Premio L’Oréal-Unesco por las Mujeres en la Ciencia Internacional a la matemática argentina Alicia Dickenstein
Hace unos días, mientras estaba en una charla por zoom con la astrónoma Gloria Dubner, vicepresidenta de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, la matemática argentina Alicia Dickenstein recibió una llamada. Estaba por dejar sonar el teléfono, cuando se dio cuenta de que llegaba desde Francia. Al atender se llevó la sorpresa de su vida: una voz que hablaba en inglés, pero con fuerte acento francés le anunció que había sido elegida como ganadora del Premio L’Oréal-Unesco Por las Mujeres en la Ciencia, que se otorga a una investigadora por continente. Para apreciar la jerarquía de esta distinción, baste con mencionar que a lo largo de las ediciones que se suceden desde hace más de dos décadas, cinco de las laureadas fueron distinguidas luego con el premio Nobel (Christiane Nüsslein Volhard, Ada Yonath, Elizabeth Blackburn, Jennifer Doudna, Emanuelle Charpentier).
“Fue muy inesperado –confiesa Dickenstein–. Estas disciplinas (física, matemática e Informática) se premian cada dos años. La primera argentina que lo ganó fue Mariana Weissman, una física maravillosa, y en 2019 lo volvió a ganar otra física, Karen Hallberg. No creí que fueran a elegirme y que el premio volviera a recaer en una científica de nuestro país. Por otro lado, la matemática no es tan ‘sexy’ para el público. La primera vez que se premió a matemáticas fue en 2019, cuando se reconoció a Ingrid Daubechies y Claire Voisin, dos científicas increíbles”.
Según el jurado, Dickenstein fue recompensada “por sus trabajos excepcionales a la vanguardia de la innovación matemática, aplicando la geometría algebraica al ámbito de la biología molecular”. En los últimos años, se interesó en utilizar herramientas de álgebra y geometría en el estudio de redes de reacciones bioquímicas para entender la señalización celular; en particular, las redes enzimáticas. “Descubrimos que muchas de ellas, que parecían diferentes, tenían una estructura similar y eso nos permitió demostrar teoremas sobre cascadas enzimáticas”, cuenta.
La carrera de Alicia desafía preconceptos. Nacida en el barrio de San Cristóbal, en la Capital Federal, su mamá era maestra y luego estudió ciencias de la educación. Su papá hubiera querido ser ingeniero, pero no alcanzó a terminar la secundaria. Cuando estaba por egresar del Colegio Nacional de Buenos Aires, confundida acerca de qué hacer de allí en más, decidió probar con un test de orientación vocacional. Fue la psicóloga que se lo tomó, Élida de Gueventter, la que le dijo que los resultados mostraban mucho razonamiento abstracto y le sugirió esa elección.
Pero sus comienzos no fueron fáciles. “Mi director de tesis, Miguel Herrera, se murió en cuanto la terminé –recuerda–. Quedé (profesionalmente) huérfana muy joven y me costó mucho encontrar mi camino. En ese momento, los años setenta, no había Internet, no llegaban profesores visitantes, ni correo común, no se compraban revistas… Sabía poco de muchas cosas, pero no sabía mucho de nada. Finalmente, un día me di cuenta de que podía hacer de mi debilidad mi fortaleza. Pasé por áreas muy variadas. Trabajé en algo que se llama ‘residuos’ y en ‘teoría de discriminantes´ un tema de la matemática pura, pero que tiene aplicaciones, por ejemplo, en robótica”.
Para Dickenstein, en este momento las trabas más difíciles de superar para las mujeres están en inequidades invisibles que están en la base de la sociedad y son muy difíciles de percibir. “Un trabajo mostró que en Chile, donde los chicos tienen exámenes ‘contra sí mismos’ y también con otros, a las chicas les va mucho mejor cuando compiten contra sí mismas –destaca–. Y que la diferencia más marcada se da en los entornos más humildes, no en los más acomodados. Lo atribuyen a que en sus familias la expectativa de que les irá bien es mucho menor. Esas son las cosas que todavía tenemos que desentrañar y cambiar. Yo les agradezco a mis padres porque nunca pensé que había algo que los hombres pudieran hacer y las mujeres, no”.
Aunque nunca se había detenido en esas diferencias, mirando hacia atrás se da cuenta de distintas circunstancias que podrían haberla detenido. “Por ejemplo: mi hija nació en la mitad de mi doctorado. Cuando tenía seis o siete meses empecé a llevarla a la guardería de la Facultad y un día pasé por mi oficina a buscar un libro –cuenta–. Me encontré con un profesor muy distinguido que exclamó: ‘¿Usted tiene una hija? ¿Qué hace acá? Tendría que estar en su casa cuidándola”. Fui la primera directora mujer del departamento de Matemática en un momento en que todos los profesores titulares eran hombres. Este mismo docente, cuando terminó el período para el que había sido designada, se acercó y me dijo: ‘La verdad es que cuando usted empezó nosotros decíamos ‘¿Qué va a hacer esa mina? Pero al final estuvo todo muy bien’. Había desconfianza, porque era mujer”.
Y más adelante agrega: “Reconozco que para desarrollar mi carrera tuve que tomar actitudes socialmente masculinas. No sabía que mi trabajo iba a incluir viajes y con mi marido, que es un amor, tuvimos que ‘renegociar’. Se ocupaba de su trabajo, de cuidar a los chicos… Tuve mucha suerte. Pero a mi suegra, que venía de un pueblo más chico, toda la vida le chocó que yo viajara. Iba en contra de su modelo de mujer, de lo que siempre había aprendido. También esto de focalizarse mucho en algo es visto como un rasgo esencialmente masculino”.
Criterios de excelencia
Los obstáculos se encuentran además en el momento de la evaluación para llegar a un cargo de profesor. “Estoy de acuerdo con los criterios de excelencia, pero es muy desigual para hombres y mujeres –opina–. Se los mide a todos con la misma vara: qué hicieron en los últimos cinco años. Si alguien tuvo hijos, cursó un embarazo, y debió amamantar u ocuparse de un bebé, no se tiene en cuenta. Por eso, también era notable cómo las mujeres tardaban mucho más en ascender”.
En este momento, se siente feliz por el reconocimiento, pero más, dice, porque el premio ayudará a mostrar que la matemática es un camino posible para las mujeres. “Que las chicas y jóvenes vean que pueden seguir estas carreras –se entusiasma–. Que se enteren de que esta es una posibilidad para ellas. Cuando me tocó elegir a mí, no sabía que la matemática era una profesión de la que se podía vivir”.
Las restantes ganadoras de esta edición del premio “Por las Mujeres en la Ciencia” son Catherine Ngila (Química, de África y Estados Árabes), Kyoko Nozaki (Química, de Asia/Pacífico), Shafi Goldwasser (Informática, América del Norte) y Françoise Combes (astrofísica, de Europa).
Dickenstein es miembro de la Sociedad de Matemática Aplicada Industrial de los Estados Unidos, de la Academia Nacional de Ciencias Exactas y Naturales, y de la Academia de Ciencias de Córdoba, profesora honoris causa del Royal Institute of Technology de Estocolmo y doctora honoris causa de la Universidad del Sur, en Bahía Blanca. Es autora, junto con su colega, Juan Sabia, de Matemax, un libro de matemática para chicos que acaba de publicarse en edición bilingüe español-inglés.
Es la séptima científica argentina que recibe el premio L’Oréal-Unesco internacional, todo un récord en la región. La precedieron Mariana Weissman (física, 2003), Belén Elgoyhen (Neurociencias, 2009), Cecilia Bouzat (bioquímica, 2014), Andrea Gamarnik (biología molecular, 2016) Amy Austin (ciencias ambientales (2018), Karen Hallberg (física, 2019). Julia Etulain y Maria Molina también fueron distinguidas en la categoría de “talentos nacientes”.
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