Coronavirus en la Argentina. San Isidro: clima primaveral, vista al río, mucha gente y algunos excesos
Un grupo de personas camina por la ribera de Vicente López hacia el límite con San Isidrocon pelotas, pareos y termos de mate en la mano. Los acompaña un patrullero de la Municipalidad de Vicente López, el mismo que hace minutos los obligó a levantar sus pertenencias y a mudarse hacia el otro lado de la cinta azul, que marca el límite invisible entre la costa de los dos municipios.
Uno de ellos, Guillermo Simonelli, acompañado por su pareja y su nieto de siete años, cruza para el lado sanisidrense de la costa, extiende su pareo y vuelve a sacar la pelota de fútbol de su bolso playero. "¿Empezamos el partido de nuevo?", le dice al niño. Desde el altoparlante, el patrullero le insiste que San Isidro empieza un par de metros después de la cinta azul, que se tiene que volver a mover, pero él se niega. "Ya estoy en San Isidro, ¿no lo ve? Si no me cree, acérquese a mirar", responde mientras alza sus manos para marcar la continuación imaginaria de la calle Paraná, que divide ambos municipios y desemboca en ese predio verde con vista al río.
Cuatro meses atrás, nadie hubiera notado la diferencia entre un lado de la costa y el otro, ni tampoco decidiría intencionalmente de qué lado sentarse. Pero, ahora, la cinta de restricción que los divide no solo marca un cambio de jurisdicción, sino también un cambio radical en la regulación de la recreación al aire libre. El protocolo de esparcimiento en espacios verdes del municipio que gestiona Jorge Macri seccionó su costa en dos partes -en una está permitida solamente la recreación en circulación y en otra, la actividad deportiva en movimiento constante-. En cambio, la intendencia que administra Gustavo Posse optó por permitir que las personas se instalen con sus familias en la costa del río, siempre y cuando se mantenga un distanciamiento social entre los distintos grupos y se utilicen tapabocas.
A pesar de que el humo de los incendios del Delta de Entre Ríos nubló en sus totalidad el cielo bonaerense, hoy la ribera de la zona norte del Gran Buenos Aires se convirtió en un lugar de reunión, tanto para abuelos y nietos como también para parejas y grupos de amigos, que, en muchos casos, salieron en remera y shorts a recibir la llegada de los aires cálidos de agosto. Según el Sistema Meteorológico Nacional, a las 14, la temperatura llegó a 26.1°C y se convirtió en la temperatura máxima en lo que va del mes, superando el promedio de temperatura máxima -17.7°C-, pero lejos del máximo histórico del mes, que llegó a 34.4°Cen 2009.
Sobre el lado de San Isidro de la intersección de la calle Paraná y el río, Elsa Figuera y Gabriel Giambittorio, ambos de 61 años, almuerzan sandwiches de jamón y queso sobre una mesa de campamento y dos reposeras que trajeron desde su casa. "Me pasé los últimos meses encerrada en casa tejiendo. Poder estar acá y mirar el río no tiene precio", dice Figuera, sonriente. El matrimonio no siente miedo de contagiarse de esta forma. Asegura que se mantienen distanciados del resto de las personas a una distancia que consideran prudencial, que usan sus barbijos cuando no están comiendo y que eso es suficiente para evitar el contagio.
A la mañana, este lugar es más que nada familiar, pero en un par de horas esto se convierte en Woodstock [...] Todos llegan y se sacan el barbijo para charlar y hasta para compartir mate
A pocos metros, colgados de un ceibo, cuatro niños de dos familias diferentes juegan a ver quién trepa más alto. Sus padres, Facundo Castro y Matías Vargas, son amigos y están a su lado. Los chicos volvieron a tener clases virtuales ayer, pero solo cursan a la mañana. "Aprovechamos el mediodía para salir y que estén un poco al aire libre. Solo lo hacemos los días de semana. El fin de semana es un peligro venir: se llena de gente y es imposible mantener distancia", sostiene Vargas.
Las hamacas del lugar están enrolladas hacia arriba para evitar su uso, pero los toboganes no están clausurados y abundan de niños de distintas familias que suben, bajan y vuelven a subir.
"A la mañana, este lugar es más que nada familiar, pero en un par de horas esto se convierte en Woodstock, dice Daniel Aguirre sin barbijo y con su bebé de cuatro meses en brazos. Ellos se instalaron sobre la ribera de Martínez, a unas pocas cuadras de la calle Paraná. Son las 15.15 y cada vez llegan más jóvenes, la mayoría en bicicleta o motos, para reunirse con sus respectivos grupos de amigos.
"Antes del 15 de julio, acá no te podías sentar. Si te quedabas, te venían a buscar y te pedían que circules. Después de que se volvió a flexibilizar la cuarentena, eso cambió. A veces pasa un patrullero con altoparlantes por la calle y pide que se utilicen los tapabocas y que se mantenga la distancia. Pero es muy difícil que controlen desde el auto. Acá todos llegan y se sacan el barbijo para charlar con sus amigos y hasta para compartir mate", afirma mientras apunta a los distintos círculos de jóvenes a su alrededor.
Para el municipio sanisidrense, a esta altura de la cuarentena, la clave no es apelar a la fuerza policial sino a la responsabilidad y la conciencia de las personas. Aseguran, además, que a partir de la semana que viene se pintarán círculos sobre el pasto de los principales paseos y espacios verdes para garantizar el distanciamiento entre los distintos grupos.
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