“Profetas de la esperanza”: emoción y una carta del Papa en la misa por los 50 años de la tragedia de los Andes
Sobrevivientes, familiares y amigos vivieron esta noche un encuentro especial en el Colegio Stella Maris, donde se formaron
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MONTEVIDEO.– “Todos hablaban de Dios, todos”, recuerda Laura Surraco sobre el impacto que tuvo cuando llegó a Chile y pudo reencontrarse con su novio y con sus amigos, sentir la felicidad inmensa de que su historia de amor seguiría. Y se prolongó hasta hoy con los cuatro hijos que tuvo con Roberto Canessa y los seis nietos que disfrutan en familia.
Aunque todos se habían formado en una institución católica uruguaya, el Colegio Stella Maris, llamaba la atención las fuertes referencias religiosas que inundaban las conversaciones de aquel grupo de flacos barbudos que habían superado 72 días de sufrimiento y desesperación, aislados en medio de la nada, en el centro de la Cordillera de los Andes.
Esta noche del 13 de octubre de 2022, justo medio siglo después del choque del avión contra el macizo montañoso, sobrevivientes, familiares, amigos, uruguayos y chilenos, vivieron un encuentro especial con una misa abierta en el colegio que los formó.
La apertura fue de los religiosos Tomás O’Connell y Eduardo Mc Ardle, que eran directores del Colegio Stella Maris en aquella época.
O’Connell leyó una carta que dejó escrita uno de los jóvenes que sobrevivió al choque, pero días después murió, como tantos otros de los 45 que iban en el vuelo.
Uno de los que no regresó fue Gustavo Nicolich, que escribió en medio de la incertidumbre: “Un beso grande para todos y los volveré a ver si Dios quiere. De no ser así, lo único que les pido es que tengan un gran valor y no se preocupen por mí, porque estoy seguro de que Dios me llevará con él.
El dolor de su pérdida se repitió esta noche de la misa al recordar su mensaje.
Mc Ardle recordó el impacto de la llamada telefónica de aquel 13 de octubre de hace 50 años, cuando le avisaron desde Chile: “El avión no ha llegado”. Así de breve, en medio de la confusión sobre lo que podía haber ocurrido.
Los rugbiers chilenos que esperaban a sus colegas quedaron esperando en el aeropuerto de Santiago, en medio de sorpresa e incertidumbre.
Luego, el arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, comenzó hablando de “la vida eterna” frente a una platea desbordada de público y de emoción. “Esta noche estamos celebrando la vida de los que viven, pero también estamos celebrando estos valores que son la característica del Colegio Stella Maris y del club Old Christians de Montevideo”, agregó.
Sturla habló de los “valores” que tuvieron aquellos jóvenes en la cordillera, que “son los valores de sus familias”. Dijo que si pudieron salir con vida fue con “trabajo en equipo, la solidaridad, el rezo por la noche” y que ahí radica “el secreto de su sobrevivencia”.
El cardenal continuó: “En este día venimos a dar gracias, a celebrar, pero también a recordar con dolor que hace 50 años los Andes fue al mismo tiempo milagro y tragedia”. Habló de los “dolores apretados, rezos cumplidos” y de aquellos “que quedaron en el silencio del corazón de los que no recuperaron a sus hijos o a sus padres, preguntándose por qué” había sido ese el final.
“Los Andes es como un himno, como un canto al amor”, agregó el cardenal uruguayo.
Luego citó a la obra de Dante Alighieri, recordó que cuando sobre final “contempla a Dios, dice que contempló al amor que mueve al sol y a las estrellas” y tomó eso como referencia para afirmar que los Andes fue y es “una historia de amor, unidad, de fe y esperanza”.
Sturla recordó que en muchas ocasiones en las que ha viajado, le han consultado sobre este asombroso caso. “Cuando me han preguntado como uruguayo en otros países qué es lo que yo más rescato de esta experiencia, de lo que ha significado, lo que veo es cómo en una situación dramática un grupo de jóvenes sacó lo mejor de sí mismo, brotó lo mejor de cada uno”, detalló.
La mano tendida o el puño cerrado
Destacó que en una situación así “el ser humano queda como es” y todo se debate entre “la mano tendida o el puño cerrado” y “en la montaña no hubo lugar para el egoísmo, para cortarse cada uno solo”, sino que “supieron salir juntos, dándose calor, alentándose, siendo capaces de decir ‘Acá está mi cuerpo, soy capaz de dárselos si lo necesitan’, en un pacto de entrega mutua”.
Ese hecho, el de alimentarse del cuerpo de los que morían, fue lo que generó más trascendencia mundial al caso, luego del asombro por saber que habían sobrevivido 72 días entre la nada.
El arzobispo lo calificó como “una hazaña que los acercó a la comunión”, en referencia a las propias palabras usadas en aquella conferencia, que fue en el mismo colegio donde se realizó hoy la misa, cuando contaron al mundo lo que habían hecho cuando ya no tenían nada de comida.
“No fue solo sentimiento, fue actitud; fue la decisión de organizarse, buscar liderazgos, de encontrar las palabras fuertes y dulces, de aliento y acicate para lograr coraje cada día”, agregó Sturla.
Destacó que “en situación precaria, donde no valía la competencia, sino la colaboración, hubo un canto de amor y canto de esperanza”.
Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes, recordó que en aquella experiencia dramática los jóvenes asumieron el desafío entre todos: “El yo se transformó en nosotros y aprendimos a pedir ayuda”.
Sturla dijo que “también influyó la esperanza de las familias y la educación que habían recibido en este colegio y en sus familias” así como “también la mentalidad del deporte, de salir a ganar ese partido”, y que en definitiva todo fue “la experiencia humana, que es el amor”.
El sacerdote puso acento en que “hubo entregas generosas, de tantos, como de los que dieron la vida hasta el final, y empujando con su muerte la salida de los que pudieran”.
Zerbino levantó aplausos en su oratoria, con agradecimiento al país y a todos: “Quiero agradecer a todos, a Roberto y a Nando [que salieron del avión a buscar ayuda]. Quiero agradecer a los que están en el cielo y hoy bajaron y están entre nosotros”.
Y, como sorpresa, leyó una carta enviada por el Papa Francisco. “Pudieron hacer memoria y apelar a la educación recibida, eran un equipo y se aferraron a lo más valioso que tenían (…) Se necesitaban unos a otros. Los invito a que sigan siendo profetas de la esperanza”.
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