Según especialistas este tipo de interacción provoca “buen humor”, en gran medida, porque ayuda a generar conexión con otras personas
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Típico. Hay cosas que uno no valora sino hasta que las pierde. Y una de las que se perdieron, al menos temporalmente durante la pandemia, y muchos comenzamos a extrañar, es lo que en inglés se conoce como small talk.
Son esas conversaciones casuales que mantenemos con extraños o gente que apenas conocemos de vista, en la fila del autobús, en la tienda, en el parque paseando al perro o en la impresora de la oficina, y que tratan sobre... la nada misma.
Incluso quienes dicen odiar estos intercambios banales —que en Reino Unido giran mayormente alrededor del clima— reconocieron durante el confinamiento sentirse apenados por su ausencia. ¿Por qué nos hacen falta? ¿Qué papel juegan realmente estas conversacionees en nuestro bienestar?
Conectados con el mundo
Este tipo de interacción “nos pone de buen humor. Eso es en parte porque nos ayuda a sentirnos conectados con otra gente, y eso es algo realmente importante para los seres humanos”, le dice a BBC Mundo Gillian Sandstrom, profesora de psicología de la Universidad de Essex, en Reino Unido, quien ha investigado el impacto de las relaciones débiles (en oposición a los lazos profundos) en la gente.
“Necesitamos sentir que somos parte de un grupo y parte de algo más grande”, agrega. Hablar sobre trivialidades con extraños nos hace sentir que podemos “confiar en la gente y que el mundo en general es un lugar seguro, igual que nuestra comunidad”. Pero además de esos beneficios, dice la experta, nos ayudan a aprender cosas nuevas.
“No aprendemos mucho de la gente que nos es más cercana, porque de algún modo sabemos lo que ellos saben, así que, irónicamente, adquirimos más información nueva de conocidos y extraños que de quienes son más próximos”. La falta de estos encuentros durante los confinamientos hizo que echáramos en falta esa sensación de novedad, enfatiza Sandstrom.
Esas conversaciones “traen algo nuevo e impredecible a nuestra vida. Cuando conversamos con un extraño no sabemos qué dirección tomará la conversación o de qué vamos a hablar. Eso puede asustar un poco, y es una de las razones por las que la gente evita hablar con extraños”.
“Pero esa imprevisibilidad es también uno de los grandes placeres que tiene”, dice. Habrás notado también que cuando uno no está de buen ánimo, no tiende a mostrarlo en uno de estos encuentros casuales.
Esto se debe a que tratamos de presentar nuestro mejor lado a quien no nos conoce bien, ya que queremos que el intercambio sea exitoso.
“Al actuar como si estuviéramos de buen humor, esto acaba haciéndonos sentir mejor”, explica Sandtrom, quien cree que todos estos efectos “son acumulativos”.
En el trabajo
No solo contribuyen a hacernos sentir más cómodos en el ámbito personal, sino que estas charlas superficiales nos permiten crecer y afianzarnos en el entorno laboral.
Son fundamentales “para la colaboración y para generar confinaza”, asegura Debra Fine, autora de The Fine Art of Small Talk (“El delicado de arte de la conversación trivial”).
“Pretendamos que eres mi jefa y me delegas trabajo. Si cada vez que interactuamos me das tareas y ni siquiera me preguntas cómo estoy, qué tal mi fin de semana, etc., si no haces nada para iniciar una conversación casual, no voy a tener ninguna conexión contigo”, dice Fine.
Y eso hará que eventualmente uno busque un trabajo donde se preocupen por uno o paguen más, por ejemplo. “Las conversaciones superficiales generan conexión y eso hace que a la gente se preocupe por las cosas”. Por otra parte, un estudio mencionado por Sandstrom encontró que las personas que tienen más lazos débiles, es decir, más conocidos en el trabajo, son considerados más creativos por sus supervisores.
“Eso está vinculado a la idea de que uno tiene acceso a más tipos de información: si hablas con gente de distintos departamentos de tu compañía, puede que aprendas un poco más y organices las cosas de forma diferente que alguien que solo habla con las mismas tres personas”, argumenta la psicóloga de la Universidad de Essex.
Y mientras que en algunas culturas es más común que en otras, la gran mayoría participa en esta clase de rituales.
Hace cerca de un siglo, el padre de la antropología social, el polaco-británico Bronislaw Malinowski, argumentó que el small talkno era de dominio exclusivo de las sociedades occidentales y que su objetivo no era comunicar ideas sino cumplir una función social: establecer vínculos personales.
Aunque la temática —así como las normas sobre lo que es aceptable y lo que no— varía según la cultura y región del mundo que se trate.
Así, mientras que en Reino Unido como mencionábamos antes comentar las condiciones climatológicas es un clásico, en otros países es frecuente iniciar una conversación en torno a la queja (cuánto tarda el autobús en llegar, qué mala es la atención en este establecimiento, etc.).
Aprendizaje
No todos se sienten como pez en el agua cuando se trata de entablar este tipo de diálogo con personas que no pertenecen a su círculo cercano.
Recuerdo a una amiga que solía mirar detenidamente por la mirilla y pegar la oreja a la puerta de su casa antes de salir para evitar cruzarse con sus vecinos. La mayoría de las veces quienes rehúyen de estas conexiones no lo hacen por falta de interés en el otro. Para muchos es un tema de personalidad: acercarse a otros les genera ansiedad porque temen una reacción negativa.
Pero también, lo evitan sencillamente porque no saben cómo hacerlo. “A menos que hayas nacido con este don y te salga de forma natural, la mayoría no lo hace bien”, explica Fine. No obstante, se trata de una habilidad que puede adquirirse observando y sobre todo, con la práctica.
Consejos para entablar conversaciones triviales... Lo primero que hay que recordar es que depende de uno iniciar una conversación. “No puedes esperar que alguien te hable en una fiesta o en un evento de la escuela. Tienes que ser tú el que está dispuesto a asumir el riesgo”, apunta Fine.
A menos que estés en una conferencia de trabajo, no preguntes “¿a qué te dedicas?”. “Es mejor preguntar ‘¿qué te mantiene ocupado?’ y la persona te puede contestar lo que sea que quiera decirte”.
“La clave es mostrar interés de forma tal que la otra persona te dé una respuesta real que requiera más de una palabra como respuesta”, señala la experta en el arte de la conversación. Por ejemplo: en vez de “¿qué tal tu fin de semana?”, que puede responderse simplemente con un “bien, gracias”, puedes decir: “Cuéntame lo más entretenido que te ocurrió el finde”.
Otra herramienta disponible es lo fue Fine llama información “gratuita”. Si estás en una reunión social, la otra persona seguramente conocerá al anfitrión igual que tú: le puedes preguntar cómo es que se conocen, por ejemplo.
Si participas en un evento como voluntario, puedes preguntarle a otro voluntario cómo fue que se involucró en esa organización. Debes evitar sobre todo el tipo de preguntas que matan la conversación.
En situaciones en las que no conozcas realmente a la persona, no le hagas preguntas de las cuales no sabes la respuesta, recomienda Fine. Es decir, es mejor preguntar “¿qué novedades hay en tu vida?”, en vez de algo sobre su marido al que viste hace un año, pues no sabes si siguen juntos o no, por ejemplo.
Y lo mismo sobre el trabajo: no asumas que sigue con el mismo empleo. “Es mucho mejor pedirle ‘cuéntame las novedades de tu vida laboral’, ya que la otra persona te contará lo que sea que te quiera contar sobre el tema”.
Otra recomendación que hace Fine es que no compitas cuando conversas, algo que muchos hacemos sin siquiera percatarnos. Esto es, si alguien te cuenta lo mal que se sintió trabajando solo desde la casa durante la pandemia, no le respondas que para ti fue peor porque además tenías a los niños en casa.
Es mucho mejor responder: “Siento que haya sido tan dificil para ti. Ya ¿puedes ver la luz al final del túnel?”.
Salir de ellas sin ser maleducado
Por último, acabar una conversación es tan importante como empezarla, sobre todo si no queremos quedarnos atrapados en una charla que parece no tener fin, pero tampoco queremos ofender o herir los sentimientos de nuestro interlocutor.
Fine recomienda indicar que la conversación está por finalizar mostrando lo que llama una “bandera blanca”, en referencia a la que se usa en las carreras automovilísticas para indicarle al conductor que le queda una última vuelta.
Y da ejemplos de frases: “Dime una útima cosa antes de irme”, o “quería hacerte una última pregunta”, o “tengo que irme pero explícame tal cosa”, etc.
Otro punto importante, dice Fine, es que si dices que te vas a marchar del evento por algo, lo hagas.
“Si acabas de decirle a alguien: fue muy lindo hablar contigo pero estoy desesperada por ir a comprarme un café y luego de camino a la cafetería te cruzas con otra persona y tu interlocutor ve como te quedas hablando largo y tendido con ella, vas a ofender sus sentimientos y quemar puentes”.
“A esta nueva persona dile simplemente que vas a comprar café y que te acompañe, o que compras café y ya regresas”.
Son todas reglas muy simples que podemos poner en práctica para conectar más facilmente con la gente que nos rodea, y, al fin y al cabo, sentirnos mejor.
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