Proyecto: el negocio detrás de una tapita que podría ayudar a limpiar el Riachuelo (y otras cuencas del mundo)
El plástico se convirtió en un aliado impensado para cientos de familias de la provincia de Buenos Aires golpeadas por la crisis que trajo la pandemia de coronavirus; el modelo, en sintonía con la agenda de la ONU, podría replicarse en zonas altamente contaminadas
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Diminutas, aunque con un alto potencial pese a su tamaño, las tapitas de plástico de botellas de gaseosa, medicamentos o frascos, tiradas en el suelo o que flotan en el río, se convirtieron en anzuelos impensados de cambio para cientos de familias de la provincia de Buenos Aires, en medio del avance del coronavirus y los estragos que causó la pandemia.
La crisis, la necesidad de sobrevivir y de encontrar una salida económica con urgencia, motorizaron una idea que tenía en mente Proyectar -una ONG comprometida con el medio ambiente y con presencia en zonas vulnerables desde hace años- y que los vecinos ayudaron a impulsar apenas la cuarentena se flexibilizó.
Con un enfoque de cuidado 360°, que consideró a las familias y a su entorno inmediato, la asociación puso en marcha la segunda fase de Barrio Limpio, un programa de reciclaje replicado con éxito en distintos puntos de la Provincia, sobre todo en la ribera del río Reconquista, y que podría -reconocen a LA NACION sus promotores- inspirar a la limpieza del Riachuelo, como a otras cuencas contaminadas del país, en Bariloche y Córdoba, y del mundo.
Cómo funciona y quiénes son sus protagonistas
Un horno de barro o de material, una huerta, un espacio cultural-deportivo y de reciclaje, en conjunto, representan la fórmula de una iniciativa que tiene como premisa “tejer redes” entre vecinos y convertirlos en “autosuficientes” bajo el concepto de “soberanía alimentaria”, explican a LA NACION Carolina Casares y Eduardo Regondi, directivos de Proyectar, acerca de la solución que encontraron al problema en pleno avance del virus en Buenos Aires. “Queríamos salir del asistencialismo para generar una conducta de trabajo y hacerlos entrar en una economía formal”, subrayan.
En los Centros Comunitarios Resilientes (CCR), las familias, especialmente las mujeres, aprenden a amasar y cocinar panes y pizzas para después venderlos, y a cultivar sus propias frutas y verduras orgánicas a partir de plantines que consiguen y reparten los organizadores en los barrios, con el fin de generar recursos y mejoras del ingreso después de meses de altibajos y algunos parates.
En tanto, los chicos participan de algunas actividades, juegan y se alimentan en comedores, mientras sus hermanos, la mayoría preadolescentes, forman grupos de scouts para recolectar PET, o Tereflalato de Polietileno; un plástico que pasó de ser algo “descartable” y ajeno en lo cotidiano a ser cien por ciento valioso, reciclable, por el que hoy ganan dinero (por cada kilo que recolectan reciben $35 y ya llegaron a reunir una tonelada) y hasta fabrican ladrillos ecológicos.
En este sentido, refuerzan la gestión de residuos y separación de origen que Barrio Limpio encabeza desde el principio para cuidar al medio ambiente y reducir así el nivel de contaminación de puntos críticos de la Provincia. “La gente ya no tira más basura en el volquete y se la da a los chicos”, señala a LA NACION Ruth, encargada del merendero El Rincón de Leoncia, en Fuerte Apache, Ciudadela, al hablar de los cambios de hábitos y de higiene que trajo esta iniciativa. Alan, su compañero y aliado en toda esta cruzada, refuerza: “Ahora sacan el plástico que se estanca en las cloacas; antes para ellos todo era desecho”.
La construcción de hornos de barro de material y el armado de huertas, además de la logística presente en las plantas de reciclaje -manejadas por cooperativas y montadas en las comunidades- recae en los hombres de las familias, aunque no se trata de tareas excluyentes. Más adelante, en línea con el “espíritu verde” del proyecto, prevén sumar cocinas solares y que su diseño permita hacer un uso racional del material combustible.
Impacto verde e internacional
Las postales que reúnen el programa y sus distintas fases traspasan el plano local y se enmarcan dentro de una agenda internacional que fijó la Organización de Naciones Unidas (ONU) con miras a 2030, para que cada vez más países adopten medidas que promuevan la prosperidad y protección del planeta, aseguran desde Proyectar.
Con su aporte, la ONG apunta a que la dinámica que registran los CCR, donde sobresalen la creación de puestos de trabajo decente, la generación de capacidades técnicas para facilitar el ingreso de los que menos tienen, y la reducción de las desigualdades, esté en sintonía con esos objetivos de desarrollo sostenibles definidos en la cumbre mundial de 2015, celebrada en Nueva York.
La propuesta apunta también a fomentar la producción y el consumo responsable. Concientiza a los vecinos acerca de las ventajas de reducir el desperdicio de los alimentos, tanto en la venta al por menor como a los consumidores, y en lo que refiere a las pérdidas posteriores a la cosecha en las huertas que ellos mismos administran.
Aunque el impacto sea acotado -advierten sus impulsores- los CCR buscan por otro lado contribuir a transformar los suelos degradados y recuperar cursos de agua dulce, es decir, darle vida a los ecosistemas terrestres a través de un manejo integral de la basura, su talón de Aquiles.
El equipo como pilar y cada engranaje en su justo lugar garantizan parte de los buenos resultados. Es una creencia recurrente en los barrios, que se refleja en los testimonios recogidos. “Tengo mucha fe en que la gente puede cambiar a medida que se conoce a sí misma y busca fuerzas para salir adelante, especialmente sabiendo que estamos nosotros para ayudarlos”, cuenta a LA NACION Natalia, del comedor Reino del Revés, ubicado en Beccar. María José, del merendero Pequeños Valientes, de Benavídez, reconoce incluso esa capacidad en los más chicos y en la idea de “hambre de futuro” con la que se mueven a diario.
En el plazo de un año, Proyectar estima montar 20 de estos espacios y trazar en simultáneo alianzas locales con múltiples actores, entre ellos otras fundaciones y empresas, para intercambiar experiencias, tecnología y recursos financieros, y poder cumplir así su máxima aspiración: saldar la agenda de la ONU “donde sea que se ponga en marcha un CCR”.
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