Por qué no siempre los personajes del año son los que nos inspiran
¿Quién se animaría a decir que Donald Trump, el nuevo empresario-presidente de los Estados Unidos, no es -con todo- el personaje del año? ¿Y alguien discutiría que la muerte de Fidel Castro, el Brexit europeo y las encuestas fallidas alrededor del globo marcaron con el peso de los grandes hitos este 2016? Aquí, en nuestro país, pasaron doce largos meses de transiciones políticas, de confianza ciega en el "segundo semestre" que ahora vemos cómo se termina, de tristes muertes de chicos en una fiesta -esta vez electrónica- que, por sus negligencias, tanto nos recuerda cómo duele todavía la herida de Cromañón. Nadie puede negarlo, no, pero a ninguno de estos hechos se refiere este Anuario que, una vez más, sale a rescatar las figuras de 50 personas que nos inspiraron, que nos emocionaron, que contagiaron con su ejemplo y se hicieron visibles para suerte de todos los demás.
Empezando por Juan Martín del Potro, apoteósico, personaje central de esta edición aniversario por razones que están más en el fondo que en la superficie, que tienen más que ver con esa capacidad de recomponerse de situaciones traumáticas -a la que hoy llamamos resiliencia- que con el otro triunfo, el que aún se festeja: la primera Copa Davis para la Argentina.
En general, fue un período de muchos buenos ejemplos deportivos. Y ocurrió, sobre todo, en virtud de unos Juegos Olímpicos con un medallero dorado que nos puso tres veces los ojos como soles. Sin ir más lejos, el primer día ya todos volvieron a repetir “¡qué grande es la Peque Pareto! Y luego, ¡qué aguerridos Los Leones! Pero más tarde asomó una historia de superación conmovedora detrás del logro deportivo sobre el agua que consiguió la dupla de Cecilia Carranza y Santiago Lange. Él le ganó una vez más… a todo.
Además de ese ídolo de todo atleta contemporáneo que es Usain Bolt, quien dijo adiós a las pistas, Yanina Martínez, joven rosarina con parálisis cerebral, corrió rápido y esparció su alegría en los otros juegos, los Paralímpicos. Bertrand Piccard dio la vuelta al mundo en un avión propulsado por energía solar y nos dejó pensando que es posible un futuro de energías limpias. Con sólo 7 años, Bana Alabed se convirtió desde Twitter en la voz de los niños de Aleppo, una arista del drama de los refugiados sirios. Y acá nomás, en General Pico, una abuela de 89 años, Emma Barraza, salió del analfabetismo y fue la abanderada del Bicentenario este 9 de julio histórico.
Casualidad y no tanto, la cultura celebró la vuelta al país de un erudito como Alberto Manguel, que tomó las riendas de la Biblioteca Nacional en un año borgiano. Aplaudió a un José Emilio Burucúa brillante con su premio Konex de Humanidades. Celebró, primero, que una historia de Eduardo Sacheri –historias que tuvieron ya un Oscar– ganara otro premio internacional, el Alfaguara. Y se atrevió a discutir, sin ofender, la grandeza de Bob Dylan para un Nobel de Literatura que, sí, ya sabemos, no fue a buscar a la ceremonia en Suecia. A propósito de distinciones –y sin llegar aún al caso de Juan Manuel Santos, el presidente de la paz–, Oscar Martínez recibió el premio mayor para un actor en Venecia por su papel de Daniel Mantovani en el El cuidadano ilustre, laurel que nunca antes había conseguido un argentino.
Uber, Snapchat, Pokémon en nombre de la realidad aumentada y otros avances tecnológicos nos entretuvieron durante este año con el permanente desafío que trae siempre implícito adaptarse a lo nuevo: “Muta, Migra o Muere”, reza el autor de una de estas notas, y habrá que hacerle caso o... Osvaldo Gross multiplicó sus fans en redes sociales a merced de las recetas dulces que lo consagraron como el mejor pastelero de América latina, pero Mauro Colagreco fue más lejos: ungido con la Orden Nacional del Mérito, en Francia, trepó con su restaurante en el top ten de los mejores del mundo.
Músicos, actores, escritores, cineastas, pintores, nos salpicaron un poco con la magia de sus creaciones: de Los Fabulosos Cadillacs a Beyoncé, de Elena Ferrante a Daniel Burman, de Ai Weiwei a Marilú Marini. Y otros músicos, escritores, pintores se fueron –Bowie y Prince, Salgán y Mores, Eco y Macció, Kosice y Gorostiza, todos, siempre, antes de tiempo–, dejándonos su poesía, la sabiduría hecha colores que alimenta las almas.
2016 se nos escurre de las manos. Si lo atrapamos bien, sólo por un instante más, revivirlo puede ser como un largo y fresco sorbo inspirador.