Se cree que el temor a estos insectos es en parte innato; sin embargo, es agravado por factores culturales
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Cuando abrí la puerta, me preparé mentalmente para la carrera de obstáculos que tenía por delante. Primero necesitaba buscar algo del cobertizo: el dominio de arañas monstruosas del tamaño de un ratón bebé, que acechan en los rincones con sus patas peludas. Luego moví algunas losas de pavimento viejas, esquivando con cuidado las arañas cochinillas parecidas a escorpiones, que habían hecho sus hogares debajo de ellas.
Al final empujé las ramas de mi planta de jazmín, para esquivar a las arañas patonas que acechan en sus hojas. Eventualmente mi recorrido terminó en el patio y allí, me esperaba un susto.
Tumbada en el suelo, con las patas extendidas como si hubiera caído desde una gran altura, estaba el pálido cadáver de Stripy. Esta talentosa artista de las redes había reinado sobre mi jardín durante tres años, y durante ese tiempo había sucedido algo extraño: había comenzado a gustarme.
Al verla allí, destronada de su última creación bidimensional entre mis contenedores de basura, parecía menos una criatura extraña que te hiela la sangre, y más cualquier otro animal, con un corazón que acababa de dejar de latir.
Pero no todas las arañas tiene un final tan calmo. En el momento en que sentimos el golpeteo de sus diminutos pies en el piso de la sala de estar, o vislumbramos un movimiento por el rabillo del ojo mientras descienden del techo, es probable que terminen aplastadas, envenenadas, aspiradas. o simplemente arrojadas fuera de nuestros hogares.
¿Por qué muchos de nosotros matamos arañas con tanta indiferencia, aplastando sus vidas con nuestro poder divino, casi como si fuera un reflejo?
Claro que los humanos matan animales de forma rutinaria cuando es conveniente; muchas actividades, desde la agricultura hasta los experimentos de laboratorio, no serían posibles sin esta desagradable realidad. Pero la práctica del aracnicidio a menudo se describe en términos extrañamente victoriosos.
Forma de vida compleja
Las masacres de arañas son aún más inquietantes si se tiene en cuenta que las arañas y los humanos no son tan diferentes. Aunque nuestros caminos evolutivos divergieron hace al menos 530 millones de años, compartimos muchos de los mismos órganos y partes del cuerpo -como las rótulas- y sustancias químicas cerebrales similares, desde la dopamina hasta la adrenalina.
Nadie ha estudiado las emociones de las arañas directamente, pero es fácil imaginar que podrían ser más identificables de lo que piensas. Del mismo modo, cada vez hay más evidencia de que algunos tipos son capaces de hazañas intelectuales notablemente complejas, como planificar desvíos estratégicos para engañar a sus presas. También pueden tener su propio tipo de inteligencia único, en el que pueden usar sus redes para pensar.
Y si pueden evitar ser perseguidas por humanos histéricos, hay especies de arañas que pueden vivir durante décadas.
Si necesitáramos cualquier otra razón para considerar preciosa la vida de una araña, está el hecho de que, al igual que con todos los animales vivos hoy en día, cada arácnido individual es el producto de una línea ininterrumpida de antepasados exitosos que se remonta a la primera vida en la tierra hace 3.800 millones de años.
Contra todo pronóstico, los padres, abuelos y bisabuelos de esa araña en particular, y así sucesivamente, durante milenios, lograron sobrevivir el tiempo suficiente para reproducirse. Luego, un humano de pies pesados pisa a la araña en el baño porque le resulta una molestia.
Entonces, ¿somos todos simplemente crueles o hay algo más en juego? Según Jeffrey Lockwood, hay una serie de razones por las que nos cuesta sentir empatía por las arañas; de hecho, estas desafortunadas criaturas poseen una constelación de características separadas que el azar ha combinado en un paquete que encontramos singularmente repulsivo.
“Le digo a la gente que la tormenta perfecta de la evolución y la cultura son las arañas, bueno, esa es una, y si fueras a elegir un insecto, serían las chinches”, dice Lockwood, profesor de ciencias naturales y humanidades en la Universidad de Wyoming, en Estados Unidos, y autor de “La mente infestada: por qué los humanos temen, detestan y aman a los insectos”.
Un enemigo antiguo
Quizás la razón más obvia por la que consideramos justo aplastar a las arañas es nuestro miedo patológico a las cosas con ocho patas, lo que hace que sea difícil empatizar.
Los bebés humanos de tan solo cinco meses tienden a sentirse más amenazados por las imágenes de arañas que por las de otros organismos, lo que sugiere que nuestra aversión hacia ellas es en parte innata, quizás por haber evolucionado para evitar que toquemos casualmente a las que son venenosas.
Se cree que esta cautela natural está agravada por factores culturales, como tener padres que las describen como atemorizantes a medida que crecemos. Es probable que las noticias alarmistas y otras representaciones añadan un pánico adicional: algunos expertos han relacionado el miedo irracional que muchas personas tienen por los tiburones con la película Tiburón de 1975, y es posible que haya ocurido algo similar con las arañas.
Sin embargo, el miedo no lo es todo, especialmente porque no tenemos la misma aversión a otros artrópodos que son igualmente peligrosos. Una explicación posible es lo extraterrestres que parecen, con un número irrazonable de ojos -hasta 12- y demasiadas patas. Su comportamiento también es sorprendentemente diferente al de la mayoría de los mamíferos: construyen redes para atrapar a los transeúntes desprevenidos, luego los momifican y succionan sus entrañas, o se comen a sus parejas y producen casualmente enjambres enteros de descendencia.
Las arañas también son genéticamente extrañas. Aunque los seres humanos y las arañas son parientes lejanos, estamos mucho menos relacionados con ellas que con otros animales como mamíferos o incluso reptiles.
Esto es potencialmente problemático, porque cuanto más tenemos en común con los demás, o más relacionados estamos, más compasión tenemos por ellos. Un estudio de 2019 encontró que la empatía de los participantes por los animales disminuyó de acuerdo a la cantidad de tiempo desde que nuestros caminos evolutivos divergieron. Esta mezcla de miedo y alienación puede estar inhibiendo fundamentalmente nuestra capacidad para cuidar de las arañas, de la misma manera que estos factores marginan a los grupos minoritarios de humanos.
Pérdida de control
Muchas de las historias más escalofriantes sobre arañas tienen un elemento de sorpresa, como la vez que un amigo se puso un viejo disfraz de Halloween que había estado guardado en el desván durante años y alguien dijo “¡Guau, me encanta el detalle de la araña en tu cuello! Es tan realista...”. Siguieron muchos gritos, porque esto ciertamente no era parte del disfraz, sino una verdadera araña que se había deslizado fuera de su sombrero.
Lockwood explica que es probable que este sea un factor importante en nuestra aversión a las arañas: su capacidad para desafiar nuestro control. “Creemos que estamos a cargo de nuestro mundo, pero las arañas y los insectos siguen llegando”, dice. “Siguen saliendo de debajo de las tablas del suelo, y así tenemos la sensación de que no tenemos todo bajo control”.
Las arañas son simplemente muy buenas para esconderse y muy rápidas. A diferencia de las palomas callejeras, no se puede construir un muro para mantenerlas fuera. Aunque ahora vivimos en un mundo de ultracontrol, donde incluso podemos encender la calefacción desde el otro lado del mundo, todavía aparecen inesperadamente en nuestras camas y zapatos, como lo han hecho durante milenios. Nos guste o no, son imposibles de erradicar de nuestros hogares.
Grito silencioso
También hay consideraciones más prácticas. Una es que las arañas no tienen emociones que sean fácilmente reconocibles para nosotros, ni hacen ruidos con los que podamos relacionarnos, por lo que cuando una araña siente dolor, no nos damos cuenta.
Como escribió el ecologista Stephen Kellert, “estas criaturas [insectos, arañas y otros invertebrados] parecen carecer de vida mental”. Él explica que, para nosotros, no parecen experimentar emociones humanas, es como si sus propias mentes fueran irrelevantes para su existencia. (Aunque, por supuesto, esto es una ilusión).
Esto significa que es posible aplastar a una araña sin recibir ningún tipo de feedback, y a menos que huya o la espantosa tarea quede incompleta, no hay muchas señales de que estés haciendo algo desagradable.
Sin embargo, esto solo es cierto cuando son pequeñas, y muchas personas tienen dificultad en matar a las más grandes.
Cara de villana
Aparte de sus colmillos amenazantes y sus patas largas las arañas enfrentan otro desafío en el departamento de apariencia, al menos desde una perspectiva humana: no parecen bebés humanos. El “efecto cara de bebé” es un sesgo oculto enormemente influyente entre los humanos, lo que significa que accidentalmente tratamos a las personas -y a los animales- con rasgos naturalmente infantiles como si fueran bebés reales.
Por ejemplo, ojos demasiado grandes, frentes grandes, narices y barbillas pequeñas y labios pequeños de angelito pueden desencadenar poderosos sentimientos de empatía, compasión y afecto en los seres humanos.
Con sus ojos diminutos y redondos, las arañas entran en esta categoría: para nuestros cerebros de simio defectuosos, tienen una apariencia adulta decididamente poco linda, a la que atribuimos cualidades desagradables como ser menos amables, confiables y cálidas. Por el contrario, esas pocas especies de arañas que tienen ojos más grandes generalmente se consideran menos aterradoras.
Jerarquía defectuosa
Independientemente de por qué vemos a las arañas como una molestia desechable, existen muchos argumentos para tratarlas con más respeto, y trucos psicológicos para ayudarnos a hacerlo.
Una es antropomorfizarlas tanto como sea posible, usar la compasión natural del cerebro por otros miembros de nuestra especie, un método que se ha sugerido como una forma de lograr que el público se comprometa más con la conservación de animales en peligro de extinción (que, dicho sea de paso, muchos arácnidos lo son).
Esto se puede lograr representando arañas con rasgos físicos más parecidos a los humanos, dándoles personalidades, emociones y géneros identificables y enfocándonos en nuestras similitudes en lugar de diferencias. Sin embargo, también hay una escuela de pensamiento contraria: dado que la empatía es tan profundamente defectuosa, debemos tratar de evitar usarla como base para nuestras decisiones morales.
En cambio, podríamos atribuir valor a sus vidas en función de cálculos racionales, como su función en los ecosistemas. Entonces, podríamos intentar recordarnos a nosotros mismos que los arácnidos matan alrededor de 400-800 millones de toneladas de presas cada año y, al hacerlo, ayudan a mantener controladas ciertas poblaciones de insectos, incluidas las que causan enfermedades en los humanos.
Alternativamente, podríamos evitar matar arañas debido a sus habilidades, armándonos con datos sobre el ingenio de sus cerebros, que son capaces de tomar decisiones notablemente complejas, aunque son muchísimo más pequeñas que los mamíferos.
Pero hay también otra forma.
“Creo que la gente asume que algunas formas de vida valen más que otras... pero no piensan en ello. No se hacen esas preguntas”, dice Geraldine Wright, profesora de entomología en la Universidad de Oxford. Ella señala que nuestro desprecio por las arañas es en parte una peculiaridad occidental, ya que algunas culturas y religiones, como el budismo, han sostenido la opinión de que todos los seres vivos son preciosos durante milenios.
Justo cuando estaba escribiendo este artículo, noté que una nueva Stripy se estaba instalando en mi jardín, quizás una de las descendientes de mi vieja amiga. Creo que dejaré tranquilas a las arañas, me gusten o no.
Por Zaria Gorvett
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