Profundidad para todo el mundo
Con películas como metegol, estrenada durante este año, el cineasta y guionista inspira y conmueve. Aquí, la mirada de un actor, amigo y admirador
Siempre recuerdo que, cuando Juan José Campanella me mostró una imagen de cómo quería que fuera mi caracterización para el papel de Pablo Sandoval en El secreto de sus ojos, apenas la vi dije: "¡Dios mío, es mi papá!". Fue tan fuerte para mí… Mi padre tenía ese corte de pelo, siempre con su saco y corbata. Era bancario, a diferencia de Sandoval, que trabajaba en Tribunales, pero tenían el mismo estilo. Juan quería exactamente un oficinista de los años 70, y fue un hallazgo. Me permitió componer algo totalmente diferente de lo que venía haciendo. Me fascinó, y todo fue una propuesta de Juan: encontrar algo distinto en mí, que no hayamos visto antes. Juan es un inspirador en todo sentido para actores, guionistas y cualquiera que trabaja junto a él. Siempre admiré su filmografía, lo que cuenta y cómo lo cuenta: con temas identificables para el gran público, pero con profundidad y un mensaje. A veces, cuando se graban programas o películas, si contienen cierta hondura, esto los aleja un poco del público masivo, pero lo que ocurre con la obra de Campanella es todo lo contrario: películas como Metegol, de este año, y las recordadas El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, acercan al público de un modo notable. Suele pasar que uno ve películas y dice: "Me pareció ver esto antes", como una remake sin ser remake. Y eso jamás va a pasar con una película de Campanella: sus ideas son absolutamente originales, diálogos con ideas ricas. Trabajar en ese contexto, para un actor, es como sacarse la grande. Con el unitario El hombre de tu vida, 24 capítulos en total, gocé a diario de su mirada de director, de sus marcaciones y sugerencias, siempre con buen tino, con una delicadeza que hacía más inteligente la actuación de cada uno. Pero también resultaba inspirador desde su historia: siempre con un disparador nuevo, original, sin caer en lugares comunes. En ese contexto compuse a Hugo Bermúdez, un hombre de 50 y pico de años, viudo, con un hijo chiquito, que de golpe se queda sin trabajo, con todo lo que implica quedarse sin trabajo a esa edad en Buenos Aires. ¿Qué posibilidades tiene de reinsertarse laboralmente, de parar la olla de su casa y que su hijo continúe sin sobresaltos con el ciclo escolar? Es absolutamente imposible. Y, al no conseguir trabajo, alguien le ofrece un puesto en una agencia de solos y solas, que consiste en ir a las citas, encantar a las mujeres de turno y desencantarlas con su actitud más adelante, con el objetivo de que ellas digan: "A este tipo no lo quiero, quiero a otro" y sigan participando. Es un hombre honesto, así que esto se convierte en el dilema de ser honesto en un mundo deshonesto. En lo personal, con Juan pudimos generar una relación extraordinaria. Hoy lo siento un amigo, y también lo soy para él. El Juan José Campanella fuera del área laboral es para comérselo, por su dulzura, humanidad y simpleza. Todo se vuelve carcajada permanente junto a él, por sus salidas y su humor. Es alguien muy significativo en mi vida.
Mirá los retratos de las 50 personas que nos inspiraron en 2013
Guillermo Francella
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