Tierra del Fuego y Santa Cruz encabezan el ránking de porcentaje de residentes nacidos en otras provincias; las razones del fenómeno
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EL CALAFATE.- Pablo Barone llegó a Ushuaia junto a su madre y su hermana en la década del 90. Allí los esperaba su padre, quien había llegado a trabajar en una fábrica. En la lejana Concordia, Entre Ríos, apenas quedó el perro de la familia, a quien debieron regalar antes de partir, uno esos pequeños grandes hechos que marcan el desarraigo en la memoria de un niño de 10 años. Cuando la familia Barone llegó al “fin del mundo” no sabían dónde quedaba, ni tampoco que el futuro que les esperaba si bien era promisorio, no estaría exento de momentos duros para todos.
La de los Barone es una historia que se parece a miles de historias de vida en la Patagonia, la región más alejada y despoblada del país, que creció de la mano de migraciones internas y externas. Según los datos registrados en el Censo 2022 de INDEC y analizados por el equipo de LN Data, Tierra del Fuego, con el 57,6% encabeza el ranking de provincias cuya población residente habitual nació en una jurisdicción distinta de donde fue censada o en otro país, seguida por Santa Cruz, con el 45,6%, CABA, con el 33,7%, y Neuquén, con el 32,1%.
¿Qué lleva a una familia, o a una persona sola, cruzar el país, o un continente, en busca de un futuro? ¿Es el trabajo, el amor, el desafío o una búsqueda desesperada de encontrar una tierra de oportunidades?, ¿Y el desarraigo, las costumbres, y las nuevas raíces? “Nadie emigra sin que medie el reclamo de alguna promesa”, enuncia el poeta y ensayista Hans Magnus Enzensberger, en su ensayo La gran migración.
Algunas de esas preguntas empezaron a rondar a Pablo Barone y, en la búsqueda de armar su propio rompecabezas interior, las transformó en un ensayo fotográfico, Gigantes de pie, en el que retrató la historia de las fábricas de Tierra del Fuego en su momento más alto y también en su decadencia, retrató a sus padres y hasta quedó él mismo retratado cuando pasó unos años trabajando en la cooperativa Renacer, que nació tras el cierre de Aurora Grundig.
“Yo decidí contar mi historia particular, que refleja muchas historias, acá todos vienen a trabajar y a buscar un futuro y en el medio pasan un montón de cosas, pero nadie lo cuenta por vergüenza, pero me ha pasado que muchos, cuando leyeron el libro o vieron las fotos, me paran y me cuentan su historia, que se parece mucho a la mía”, cuenta Barone desde Ushuaia en diálogo con LA NACION. El es parte del 58% de la población que nació fuera de la isla.
Cuando llegaron en 1992, su padre Roberto entró a trabajar en Sanyo y su madre en Aurora Grundig. Vivían apretados en la casa de una tía y de los primeros años recuerda que solo querían volverse a Entre Ríos. “Mi papá compró una casilla en el barrio Colombo. Y nos mudamos. La casa tenía agujeros por todos lados, pero nosotros preferíamos vivir ahí, y sentir que teníamos una casa”, cuenta Barone en el libro, cuya publicación autogestionó. Los buenos tiempos duraron poco, y a mediados de los 90 empezó el cierre de las fábricas.
La adolescencia le llegó en medio del conflicto, las carpas y la muerte del obrero Víctor Choque durante las protestas de los metalúrgicos en esos años. “En 1998, Aurora Grundig quebró definitivamente. Mamá me contó que la habían echado y que no la habían indemnizado, y que un grupo de gente había empezado a hablar la idea de formar una cooperativa”, detalla Barone. Al tiempo, a su padre también lo despidieron y empezó a trabajar haciendo la limpieza en supermercados.
“En esos meses mi viejo también iba a tirar la basura de La Anónima y había comida. Primero tímidamente y después ya no, mi papá empezó a traer a casa yogures vencidos, verduras aplastadas y algo de carne que al menos servía para alimentar a los perros. Yo no tomaba dimensión de lo que estaba pasando”, detalla en el libro. “Cuando llegaba mi viejo era una especie de fiesta. Revolvíamos las bolsas, lavábamos los yogures. Todos contentos. También venía gente a mi casa a buscar lo que nosotros no comíamos, compañeros de trabajo de mi mamá. Por suerte nunca nos enfermamos, salvo algún dolor de panza. Ahora me río, pero fue la época más difícil”.
Los Barone salieron adelante: Gladys junto a otros compañeros montaron la cooperativa Renacer sobre los restos de la vieja ensambladora Aurora Grundig. Pablo se fue a estudiar y con los años volvió a la isla y hasta compartió años de trabajo con su madre en la misma cooperativa en el área de Comercio Exterior. Formó su propia familia y tiene dos hijos. “Mis padres me enseñaron con el ejemplo, y todo eso quise dejar reflejado en el libro”, asegura Barone, quien hoy se define como fueguino y elige vivir en Tierra del Fuego.
Según el último censo, en Tierra del Fuego viven 184.958 habitantes en viviendas particulares, de los cuales 106.448, es decir el 57,6%, nació en una jurisdicción distinta a donde fue censado. De este porcentaje, el 50,9% (94.197) corresponde a los nacidos en otro distrito argentino y el 6,6% en otro país (12.251). ¿Esto siempre fue así?
El proceso más fuerte de crecimiento en la Isla se dio entre 1970 y 1991. En la década del 70 entra en vigencia el llamado Régimen de Promoción Industrial, la ley 19.640, y tanto Ushuaia como Río Grande recibieron un fuerte impulso, que se observan tanto en los censos de 1980 y de 1991. De 13.527 habitantes en 1970, la provincia pasó en 20 años a contar con de 69.369 habitantes.
Ahora bien, la pregunta que ronda en este marco de fuertes movimientos migratorio es “¿Quién es, o puede ser, considerado “fueguino”?. Esa fue una de las hipótesis que guió a los investigadores de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Mariano Hermida, Mariano Malizia, Peter Van Aert, en un artículo titulado “Migración e identidad: el caso de Tierra del Fuego”, publicado en la revista académica Identidades en 2016.
“Observamos que luego de un período de residencia, en un entorno demográfico considerablemente dinámico, la mayoría de los habitantes inmigrados se considera “fueguino”. El tiempo transcurrido pasa a ser, para quienes detentan más años de residencia, el fundamento elegido para apropiarse de dicha categoría. Al mismo tiempo, se diferencian de los otros. Otros que son, por oposición, los migrantes más recientes”, reflexionan en el documento, que resume parte de los estudios sobre el tema.
Para Hermida, a partir de los 90 se suman nuevos procesos de desarrollo, entre los que enumera la provincialización del territorio en 1991, el turismo y y el nuevo impulso a la producción tecnológica a la isla entre 2003 y 2015. En el año 2010 se creó la Universidad Nacional de Tierra del Fuego, UNTDF. Oriundo de Buenos Aires, Hermida llegó a Ushuaia en el 2013 con la apertura de la Licenciatura de Sociología. Además de su actividad académica y de investigación en la actualidad dirige el Instituto de Cultura Sociedad y Estado, uno de los cuatro Institutos que integran la UNTDF.
“En el 2010, la población nacida en Tierra del Fuego alcanzaba apenas el 34,9%, a partir de allí empieza a haber más población nacida en la isla que lo que había en el pasado, con lo cual los proceso de crecimiento migratorio se va ralentizando y los vegetativos se van acrecentando, aunque sigue siendo una provincia con saldo positivo, tanto migratorio como vegetativo”, afirma Hermida en diálogo con LA NACION.
Cruzar el continente
Hay quiénes en su viaje migratorio, saben que el pasaje muchas veces solo es de ida. Tal es el caso de María Antonieta Pinto, quien emprendió un viaje desde Tinaquillo en Venezuela a Río Gallegos, Santa Cruz. Ella es una de los más de siete millones de venezolanos viviendo fuera de Venezuela y parte del 7% de personas censadas en Santa Cruz que provienen de otro país.
En Santa Cruz, el 45,6% de la población que vive en viviendas particulares, nació en una jurisdicción diferente a donde fue censada. Es decir, solo el 54,4% (182.642) de los habitantes (335.677) son oriundos de la provincia. El 39% (130.924) provienen de otro distrito argentino y el 7% de otro país (22.111).
“Me vine para la Argentina porqué consideré que era el país que reunía mejores condiciones de educación para mis hijos”, afirma desde Río Gallegos, ciudad donde pasó sus últimos años y de la que partirá en los próximos días con rumbo a Bariloche en busca de un nuevo horizonte laboral.
María salió por tierra de Venezuela en 2017, logró llegar a Bogotá y desde allí tomar un avión hacia Argentina. Es licenciada en Educación Física, pero asegura que mientras sea honrada, ella puede hacer cualquier tarea. Trabajó de moza, ayudante de cocina, limpió departamentos, y en los últimos años de personal trainer en un gimnasio y en las colonias de vacaciones del municipio de Río Gallegos. Vivió en Mar del Plata y en Córdoba donde se reunió con su pareja, un médico venezolano, y desde allí emprendieron el viaje a Río Gallegos.
“El trabajaba para el Gobierno venezolano y gracias a una entrevista en un canal de televisión de Córdoba lo vieron los dueños de una clínica de diálisis en Río Gallegos, nos pagaron los pasajes y nos mudamos al sur. Yo tengo mucho que agradecer a la Argentina y a Río Gallegos”, cuenta María quien en los últimos años se inició en el fisicoculturismo como actividad deportiva y competitiva.
Instalada en la Patagonia, llegaron sus hijos desde Venezuela. Aquí hizo amigos, encontró compatriotas y se apoyó en la Pastoral Migratoria, que reúne a migrantes de todos los países. El año pasado, su pareja murió repentinamente y por estas horas se despide con mucho dolor de la casa en la que compartieron los últimos años. Su hija Adelheyz tiene 23 años y la acompañará a Bariloche, su hijo Juan Francisco, de 22, está haciendo sus primeras armas en el periodismo y decidió quedarse en Río Gallegos. Ella sabe que no estará solo, en el grupo de WhatsApp Venezolanos en Río Gallegos, estarán pendientes de él, al igual que Rosita, a quien considera su ángel guardián.
Rosita Díaz es docente, jubilada y uno de los motores del Equipo Diocesano de Pastoral Migratoria. Ella también se define como migrante: a los 20 años llegó a Río Gallegos desde Estación Sola, un pequeño pueblo de Entre Ríos. Aquí la esperaba su hermano, fue maestra de generaciones de santacruceños hoy está abocada al trabajo pastoral y contiene y entiende a los migrantes, como pocos.
“No me imagino viviendo en otro lugar más que en esta Patagonia, no reniego de mi familia biológica a quienes amo y los visito, pero el lugar donde decidí enraizarme es Santa Cruz, donde construí mi familia, mi esposo, mi hijo, y tantos amigos que son mi familia también”, cuenta Díaz. Ella es la verdadera tejedora de vínculos entre quienes llegan desamparados de afectos desde lugares remotos, a quienes ayuda a buscar vivienda, a conseguir trabajo, a tramitar papeles y documentos y sobretodo a crearles calor de hogar.
Si bien a nivel provincial, el porcentaje de los que nacieron en Santa Cruz es apenas un poco más de la mitad, 54,4%, en ciertos grupos etareos la cifra es aún más baja: de 30 a 44 años el porcentaje de nacidos en la provincia de Santa Cruz es 45%, de 45 a 59 años, 39%, de 60 a 74 años, 27%, y de 75 a 89, 22%. Los dos grupos que superan el porcentaje de nacidos en Santa Cruz promedio son el de 0 a 14, con el 81%, y el de 15 a 29, con el 61%.
Los datos se condicen con las vivencias de la Pastoral Social. “Nosotros constatamos que cada vez la población nativa va creciendo sustancialmente y se han ido reduciendo las migraciones internas”, explica Díaz.
La chilenidad
En Santa Cruz, los nacidos en el exterior representan el 6,6% (22.111) de los habitantes en viviendas particulares (335.677). De estos 22.111, más de la mitad, el 57% (12.616), son de Chile, el 18% de Bolivia (3910) y el 7% de Paraguay.
En cuanto al año de llegada al país, el 47% (10.381), llegaron antes de 1989 y 9% entre 1990 y 1999. Por lo que un 56% llegó antes de los 2000. Un 27% llegó después de los 2000. En el caso de los chilenos, el 73% llegó al país antes de 1989.
Los padres de Cristian Ampuero llegaron a Río Gallegos en 1974 desde Chile, que entonces atravesaba la dictadura del general Augusto Pinochet. El nació aquí rodeado de una fuerte colectividad migrante, hoy es profesor y licenciado en Geografía y codirige un equipo de investigación en la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, UNPA-UARG que analiza e indaga sobre las migraciones chilenas.
“Para entender el comportamiento migratorio en nuestro territorio debemos remontarnos a la cuestión histórica. Hay varias causas: a finales del siglo XIX y principios del siglo XX la ganadería ovina motorizó las primeras grandes corrientes migratorias, que empezaron a darse tanto desde Chile como desde otras provincias de nuestro país. Para ese entonces el índice de masculinidad era muy alto”, detalla Ampuero. En ese contexto explica que el carbón y el petróleo fueron las dos actividades productivas que definieron las migraciones en la segunda mitad del siglo XX. En tanto que la burocracia estatal y el empleo público emergen con la creación de la provincia, en 1958.
“En la década del 70, con la dictadura militar en Chile, se produce la expulsión de población chilena y la instalación de muchas familias migrantes aquí, en Santa Cruz”, precisa el profesor universitario y agrega que en el caso de la comunidad chilena mantiene viva tanto sus tradiciones como la expresión arquitectónica, que se puede percibir en los barrios Belgrano y Nuestra Señora del Carmen de Río Gallegos.
Esta historia quedó reflejada en dos libros, donde el equipo de investigación de la UNPA indagó y registró la impronta de la inmigración chilena sobre Río Gallegos y también en un podcast denominado Relatos de la chilenidad en Río Gallegos.
Para Ampuero, si bien las ciudades de Santa Cruz son pequeñas, la presencia del migrante se siente. Y no solo los de otro país, sino también de otras provincias: “Santa Cruz es un territorio con una gran diversidad migratoria y se expresa en las asociaciones y en los centros de residentes de las provincias. Lo cultural está muy presente y eso da arraigo”.
Durante la década del 90 se inició un movimiento de población de migrantes calificados para ocupar empleos que no estaban cubiertos en hospitales y educación. Y eso trajo aparejado cambios en quienes llegaban a Santa Cruz. Cada área trajo migrantes en función de la actividad productiva. Como el desarrollo del turismo en El Calafate y El Chaltén, o la actividad minera en los departamentos de Corpen Aike y Deseado.
“Yo comencé a estudiar por mi afectación en la universidad, pero también porqué siempre estuvo latente ese ser migrante. Toda esa manifestación cultural es lo que me llevó al estudio, el estar implicado y ser parte de un grupo migrante”, detalló Ampuero.
El destino y las circunstancias empujaron el camino hacia la Patagonia de miles de migrantes. Echar raíces en los suelos áridos y arcillosos, en cambio, es una elección de quienes nos quedamos.
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