Los expertos consideran que los recuerdos no se reproducen, sino que se reconstruyen; “Nuestra representación del pasado es una realidad viva y cambiante”, considera Julia Shaw, psicóloga del University College de Londres.
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¿Te ha pasado que te acuerdas perfectamente de haber dejado las llaves en un lugar, de manera que si no están ahí es porque alguien las agarró, pero luego resulta que las tenías en tu bolsillo?
¿O que escuchás a tu amiga contando algo que le pasó contigo y es notablemente distinto a lo que tú recuerdas?
Aunque esas experiencias nos dejen un poco turulatos, ocurren frecuentemente, incluso sin que nos demos cuenta.
“Todo el mundo tiene recuerdos falsos todo el tiempo, incluso si crees que tienes la mejor memoria del mundo”, asegura Julia Shaw, psicóloga del University College de Londres.
Shaw se refiere particularmente a la memoria autobiográfica, “los recuerdos de nuestras vidas que a menudo vienen acompañados de un pie de página llamado ‘componentes multisensoriales’: recordar cómo se sentía algo, a qué sabía, cómo se veía, cómo sonaba... con emociones involucradas”.
“Esos (recuerdos) son mucho más complejos que (recordar) un suceso”, explicó Shaw en el programa de la BBC “Life Scientific”.
Por ejemplo, si estás recordando un suceso tipo “el 11 de septiembre de 2001 fue el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York”, no tienes que acceder a tantos lugares en tu cerebro.
Pero al revivir una experiencia propia, necesitas conectar todas las partes del cerebro responsables de las diferentes sensaciones, formando una red de neuronas grande e intrincada.
Los recuerdos, advierte Shaw, no son el registro exacto del pasado que nos gustaría pensar que son.
La forma en que recordamos es irremediablemente defectuosa, señala, y a menudo guardan poca relación con eventos verificables, algo que se ha confirmado una y otra vez en estudios científicos.
Crisis de identidad
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo el escritor Jorge Luis Borges, quien entendió muy bien que los recuerdos son realidades dinámicas, mutantes e imprecisas.
Pero, si “somos nuestra memoria”, y ésta es tan poco fiable... ¿somos mentiras?
En cierto sentido, sí, pero el hecho de que nunca podamos estar seguros de si lo que recordamos es cierto no debe preocuparnos, según la experta en recuerdos falsos.
“Creo que es una visión muy importante de cómo funciona nuestro cerebro”, apunta.
“Y, en última instancia, nuestros cerebros no están ahí simplemente para registrar el pasado de manera perfecta y confiable.
“Están ahí para navegar por el presente y pensar en el futuro”.
“Son estas cosas maravillosas y creativas que son excelentes para resolver problemas, que nos permiten ser inteligentes, recombinar creativamente piezas de información que hemos recogido en el pasado y juntarlas de una manera que nunca antes habíamos hecho para crear una nueva historia, una nueva solución, una nueva idea.
“Para eso está optimizado y, por lo tanto, cosas como los falsos recuerdos son un subproducto de esa increíble capacidad de inteligencia”.
Shaw describe los recuerdos como figuras de arcilla sin secar: “cada vez que vuelves a tomar una pieza, la remodelas y potencialmente haces una muy diferente a la que tenías”.
Les quitas y les pones partes, porque olvidas algunas o porque te tomas prestados recuerdos de otras personas u otras fuentes.
“Lo intrigante de los recuerdos es que no tenemos acceso a la versión original, sólo a la que hicimos la última vez”.
¿Intrigante o inquietante? Tal vez ambos... y quizás tanto como los experimentos que ha hecho Shaw y otros expertos en esta rama.
Implante de memorias
Shaw se hizo conocida por un experimento que realizó para su doctorado, en el que mostró cómo un grupo de estudiantes creaban recuerdos falsos.
Y no estamos hablando de pequeños detalles: los estudiantes terminaron describiendo cómo, hacía pocos años, habían agredido a personas o habían sido atacados por un animal, cuando en realidad no había sucedido tal cosa.
Pero no lo hicieron por sí sólos: Shaw los indujo a pensar así en sólo tres sesiones.
Se valió de información proporcionada por los padres de los voluntarios para implantarles memorias.
Tras ganarse su confianza, les decía, por ejemplo, que sus padres le habían contado que cuando tenían 14 años habían atacado a alguien con un arma y la policía había estado involucrada.
“Luego introducía detalles de la vida real, como ‘tu amigo Alan estaba presente’ y les decía que ocurrió en el lugar en el que vivían en esa época. Eso es suficiente para que alguien piense ‘tal vez eso sucedió’”, apunta Shaw.
Paso seguido, les ofrecía ayudarlos a recordar lo que ella sabía era irrecordable, y los guiaba en ejercicios de imaginación.
“Al final, la cantidad de detalles que me dieron superó con creces mis expectativas”.
No sólo eso: “un asombroso 70% de los participantes en nuestro estudio crearon falsos recuerdos de actividades delictivas”.
“Desde una perspectiva puramente científica, eso es emocionante”, señaló.
Pero, ¿y desde la humana?
Al fin y al cabo, llevó a un grupo de voluntarios a vivir durante semanas con memorias muy desagradables, y luego reveló que había sido un engaño.
La psicóloga subraya que el estudio “pasó por una extensiva aprobación ética, por supuesto, porque era una gran manipulación”.
Y asegura que cuando les explicaron a los participantes de qué se había tratado el estudio, “la mayoría sintió alivio y ninguno se enojó, al menos no me lo dijeron”.
Desde su punto de vista, “fue una gran experiencia de aprendizaje”.
“Nuestros recuerdos están siendo influenciados por personas, por lo general sin intención, todo el tiempo. Así que creo conveniente enseñarle a la gente a ser consciente de ello y a entender cómo funciona ese proceso”, señala.
Pero, ¿por qué lo hizo?
“Quería estudiar algo llamado pensamiento criminal, y siempre me interesó el cerebro ‘normal’, no tanto patologías sino cómo la gente común puede convertirse en delincuente”, explicó la psicóloga.
Por eso preguntó si se podía hacer que la gente se confesara culpable de crímenes que no habían cometido.
“No sólo que dijeran que lo hicieron, sino que realmente lo creyeran. La respuesta es: sí, puedes”, indica.
Es una manifestación de cuán endeble es “la cortina que separa nuestra imaginación y nuestra memoria”, como escribió la más destacada de las psicólogas en este campo, Elizabeth F. Loftus, quien hizo experimentos similares.
En el banquillo
Luftus, considerada como una de los psicólogos más eminentes del siglo XX por la Asociación Estadounidense de Psicología, contribuyó a cambiar la idea dominante hasta hace unas pocas décadas de que nuestros recuerdos eran representaciones literales de eventos pasados guardados en una especie de biblioteca mental.
Por el contrario, escribió la autora de decenas de libros: “Nuestra representación del pasado es una realidad viva y cambiante”.
Y destaca: “No es un lugar allá atrás que se conserva en piedra, sino un ser vivo que cambia de forma, se expande, se encoge y se expande de nuevo, una criatura parecida a una ameba”.
Los recuerdos no se reproducen, sino que se reconstruyen.
La investigación sobre la ciencia de la memoria, además de dar pistas fascinantes sobre el funcionamiento de la mente, ha repercutido en la justicia penal, que depende en gran medida de las declaraciones de testigos y sospechosos.
Y pocos psicólogos han sido más influyentes que Loftus en revelar cómo los procedimientos estándar en ese campo pueden contaminar la memoria.
El lenguaje usado para describir un evento puede cambiar la forma de recordarlo, de manera que, por ejemplo, preguntas capciosas pueden distorsionar desde las declaraciones de sospechosos en interrogatorios policiales hasta los testimonios de testigos de la defensa o fiscalía.
Es por eso que expertos como Luftus y Shaw son a menudo llamados a examinar las pruebas en casos judiciales.
“Casi siempre somos contratados por la defensa, por la naturaleza de nuestro trabajo, no porque queramos”, señala Shaw.
“La razón es que cuestionar la memoria de alguien tiene la capacidad de introducir duda razonable”.
En la mayoría de los sistemas acusatorios, la evidencia de la fiscalía debe estar más allá de la duda razonable para validar una condena criminal.
Si en cualquier instancia del proceso, al aplicar la ciencia de los recuerdos falsos, se detectan posibles manipulaciones que puedan dar lugar a detalles distorsionados, cambiados o hasta a recuerdos completamente implantados, “damos señal de alarma”, dice Shaw.
Comprender lo frágiles y engañosos que pueden ser nuestros recuerdos, señala, ayuda a prevenir errores judiciales.
Eso suena beneficioso, pero a muchos les preocupa que cuestionar la memoria de alguien en los tribunales dificulte aún más que las víctimas de delitos sexuales, en particular, sean escuchadas.
Y varios juicios contra acusados de alto perfil que han contratado a Luftus como testigo de la defensa parecen justificar esa preocupación, incluidos los de Bill Cosby, los jugadores de lacrosse de Duke acusados de violación en 2006 y Harvey Weinstein, por mencionar algunos.
Por supuesto que siempre impera la presunción de inocencia y todo el mundo merece defensa.
Sin embargo, en los casos de abuso, en los que a menudo es la palabra de uno contra la del otro, es singularmente difícil ver cómo la ciencia de la memoria pone en tela de juicio los recuerdos de las víctimas obligadas revivir el momento.
“Tenemos que ser muy cuidadosos y no asumir que los recuerdos no son pruebas suficientes. Ese no es el caso”, subraya Shaw.
“Si no pudiéramos confiar en los recuerdos, nuestro sistema legal colapsaría y ciertos tipos de delitos nunca serían condenados”.
Lo crucial, para la experta, “es educar al público”.
“Siempre aconsejo que si te sucede o eres testigo de algo importante, lo registres fuera de tu cerebro”, afirma, y concluye: “Necesitás entender cómo puede cambiar tu propia memoria para que puedas preservarla lo mejor posible”.
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