provocó más de 100.000 muertes en la Argentina.
Pablo Pratesi es el jefe de la terapia intensiva del Hospital Austral. Recuerda que en marzo y abril del año pasado hablaba con sus colegas en Estados Unidos o Europa y ellos le relataban sobre los pacientes que llegaban a los hospitales ya en condiciones de ser intubados, hasta que el coronavirus se transformó en una realidad también en la Argentina.
Los primeros pacientes los agarraron “desprevenidos” y muchos médicos y médicas se contagiaron o se aislaron de manera preventiva; hasta que cambió el protocolo y todo paciente debió ser tratado como Covid positivo hasta que una prueba de PCR demostrara la contrario. Pero ahí surgió otro problema: en ese momento, el Instituto Malbrán centralizaba casi toda la capacidad para analizar las muestras, por lo que un resultado podía demorar hasta una semana en llegar.
“Esa demora dificultaba el manejo del paciente. Nosotros fuimos pioneros en tener la posibilidad de hacer la prueba en nuestro propio hospital, eso nos permitió diagnosticar en pocas horas y a partir de ahí cambió totalmente la dinámica. Como en ese momento todavía había una cuarentena estricta, los casos demoraron en aumentar, pero al principio nos contagiábamos mucho hasta que nos fuimos perfeccionando en ponernos y sacarnos los elementos de protección. La forma de trabajar también cambió totalmente, los pases de guardia que antes eran grupales, los dividimos en grupos mucho más chicos y eso nos hizo más efectivos. El coronavirus, además, nos obligó a articular los equipos de las distintas áreas como nunca antes, en ese sentido se optimizó mucho el funcionamiento del hospital”, describe el especialista.
Como parte del aprendizaje, Pratesi destaca un aspecto que ya era conocido en la medicina pero que la pandemia lo exacerbó: la importancia de contar con personal bien capacitado y remunerado como para poder trabajar con tranquilidad sobre cada paciente. Esto, lejos de ser un reclamo sindical, es una realidad concreta que en la práctica se traduce en cifras impactantes. Por ejemplo, el Hospital Austral logró tener una mortalidad del 23% en los pacientes que llegaron a terapia intensiva, mientras que en el resto de los hospitales suele oscilar entre el 40 y 60%.
“Tuvimos esas cifras sin hacer nada distinto en términos de tratamientos. La pandemia va a terminar, pero uno de los grandes temas que nos va a dejar es que las condiciones laborales son fundamentales para que los terapistas puedan desarrollarse, dar una mejor atención y que la especialidad sea atractiva para las futuras camadas de médicos. Si no en la próxima pandemia no vamos a tener los terapistas suficientes”, agrega Pratesi.
Pablo Rodríguez, coordinador de la terapia intensiva del CEMIC, indica que en el aprendizaje en el tratamiento de los pacientes graves hay dos cuestiones centrales. La primera tiene que ver con las medidas de sostén, que tienen que ver con la administración de oxígeno. Luego, están los tratamientos farmacológicos, como el uso de corticoides que fue demostrando buenos resultados para desinflamar los tejidos pulmonares.
“En el tratamiento de los pacientes graves, el año pasado hubo una evolución. Fuimos aprendiendo que podíamos tomarnos más tiempo antes de tomar medidas más invasivas, como intubar a un paciente. Por ejemplo, el uso de cánulas nasales de alto flujo, que en principio no se usaban porque se sospechaba que no eran eficaces y que, además, aerosolizaban el virus a través del espacio y esto podría generar más contagios en el equipo de salud. Cerca de la primavera decidimos correr ese riesgo y empezar a usarlas porque el curso de los pacientes intubados no era bueno y la verdad que no hubo un aumento en los contagios intrahospitalarios por el uso de las cánulas”, recuerda Rodríguez.
En cuanto a algunas medidas de sostén, como acostar a los pacientes boca abajo, los esquemas de sedación y el uso de algunos fármacos, no hubo grandes cambios, pero destaca el uso regular de corticoides como una de las experiencias que más favorecieron a los pacientes.
“Hubo fármacos antivirales que se usan en el exterior, pero que acá nunca llegaron. A pesar de las dudas y los efectos adversos empezamos a usar corticoides que son antiinflamatorios. Esta enfermedad tiene un curso en el cual hay una primera fase en donde el virus entra al organismo y se reproduce, y luego hay una fase posterior que depende de los mecanismos de defensa del paciente para controlar el virus, esa respuesta es de tipo infamatoria y en muchos pacientes genera daños, principalmente en los pulmones. Es ahí cuando los corticoides ayudan a desinflamar el tejido”, detalla el especialista.
Otros tratamientos, que en un principio los postulaban como un gran éxito, fueron el plasma de convaleciente y el suero equino. Pero Rodríguez señala que observaron que el plasma y el suero no tenían un rol importante en los pacientes graves, sino que generaban un efecto beneficioso en el comienzo de la enfermedad. “Hubo muchas técnicas que parecían la panacea y luego se desinflaron. Por ejemplo, el ibuprofeno nebulizado que al final nunca hubo muchos datos sobre su uso”.
Eleonora Cunto es la jefa del departamento de terapia intensiva del Hospital Francisco Javier Muñiz, una de las instituciones más prestigiosas en cuanto a la investigación y tratamiento de enfermedades infecciosas de la Argentina. Recuerda que en marzo del año pasado empezaron a usar antirretrovirales e hidroxicloroquina en los pacientes con coronavirus, pero rápidamente se dieron cuenta de que los resultados no eran los esperados y viraron hacia el uso de corticoides.
“Todos eran medicamentos que se conocen y se usan en otras patologías. Uno se guía por el conocimiento médico en general además de solicitar permiso al comité de ética de investigación antes de poner en práctica algún tipo de tratamiento. Pero el coronavirus es una enfermedad muy nueva, cambia constantemente. En mi vida estudié tanto y cambió tanto una enfermedad en tan poco tiempo. Hay pocas cosas que sirven eficazmente”, indica Cunto.
Otro aspecto central que han modificado en este año y medio de pandemia es el trato con los pacientes y sus seres queridos. Ahora, los familiares pueden ingresar a la sala si así lo quisieran, al menos en el Muñiz.
“No va a ser una reunión con mate y bizcochitos pero, con todos los elementos de protección, los dejamos ingresar. Antes éramos extremadamente rígidos con eso, no entraba nadie y eso convertía a esta enfermedad en solitaria y odiosa. Y para los pacientes, ser visitados por sus familiares también los ayuda a mejorar”, concluye Cunto.
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