Bobby Bostic estuvo preso por casi tres décadas y cuando salió el mundo había cambiado mucho en comparación con diciembre de 1995
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Cuando Bobby Bostic salió de la cárcel en noviembre, tras cumplir 27 años de una condena de 241, fue entendible que muchas cosas le parecieron extrañas.
“¿Por qué la gente habla consigo misma?”, se preguntó al ver a las personas con auriculares inalámbricos, o después de ver a personas dando órdenes a un parlante le dio curiosidad por saber quién o qué era “Alexis” (Alexa).
El mundo había cambiado mucho en comparación con diciembre de 1995. Pero lo que le pareció más extraño de todo fue la gente. “Es lo amables que son, comparados con los de la cárcel”, dice Bostic, quien ahora tiene 44 años.
“Entrás en un negocio y te dicen: ‘Señor, ¿lo puedo ayudar?’ En la cárcel, no tenés más que malas caras y acoso”. O un, “Hola, ¿qué tal?”, en vez de, “No te acerques demasiado a mí”, agregó.
“Aquí fuera sólo hay cosas buenas. Gente sonriendo. Niños pequeños que te saludan. Es como si la vida fuera así. Esto es normal. Así es como deben ser las cosas”, dice sobre una conexión que estuvo deseando durante los 27 años que pasó en prisión. “En el fondo, siempre quisiste esa humanidad. Esa es la alegría de ser humano”, comentó.
Libertad
Tras pasar casi 10.000 noches en una celda, el 8 de noviembre de 2022 fue la última vez que Bostic se fue a dormir en prisión. Pero no pudo conciliar el sueño, demasiado ocupado pensando en su pronta libertad.
En su lugar, pasó la larga y oscura noche empacando las cosas que tenía en su celda. Le dejó sus pertenencias a otros prisioneros, pero se quedó con una cosa: su máquina de escribir. Para él contenía demasiados recuerdos, demasiadas historias, como para dejarla atrás.
A la luz del sol, con su celda recogida, miró el pizarrón que indicaba qué presos iban a ser cambiados de lugar. Junto a su nombre había una palabra: liberado.
“No fue real hasta que vi las palabras”, dice. “Cuando lo hice, fue como música para mi alma”.
Cuando su salida se hizo realidad, Bostic se vistió para volver a casa. Después de pasar tantos días, semanas y años vestido de gris, había elegido un traje azul de tres piezas. “Representa el nuevo capítulo de mi vida”, contó.
25 años antes, una jueza le dijo a Bostic que “moriría en el departamento correccional”. Pero ahora, a las 7.30 de una mañana de noviembre, Bobby salió de la cárcel como un hombre libre, con su traje y su sonrisa tan brillantes como el sol de Missouri.
Mientras lo hacía, una mujer con sombrero negro se acercó a abrazarle. Era la misma jueza que dictó su sentencia, Evelyn Baker.
El crimen
El viaje que terminó con un abrazo fuera de la cárcel comenzó en diciembre de 1995, en un día en el que hubo muchas drogas y alcohol en Saint Louis.
Con 16 años, Bostic y su amigo Donald Hutson se lanzaron a un espiral de robos a mano armada.
Robaron a un grupo que estaba entregando regalos de navidad a personas necesitadas. Dispararon un arma (sin causar heridos, afortunadamente) y luego le robaron el auto a una mujer a punta de pistola.
A Bostic le ofrecieron beneficios si se declaraba culpable, incluida una condena de 30 años con posibilidad de libertad condicional. Pero los rechazó.
Fue inevitable que fuera declarado culpable. La jueza Baker le impuso penas consecutivas por los 17 delitos que había cometido, que sumaban 241 años.
Hutson, en cambio, aceptó un trato, se declaró culpable y le cayeron 30 años.
Luz de esperanza
Cuando la BBC entrevistó a Bostic por primera vez en 2018, ya tenía atisbos de esperanza de poder salir de prisión.
En 2010, el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó que los menores no debían ser condenados a cadena perpetua sin libertad condicional por delitos que no fueran homicidio.
En 2016, se confirmó que la sentencia debía aplicarse a casos anteriores, como el de Bostic.
Pero el estado de Missouri no estaba dispuesto a liberarlo. Argumentó, en efecto, que no estaba cumpliendo cadena perpetua sino que tenía múltiples condenas, por múltiples delitos, que ocurrieron a la vez. La única posibilidad era obtener la libertad condicional... en una “vejez extrema”.
En abril de 2018, un mes después de la entrevista de la BBC, el Tribunal Supremo de Estados Unidos desestimó la apelación de Bostic. No dijo por qué.
“La mayoría de la gente en ese momento se rinde”, dice Bostic. “Una vez que te lo deniegan, no queda nada”.
Pero él no lo hizo. Volvió a sus libros de autoayuda y a su máquina de escribir. La esperanza seguía viva, letra a letra.
Proceso legal
Fue una enmienda a una nueva ley de Missouri, que ofrecía la libertad condicional a los presos condenados a largas penas cuando eran niños, la que le dio a Bostic otra oportunidad.
Sin embargo, el 14 de mayo de 2021 -último día de la sesión legislativa de Misuri- aún no se había aprobado.
“No tenía mucha fe”, dice Bostic. “Normalmente, si no se aprueba en enero o febrero, no hay ninguna posibilidad de que llegue”.
Y entonces, para su sorpresa, recibió un mensaje de un amigo por correo electrónico.
“La prisión empezó a dejarnos recibir emails”, dice Bostic. “Alguien me envió un artículo del Missouri Independent, diciéndome que la ley se había aprobado... fue un milagro. Yo me preguntaba si realmente se iba a aprobar, si la iba a firmar el gobernador”.
El gobernador, Mike Parson, lo hizo. Gracias a la ley, Bostic -y cientos de otros- pudieron optar a la libertad condicional. La audiencia para revisar su caso se fijó para noviembre de 2021.
“Pero no sabía qué esperar”, reconoce. “La junta de libertad condicional no es una tarjeta para salir de la cárcel gratis”.
En las audiencias, los reclusos pueden contar con un delegado que les ayude. Bostic sabía a quién pedírselo: a la jueza que le dijo que moriría en prisión.
Resolución
Evelyn Baker, quien en 1983 se convirtió en la primera mujer negra en ser nombrada jueza en Misuri, empezó a cuestionar su sentencia en torno a 2010.
Fue dos años después de jubilarse, al leer sobre la diferencia entre el cerebro de un adolescente y el de un adulto. En sus 25 años de carrera, es la única sentencia de la que se arrepiente.
En febrero de 2018, escribió un artículo para el Washington Post en el que calificaba la sentencia de Bostic de “benévola e injusta”. Un mes después, habló con la BBC, repitiendo el mensaje.
Entonces, ¿qué dijo en la audiencia para la libertad condicional?
“Bobby era un niño de 16 años al que traté como a un adulto hecho y derecho, lo que fue un error”, reconoció a la BBC.
“Me he acercado a Bobby y a su hermana. Y he visto cómo ha pasado de ser básicamente un delincuente juvenil a un adulto muy reflexivo y cariñoso. Ha madurado”.
Además de la jueza Baker, también una de las víctimas de Bostic de 1995 escribió para apoyar su caso (la BBC se había puesto en contacto anteriormente con algunas de las víctimas de Bostic y Hutson, pero ninguna quiso hablar públicamente).
Con su ayuda, la audiencia de libertad condicional fue un éxito.
“Si hubiera podido dar volteretas, lo habría hecho”, dice la jueza Baker.
Significaba que, exactamente un año después de la audiencia de libertad condicional, la persona a la que abrazó aquella soleada mañana de noviembre era un hombre libre.
“Fue como Navidad, año nuevo, todas las fiestas en una”, dice. “Me eché a llorar. Bobby era libre”.
Nueva oportunidad
Después de reunirse con la jueza Baker, amigos, familiares y gente que lo había apoyado, Bostic fue a comer su primera comida fuera de la cárcel desde 1995.
Vegano desde hace 24 años, eligió un taco, pero había un problema.
“Subí al coche y vomité toda la comida”, cuenta. “Cuando salís de la cárcel, llevás 27 años sin andar por la autopista. Hay una cosa que se llama mareo”, explicó.
Tras recuperarse, fue a casa de su hermana en la zona sur de San Luis, la ciudad donde creció. A lo largo del día, dice, más de 400 personas acudieron a saludarlo.
“Hacían cola alrededor de la manzana”, contó. “Cuando giraba hacia aquí, le daba la mano a esta persona, a este primo, a esta tía, a este tío, a este amigo... Estuve despierto hasta las dos de la madrugada”. Sin embargo, el mundo exterior no era una fiesta interminable.
Bobby y su hermana dirigen una organización benéfica, Dear Mama (Querida mamá), que da comida, juguetes y otras ayudas a familias con pocos recursos de Saint Louis (lleva el nombre de su difunta madre, Diane, quien, dice Bobby, “daba a mucha gente, aunque no tuviéramos mucho”).
Todos los jueves organiza un taller de escritura en el centro de detención de menores de la ciudad, y espera hacer más. Pero, al igual que la obra benéfica, es un trabajo voluntario.
Obtiene dinero de la venta de libros (tiene siete en Amazon, todos escritos en su máquina de escribir de la cárcel) y, ocasionalmente, de dar charlas. Con eso alquila un apartamento de una habitación y paga facturas. “Con lo que hago ahora, apenas sobrevivo”, admite.
Espera conseguir un empleo a tiempo completo en trabajo comunitario o de ayuda a la juventud, y está haciendo entrevistas. Sin embargo, aunque el dinero sea escaso, no disminuye su asombro ni su gratitud por el mundo exterior.
“Sigo luchando con algunas cosas”, dice. “Pero aparte de eso, la vida aquí es hermosa, todos los días. Reviso la heladera y veo la variedad de cosas que hay para elegir. Un baño en la bañera: ¡hace 27 años que no me baño! No doy nada por sentado, nada”.
Bostic tuvo una segunda oportunidad en la vida, y está agradecido por ello. Pero su compañero aquel día de diciembre de 1995 no.
Donald Hutson, quien recordemos fue sentenciado a 211 años menos que Bostic, murió en prisión en septiembre de 2018. Un informe toxicológico determinó que la causa fue una sobredosis de drogas.
Hubiera podido optar a la libertad condicional nueve meses después.
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