Las caídas son la segunda causa de muerte accidental en el mundo. Y el número de accidentes por esta razón está aumentando. Te contamos por qué y qué puedes hacer para evitarlo.
Después de los accidentes de tráfico, las caídas son la segunda causa de muerte accidental en el mundo. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud de 2018, cerca de 646.000 personas mueren cada año como resultado de una caída, mientras que 37,3 millones de caídas son lo suficientemente graves como para requerir atención médica.
El número no solo es grande sino que, en las últimas dos décadas, la cifra se ha duplicado, y la edad a la que normalmente comienzan a producirse las caídas (que ocurrían típicamente en adultos de más de 60 o 65 años) está adelantándose.
Los datos muestran que, en parte, los seres humanos estamos perdiendo la capacidad de mantenernos en equilibrio, una habilidad tan natural para nosotros que rara vez nos damos cuenta de todos los procesos que involucra.
¿Cómo hemos ido perdiendo esta destreza y qué podemos hacer para recuperarla?
Operación compleja
Aunque mantenernos erguidos y en equilibrio es algo que nos sale naturalmente, se trata de una actividad que pone en marcha varios procesos físicos y cognitivos que se retroalimentan mutuamente.
"El equilibrio requiere de una serie de información sensorial", le explica a BBC Mundo Dawn Skelton, profesora del Departamento de Fisioterapia y Paramedicina de la Universidad Glasgow Caledonian, en Reino Unido.
"La visión es uno de los elementos principales, pero no el único. Tus ojos trabajan con tus oídos y el sistema vestibular del oído interno (una serie de canales con fluidos que se mueven cuando mueves la cabeza, para decirle al cerebro en qué dirección se encuentra y cuán rápido se mueve)".
Con esta información, los músculos de las piernas y el tronco se acomodan para mantener la postura.
Este sistema que combina diferentes elementos comienza a entrenarse durante la infancia, y de su desarrollo dependerá nuestra capacidad de mantenernos en equilibrio en el futuro.
"Si miras a un niño pequeño que está aprendiendo a mantenerse de pie, verás que se tropieza y se cae todo el tiempo", explica Skelton.
"Para cuando tiene dos o tres años deja de caerse con tanta frecuencia. Esto se debe a que el sistema nervioso está empezando a integrar la información de los músculos, los ojos y los oídos y a entender mejor cómo mantener el equilibrio. Y al jugar y hacer mucha actividad física, pone todo esto en práctica de forma regular".
Caídas anticipadas
El gran problema es el cambio en nuestro estilo de vida, que desde la infancia se ha tornado mucho más sedentario y, como consecuencia, la posibilidad de practicar ha quedado reducida.
"Hace dos generaciones, la mayoría de los niños iba caminando a la escuela y no sentado en un auto. Pero también en las escuelas ahora se hace mucha menos actividad física", señala Skelton.
La vida fuera del colegio sigue patrones similares, con actividades centradas mayormente alrededor de una pantalla.
"Si te la pasas mirando una pantalla, tu visión se verá afectada. Mirar por mucho tiempo algo que está cerca de ti hará que te vuelvas miope porque no estás utilizando los ojos para mirar más lejos, y la visión es parte del mecanismo de equilibrio".
"Si no puedes ajustar rápidamente tu visión de algo que está cerca a algo que está lejos, tu equilibrio sufrirá".
Si los mecanismos que entran en juego no tienen tiempo para desarrollarse completamente cuando somos jóvenes, y luego de adultos hacemos trabajos sedentarios que no representan un desafío para el equilibrio, cuando llegamos a la vejez, la vulnerabilidad a las caídas aparece más rápido, argumenta la experta.
"Mi preocupación no es solo el equilibrio, sino qué va a ocurrir con los índices de fracturas. Como no hemos construido suficiente densidad ósea, también se producirán antes".
Al final, concluye, se trata de un concepto muy simple: lo que no usas, lo pierdes. "Cuando dejas de usar tus músculos, desaparecen, y lo mismo pasa con la densidad ósea. En una semana puedes perder hasta un 1% y recuperarla puede tomar un año".
Salud mental
Otros factores que afectan al equilibrio tienen que ver con nuestro estado emocional y salud mental.
"El perfil físico de pacientes con esquizofrenia se caracteriza por una marcha lenta y una zancada reducida, los que padecen trastornos de ansiedad se caracterizan por trastornos del equilibrio y los que padecen depresión, por una marcha lenta y una postura encorvada", señala un estudio publicado a principios de este año por un equipo de investigadores liderados por Ron Feldman, del Departamento de Anatomía y Antropología de la Escuela de Medicina Sackler de la Universidad de Tel-Aviv, en Israel.
En el caso de las personas deprimidas, como tienden a acomodar la cabeza —cuyo peso promedio oscila entre los cinco y seis kilos— más hacia adelante, todo el peso del cuerpo está inclinado en esa dirección, y eso hace que sea más fácil perder el equilibrio, sobre todo porque nuestra base —los pies— son relativamente pequeños en relación al tamaño del cuerpo.
Además, "como la gente deprimida tiende a dar pasos más cortos, sin levantar mucho los pies, es más fácil que se tropiecen", explica Skelton.
Todos estos efectos se producen sin tomar en cuenta la medicación, que también es otro factor que puede alterar el equilibrio.
Con relación a la ansiedad, los músculos están en un estado de alerta constante debido a la circulación de adrenalina.
"Esto quiere decir que el sistema nervioso está muy alerta, concentrado en lo que puede o no puede pasar, pero no en mantener el equilibrio", dice la investigadora.
Equilibrio en movimiento
Afortunadamente, hay mucho que podemos hacer para fortalecer nuestro sentido del equilibrio.
Todo tipo de ejercicio ayuda, pero particularmente aquellas actividades o deportes que se desarrollan en movimiento, dice Skelton, en donde que muchas cosas ocurren al mismo tiempo y tenemos que girar la cabeza con regularidad, y el cerebro debe trabajar intensamente para mantenernos en equilibrio.
Algunos ejemplos son bailar, deportes con raqueta, fútbol, o andar en bicicleta (no en un velódromo, sino en un sitio donde tengamos que prestar atención al entorno).
Pero no tienen que ser necesariamente actividades que exijan mucha fuerza o gran destreza física.
Caminar es muy bueno, sobre todo en una superficie irregular, para que el sistema nervioso se active para no caernos.
"El equilibrio no es solo cuestión de tener tobillos fuertes o flexibles, se trata también de que nuestro cerebro integre información rápidamente, y actúe velozmente en función de ella", explica Skelton.
En el caso de las personas mayores o frágiles, simples ejercicios como pararse en un pie, o subir y bajar en puntas de pie, o caminar para atrás (con ayuda y extremo cuidado) también ayudan a fortalecer el equilibrio.
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