Por qué no existen las remeras de un dólar
Confeccionar esa prenda demanda 2700 litros de agua. Y para llegar a un placard, muchas veces viaja unos 15.000 km. El costo invisible lo paga el Planeta y esa persona que gana 11 centavos de dólar por hora
“Antes creíamos que era inteligente comprar una remera por un dólar. Y le dijimos a nuestros amigos lo buenos que éramos. Pero hace unos años tuvimos el colapso de un edificio de la fábrica textil de Rana Plaza en Bangladesh. Todo el mundo pudo ver lo que sucedió allí. Unas 1050 mujeres inocentes perdieron sus vidas. Ganaban 11 centavos la hora. En el país con el siguiente salario más bajo, Vietnam, se paga 26 centavos la hora. Claramente ya no parece tan cool. ¿Va uno a asumir la responsabilidad de que estas mujeres inocentes pierdan sus vidas? Es lo más cercano a la esclavitud moderna”. Quien habla no es un activista de Fashion Revolution, un movimiento mundial surgido tras el derrumbe de Bangladesh para denunciar en trabajo esclavo en la industria de la moda. Es Paul Polman, CEO de Unilever, el gigante del consumo a nivel mundial, siempre crítico del sistema capitalista global, en una entrevista con La Nación, durante su visita a la Argentina, hace un año.
¿Sabemos de dónde proviene la ropa que usamos? ¿Tenemos alguna idea de cuántos kilómetros ha recorrido ese abrigo que casi nunca nos ponemos para llegar hasta nuestro placard? ¿O qué manos la cosieron? ¿Quién le colocó ese cierre que a veces se zafa? ¿En qué tipo de cuerpo estaba pensando la persona que diseñó aquel jean que compramos? ¿Después de elaborar esta prenda, esa persona salió de su trabajo y se fue a tomar una cerveza con amigos? ¿Tiene una vida feliz?
La mayor parte de la ropa importada que usamos en la Argentina viene de la China; el 62% de las prendas, según estadísticas del sector. La explicación es sencilla. Además de los acuerdos comerciales con ese país, la ropa que recibimos es la más barata del mundo: cuesta unos 25 dólares el kilo. En el ranking de los mayores volúmenes de ropa importada sigue la India, donde el kilo de ropa se paga a 45 dólares; luego Camboya, a 32 dólares el kilo; Vietnam y Turquía, que rondan los 40 dólares por kilo. La lista continúa con Indonesia, Paraguay, Bangladesh, Uruguay, Perú, Tailandia, Filipinas y Myanmar, y algunos otros.
De cada cinco prendas que usamos los argentinos, una viene de otro país. Pero los componentes importados de nuestras propias prendas son mucho mayores aún, según estimaciones del INTI: un 70%. Quiere decir que algunos de sus procesos se realizaron fuera de la Argentina.
El desafío #ChauDiez
Hace un año, Soledad Vallejos y yo, embarcadas en Deseo Consumido, hicimos un chequeo de nuestros placares. Encontramos cosas como una remera confeccionada en China. Navegó 19.618 km. para llegar, después de unos 40 días, a mi casa. Otra, de Bangladesh, que recorrió 16.984 km. hasta el placard de Sole. Y otra que compré en Uruguay, de una marca de los EE.UU. famosa por vender remeras a dos dólares, muestra una etiqueta con la leyenda «Made in Mexico with Imported Materials». De China a México, 21.133 km. De ahí a los Estados Unidos otros 3300 km, luego 13.160 a Uruguay, y de Uruguay a Buenos Aires otros 225 km, realizando el trayecto principal en barco. Finalmente descubrí que ha recorrido unos 37.818 km por el mundo a fin de que yo pagara cuatro dólares para tenerla en mi estante. Lleva más de un año allí. La había usado una sola vez. Ese día, después de hacer esas cuentas, Sole y yo decidimos empezar a sacar de nuestro placard todas aquellas prendas que no usáramos. Y definitivamente, dejar de sumar prendas por la única razón de que fueran baratas. Ese fue el génesis del #ChauDiez.
Pero la trayectoria realizada por nuestra ropa no es gratis. En aquel derrumbe, en Bangladesh, unas 1133 personas murieron al quedar atrapadas en una enorme fábrica en la que trabajaban unos 3000 operarios. Los responsables habían recibido advertencias de las autoridades por las grietas que había en los techos, debido a las pesadas maquinarias, pero siguieron adelante. El 78% de las exportaciones de Bangladesh provienen del sector textil. El país tiene más de 25.000 fábricas textiles y apenas 98 inspectores. El salario promedio es de unos 38 euros.
Gema Gómez, la directora de Fashion Revolution en España dice que el sector textil es responsable del 10 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono causantes del cambio climático. Además, el 20% de los vertidos químicos tóxicos que reciben los ríos y mares proviene de la industria de la moda. Cada año se pierden unos 120.000 km2 de tierra que se convierte en infértil debido al sistema de producción agrícola, en el que está incluido el algodón.
Para producir una remera de algodón que se paga a uno o dos dólares, como la que cruzó casi 38.000 km. para llegar a mi placard y casi no ser usada, se necesitan 2700 litros de agua.
El 80% ocioso del placard
Gómez asegura que la media de uso de una prenda en Europa es de seis veces. Seis veces se usará antes de pasar al olvido. «Eso dicen las estadísticas. Es bastante común que alguien señale que tiene ropa en el armario que ni se ha puesto. Al 20 por ciento de toda la ropa que tenemos le damos un 80 por ciento de uso. Y al otro 80 por ciento de la ropa apenas le damos un uso del 20 por ciento. Así es el armario de todo el mundo; tenemos demasiado de muchas cosas», resume.
“La gente está empezando a tomar conciencia”, dice Polman. Y llama la atención encontrar empresarios que piensen así. Dice que se encuentra convencido de un camino que supone irreversible. “Tenemos una obligación como compañía, más que nada como personas, de hacer un aporte positivo para resolver estos problemas. Las cosas en las que tenemos que concentrarnos si queremos hacer que funcione este mundo son la reducción de la pobreza, las metas de desarrollo sustentable y, por el otro lado, el cambio climático”, dijo Polman.
Después de todo, si “ya no es cool comprar una remera de un dólar”, ¿qué sentido podría tener, entonces, producirla?
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La autora es periodista de LA NACION. Junto a Soledad Vallejos, estuvo un año sin comprar y escribe sus experiencias y conclusiones en la plataforma Deseo Consumido.
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