Pospandemia. Cuáles son las siete ansiedades que afectan la vida de los argentinos
La exposición social, la crisis climática, las amenazas ambientales y sanitarias, el estrés del orden, la inflación y el miedo a la soledad, entre los factores que más preocupan a la sociedad
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La ansiedad es el trastorno mental más frecuente entre los argentinos. Ya lo era antes de la pandemia, cuando afectaba más del 16% de la población, según el primer estudio local sobre epidemiología en salud mental, hecho en 2019 por la Asociación de Psiquiatras Argentinos. La pandemia, dicen los expertos, dejó ese punto basal más alto. Estamos más ansiosos y, a la vez, detectamos con mayor frecuencia posibles amenazas que actúan como factores ansiógenos, que incrementan el estrés y nos hacen vivir alertas.
De hecho, los argentinos salieron de la emergencia sanitaria con mayor riesgo de padecer o desarrollar un trastorno mental, según otro estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en diciembre último. Un dato preocupante: el 21,26% del total de la muestra dijo que toma medicación para disminuir la ansiedad.
“La ansiedad es una respuesta adaptativa a las amenazas a la supervivencia. Somos el mismo ser humano de la sabana africana y no sabemos por dónde va a venir el mamut”, explica Angel Elgier, investigador en psicología de UBA, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y de la Universidad Abierta Interamericana (UAI). “La ansiedad tiene que ver con la incertidumbre y la imprevisibilidad del futuro. Los argentinos estamos acostumbrados a la variable de la inestabilidad. Es nuestra constante. En muchos aspectos esto nos vuelve más flexibles. En la pandemia, los niveles basales de ansiedad subieron y no bajaron como se esperaba. Acostumbrarse a convivir con factores de estrés acorta la capacidad de respuesta, desgasta el mecanismo adaptativo. Se genera lo que en psicología llamamos indefensión aprendida: nos acostumbramos a vivir con esa amenaza”, detalla.
¿Cuáles son las ansiedades de la vida pospandemia? De la conversación con especialistas que a diario atienden pacientes con sintomatología ansiosa se elaboró la siguiente lista, no exhaustiva.
- Ansiedad económica: La inflación y el miedo a no poder pagar lo cotidiano, aun sin incurrir en gastos extraordinarios, es uno de los principales factores ansiógenos en la actual coyuntura, coinciden los especialistas. “Los argentinos somos expertos en la ansiedad. Hay que aclarar que la ansiedad es un fenómeno normal, no patológico. Todos la tenemos. Se denomina “arousal” (excitación, en inglés). Es el tono emocional mediante el que respondemos a un estímulo. Puede ser bajo, óptimo o excesivo, cuando la respuesta antecede al estímulo. Cuando uno afronta sistemáticamente situaciones de incertidumbre, el cuerpo y la mente se acostumbran a la prevención de respuesta y se genera un estado ansioso. Eso sí es patológico”, detalla Martín Wainstein profesor de la UBA y director de la Fundación Bateson. “Es frecuente cuando estamos frente a estímulos oscilantes, como la inflación, que impacta en el recurso de afrontación. No se sabe, no se puede saber cuánto valen las cosas y peor, cuánto vale el dinero con el que uno cuenta. Cada impacto inflacionario es ansiógeno en la población”, dice.
- Ansiedad sanitaria: Es el temor a la enfermedad, ya sea Covid, dengue u algún otro brote. “Durante la pandemia hubo un incremento de los niveles de ansiedad. La preocupación real por las amenazas a la salud nos mantuvieron y nos mantienen en alerta. Cada vez que hay algún brote, sea una nueva cepa, el dengue u otra enfermedad en el radar, para muchas personas aumenta patológicamente la ansiedad”, apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “La pandemia elevó el nivel de incertidumbre y agregó el temor sanitario como amenaza cercana y real, situación que nos requieren alertas en un entorno cambiante. Muchos dicen “ahora llega el dengue, o la gripe A”, como esperando de dónde va a venir el nuevo embate”, explica Marcelo Cetkovich, psiquiatra y director médico de Ineco.
- Ansiedad de las pantallas. La hiperconectividad y la exposición pública, capaces de dilapidar la reputación de una persona en minutos, generan una alta tasa de dependencia y a la vez se convierten en un factor de estrés. No sólo el cerebro recibe el shock de dopamina con cada gesto de aprobación en las redes, sino que se mantiene alerta ante la posibilidad de dar un mal paso o que otros nos expongan y que eso signifique el fin del buen nombre. “¿Qué dicen de mí? Eso es lo que se busca saber con el chequeo constante. Esto genera mucha ansiedad social y hasta puede provocar fobia social. Los adolescentes pueden vivir esta exposición como algo muy estresante, difícil de manejar y mantener en equilibrio”, apunta Cruppi.
- Ansiedad por la inseguridad. Las noticias sobre robos, asesinatos, el temor a perder lo que uno tiene y sobretodo, la vida de uno o de los seres queridos hacen que la inseguridad no sólo sea sinónimo de delito sino la palabra que define el estado de indefensión en el que se vive, apunta Cruppi. La inseguridad alimenta la incertidumbre, el miedo y termina siendo un factor que potencia el estado de ansiedad. “La matriz del sistema nervioso está preparada para los estresores, pero no para un patrón sistemático. Eso deriva en enfermedades crónicas”, explica Wainstein. “La incertidumbre es peor que la peor de las noticias. ¿Qué va a pasar? Estamos todo el tiempo en el minuto 127 de Argentina-Francia, en el penal de Mbappé. Podemos sobreponernos a ese pico de estrés, pero no vivir en ese nivel elevado de incertidumbre”, agrega Cetkovich.
- La ansiedad verde. Aquí, la crisis climática y el apocalipsis ambiental se convirtió en factor de angustia. “Ante la dificultad de impulsar cambios significativos, globales y reales, que sean contundentes, muchos adolescentes viven su compromiso como activistas con elevados niveles de ansiedad, con un impacto sobre su salud. Del otro lado, la amenaza es tan grande y el compromiso de la sociedad tan bajo que para muchos se vuelve desesperante”, explica Cruppi. “Es una crisis de control. La crisis climática alimenta la incertidumbre acerca del futuro. Los jóvenes están teniendo respuesta de afrontamiento positiva. Se organizan y tienen conductas proactivas. Intentan salir del laberinto por arriba, pero cuando se enfrentan a la dificultad de cambiar el patrón productivo, la angustia es grande”, apunta Elgier.
- La ansiedad del orden. Algunos pueden considerar que es un tema menor, una cuestión doméstica. Sin embargo, cuando la gurú del orden, Marie Kondo, reconoció su dificultad para mantener las cosas en orden con tres hijos, miles de madres respiraron aliviadas. “La industria del orden, con sus libros, sus videos, sus métodos, sus gurús, se alimenta de una neurosis obsesiva”, explica el psiquiatra Pedro Horvat. La lucha cotidiana contra las cosas se volvió la imposibilidad de alcanzar paz mental. “Detrás de ese fanatismo está la represión de la libertad. El intento de control. Una compulsión. Todos necesitamos de algún tipo de orden, práctico, organizativo. El otro tiene que ver con una neurosis obsesiva; muchas madres ordenan porque dicen ‘No me puedo ir a dormir con juguetes en el piso’”, explica Horvat.
- La ansiedad de la soledad. En una sociedad en la que cada vez más personas viven solas, el miedo a la soledad no deseada, con sus variantes, es factor de ansiedad. El temor a envejecer solos, la sensación de que los demás están pasándola mejor, en una fiesta en la que no nos invitaron tiene nombre: FOMO, Fear of Missing Out (Miedo a perderse de algo). “Vivimos con la sensación de no llegar a todo y en medio aparece la demanda del aquí y ahora, el mandato de ser felices”, describe Cruppi. El YOLO (You Only Live Once, sólo se vive una vez), de la psicología positivista, puede jugar en contra. “Hay en un terrorismo del presente. Tengo pacientes que me transmiten su angustia por no saber si están viviendo con todo o se están perdiendo de algo y no saben qué”, explica Cruppi.
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