La idea de que el alcohol es relajante sigue siendo un poderoso mito con el que la ciencia y la medicina no están de acuerdo
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Después de un día largo y estresante, me encuentro sentado a menudo con una cerveza o una copa de vino. Rituales como estos son la señal de que la jornada laboral terminó y que llegó el momento de la diversión y la relajación.
El problema es que con el tiempo esta forma de beber no funciona. El consumo regular (y excesivo) de alcohol está asociado con la depresión y la falta de sueño. Y las investigaciones muestran que también puede aumentar los niveles de ansiedad a largo plazo. Sin embargo, la idea de que el alcohol es relajante sigue siendo un poderoso mito.
Hay evidencias que sugieren que muchas personas comenzaron a beber más durante la pandemia de covid-19 para intentar relajarse. Profundizar en la historia del alcohol puede ofrecer algunas ideas sobre por qué prevaleció este mito.
¿Fines medicinales?
A lo largo de la historia, el alcohol se utilizó con frecuencia con fines medicinales y se considera que tiene muchas propiedades útiles, incluso como antiséptico y anestésico. Estudié cómo los exploradores del siglo XIX y principios del XX usaban la bebida.
Observar el comportamiento de los viajeros puede arrojar luz sobre la comprensión científica y médica del alcohol. Porque, en una era anterior a los ensayos clínicos, los escritores médicos recurrieron a las narraciones de los exploradores para recabar pruebas sobre los efectos en la salud de diferentes alimentos y bebidas.
Por lo tanto, sus escritos pueden ayudarnos a conocer los enfoques anteriores sobre el alcohol y la salud. De hecho, muchos exploradores victorianos del Ártico bebían un vaso de ron “para calentarse” al final de un largo día en trineo. Decían que les ayudaba a dormir, a relajarse y a aliviar las tensiones.
También los viajeros británicos en el este de África bebían a menudo pequeñas cantidades de alcohol al final de un día de viaje. Lo consideraban una “medicina” útil que los ayudaba a lidiar tanto con los efectos de la fiebre como con las tensiones emocionales del viaje.
En una guía de consejos para viajes publicada en 1883, George Dobson, un cirujano del ejército británico, aconsejó que en climas cálidos “el trabajo continuo, como el de los deportistas y los viajeros, no se puede mantener por mucho tiempo sin la ayuda del consumo ocasional y sensato de alcohol”.
Salud y equilibrio
Inicialmente y en pequeñas dosis, el alcohol parece actuar como un estimulante, ya que hace que el corazón lata más rápido, y da más energía. Sin embargo, pronto actúa como un depresor, inhibiendo la acción del sistema nervioso central, lo que ralentiza los tiempos de pensamiento y reacción.
Estos efectos sobre la salud fueron particularmente importantes en la medicina de principios del siglo XIX, ya que algunos médicos teóricos veían el cuerpo como un sistema que debía mantenerse en equilibrio.
Y los estimulantes o depresores se consideraban una forma importante de restablecer el equilibrio si alguien no se encontraba bien.
Con el tiempo, estos puntos de vista se volvieron cada vez más impopulares entre los científicos y los médicos, y fueron reemplazados por teorías de la enfermedad que buscaban determinar las causas de infección más específicas. Por ejemplo, la “teoría de los gérmenes”, que se propuso por primera vez en 1861, mostró que muchas enfermedades eran causadas por microbios y no por el clima.
De manera similar, los médicos británicos se estaban interesando cada vez más en el papel de los mosquitos en la propagación de la malaria. Tales desarrollos llevaron a nuevos enfoques médicos que buscaban prevenir y tratar enfermedades comunes en las regiones cálidas. El alcohol también podría usarse para mezclar otras drogas.
Crítica hacia la bebida
Pero las actitudes médicas cambiantes hacia las enfermedades no fueron el único factor en la disminución del consumo de bebida medicinal en las expediciones Las crecientes críticas a la bebida de los expedicionarios también fueron el resultado del cambio de actitudes sociales y de la medicina hacia el alcohol.
Esto se debió en gran parte al movimiento por la templanza, una campaña arraigada en el cristianismo evangélico que buscaba desalentar (y a veces prohibir por completo) la venta de alcohol. Incluso aquellos que consideraban aceptable el consumo moderado de alcohol comenzaron a preocuparse de que en realidad podría ser más peligroso en condiciones climáticas extremas.
Por ejemplo, la Expedición Nacional del Ártico (1875-1876) fue criticada por distribuir una ración de ron, con sugerencias de que había contribuido a un brote de escorbuto, que supuestamente se manifestó primero entre los bebedores empedernidos de la expedición.
Críticas como estas supusieron que los exploradores se esforzaron cada vez más por enfatizar que su consumo de alcohol era moderado y “medicinal”. A menudo lo hacían ingiriendo solo ciertos tipos de bebidas alcohólicas que, argumentaban, tenían mayores propiedades medicinales.
Esto normalmente significaba brandy, champán o ciertos tipos de vino. Pero el desacuerdo entre los médicos sobre qué bebidas eran más saludables era feroz. De hecho, muchas de estas bebidas se consideraban medicinales sin razones más allá del hecho de que eran caras.
Hoy en día, esas bebidas rara vez se consideran medicinales, pero las preocupaciones médicas sobre los efectos del alcohol no desaparecieron. Y, al igual que sus contrapartes victorianas, muchos médicos contemporáneos sugirieron que ciertos tipos de bebidas son más saludables que otras.
Estimulantes: alcohol o cafeína
Como muestra una investigación reciente realizada por mi colega Kim Walker y yo, los estimulantes (incluido el alcohol) siguieron siendo una medicina popular para los viajeros europeos en África hasta finales del siglo XIX y principios del XX. En parte esto se debió a que eran relativamente baratos, fáciles de administrar y producían efectos perceptibles en la mente y el cuerpo del bebedor.
También se creía que remediaban la creencia persistente de que los climas cálidos eran físicamente dañinos y psicológicamente deprimentes. En la misma guía de viaje de 1883, Dobson se quejó de “los efectos deprimentes del clima” para respaldar su prescripción de alcohol.
En consecuencia, algunos viajeros vieron las bebidas alcohólicas como estimulantes útiles para ayudar a combatir estos efectos. Incluso aquellos que se oponían a la bebida expedicionaria todavía consideraban importantes las bebidas estimulantes, pero en su lugar recetaban “una taza de café”. La comprensión médica de la bebida cambió considerablemente en los últimos 150 años.
Pero estudiar cómo los exploradores victorianos y eduardianos abordaron el alcohol también muestra continuidades importantes. Entonces, como ahora, las prácticas de consumo de alcohol están determinadas no solo por el conocimiento médico, sino también por las actitudes culturales hacia las diferentes bebidas y los entornos en los que las consumimos.
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