Por qué están bajando de los árboles monos que antes no pisaban el suelo
Investigadores que estudian distintas poblaciones de primates en todo el mundo identificaron algunos factores claves
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MADRID.– El mono araña muriqui del norte nace, vive y muere en los árboles. Abundantes en el menguante bosque atlántico del este de Brasil, estos muriquíes comen en el árbol y beben el agua atrapada en sus oquedades. Socializan, juegan y se reproducen sin bajar nunca al suelo. En el pasado, solo dejaban la seguridad arbórea en situaciones de emergencia, por la caída de una cría a tierra o perseguidos por un jaguar. Pero en la Reserva Particular do Patrimônio Natural Feliciano Miguel Abdala, en el estado de Minas Gerais, hace tiempo que no hay ni jaguares ni pumas ni otro depredador que suponga un peligro real para el primate más grande de América. Quizá por eso, desde hace al menos cuatro décadas cada vez se les ve más bajando de los árboles. Al principio era para alimentarse y poco más, pero ahora pasan casi la mitad del tiempo que están en el suelo descansando y retozando. Este descenso de los monos de los árboles no es un caso aislado y se está produciendo en América, África y Asia.
Los muriquíes de Feliciano Miguel Abdala son observados por los primatólogos desde los años 70, cuando se inició un proyecto para estudiarlos en esta hacienda privada. Esta especie de monos araña está al borde de la extinción –quedan menos de 1000 ejemplares– y aparece en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza como en peligro crítico. La mengua de su hábitat natural, el bosque atlántico brasileño, los ha confinado a trocitos de selva rodeados de tierras de cultivo, terrenos para el ganado o parcelas forestales. Lo bueno de tanta presión humana es que sus grandes depredadores se han extinguido. Lo malo es que la extensión de este refugio no llega a las 1000 hectáreas.
La combinación de ambos factores podría explicar un fenómeno que primero fue anecdótico para los investigadores, pero que ahora es una tradición transmitida de padres a hijos: pasar más tiempo en el suelo. La primera vez que los científicos del proyecto vieron que un muriqui bajó de un árbol fue en 1982. Entonces no le dieron importancia, pero lo anotaron, como hacen con todo lo que ven o captan las decenas de cámaras que tienen desplegadas por el bosque. Con más de 10.000 observaciones durante tres años, estimaron que los muriquíes pasaban apenas el 0,05% de su tiempo en el suelo, hace 40 años. En otra campaña realizada entre 1998 y 1999, las horas pasadas en tierra habían aumentado un orden de magnitud, hasta el 0,7%. Y en el estudio que realizaron entre 2006 y 2007, con casi 15.000 observaciones, el porcentaje había subido al 1%. No parece mucho, pero supone multiplicar por 20 la vida terrestre en un cuarto de siglo. Los datos de la última campaña aún están siendo analizados.
La primatóloga de la Universidad Wisconsin-Madison (Estados Unidos) Karen Strier viene desde 1982 estudiando a los muriquíes de Feliciano Miguel Abdala y otros grupos que quedan en la región. Estos primates interesan no solo por su situación crítica. Siendo patrilineales y patrilocales, donde las hembras vienen de fuera, apenas hay jerarquía entre sexos y dentro de cada género, siendo una sociedad muy igualitaria, algo raro entre los primates. Para Strier, el aumento de los descensos a tierra tiene mucho que ver con la subida de la presión demográfica en un espacio cada vez más reducido: “El tiempo en el suelo aumentó a medida que la población de muriquíes aumentaba hasta lo que sospechamos puede haber sido un umbral. En el fragmento de bosque de Feliciano Miguel Abdala, los márgenes boscosos imponen límites a la ampliación de las áreas de distribución, por lo que la única solución fue ampliar el uso del espacio vertical. Esto es lo que los muriquíes –y ahora sabemos que también otros primates arbóreos– se ven cada vez más obligados a hacer”.
Tan relevante como la cantidad de tiempo pasado en el suelo es la calidad. A lo largo de estos años, los científicos han observado una serie de cambios que apuntan a la institucionalización de la nueva práctica. Las bajadas a tierra, antes por emergencia, fueron aumentando; primero para alimentarse, pero también para desplazarse entre los claros cada vez más grandes de bosque. Hoy, más de un tercio del tiempo que los muriquíes pasan a la sombra de los árboles es para socializar o directamente tumbarse a descansar. Esto implicaría, como escriben Strier y sus colegas en uno de sus artículos científicos, “que los actuales patrones de uso del suelo por parte de los muriquíes representan algo más que una respuesta a una necesidad ecológica”. En muchas ocasiones observaron que bajaban a tierra para ir a otro árbol, pero existían alternativas viables yendo de rama en rama. Para los científicos, que estos monos “hayan extendido su faceta terrestre a actividades no esenciales implica que su aversión a los peligros terrestres se ha relajado”. Y esa aversión la llevan en los genes.
Otros casos
Muy lejos de Brasil, en el sur de Etiopía, vive el cercopiteco de las montañas Bale. Pertenece a la familia de los cercopitécidos (monos del Viejo Mundo), como los mandriles, papiones o babuinos. Antecesores suyos fueron los primeros primates que bajaron de los árboles millones de años antes de que lo hicieran los homínidos. Sin embargo, el mono Bale es de los pocos de la familia 100% arbóreo, o lo era. Estos monos son doblemente especialistas. Además de ser el único arborícola de su género, es la única de las seis especies del grupo que basa su dieta casi en un único producto: las hojas y los tallos más tiernos del bambú. Como en la selva brasileña, el avance humano en las mesetas etíopes ha fragmentado el bosque, ahora rodeado de tierras de cultivo y para ganado.
En un estudio publicado en 2018, investigadores de las universidades de Adís Abeba (Etiopía) y Oslo (Noruega) siguieron a cuatro poblaciones de estos cercopitecos, dos que vivían en uno de los pocos bosques de bambú aún intactos y otros dos que sobrevivían en parcelas de selva muy fragmentada y deteriorada. Vieron que los primeros seguían con una dieta al 80% formada por el bambú, pero los segundos habían tenido que diversificarla, incluyendo insectos y vegetales que robaban en los cultivos de los humanos. Pero vieron algo más. Addisu Mekonnen Kassie, primatólogo de la Universidad de Calgary (Canadá) y de la etíope cuando se realizó el estudio, da las cifras en un correo: “Los monos Bale de los fragmentos de bosque pasaban mucho más tiempo en el suelo (el 36,5%) que los monos del bosque continuo, que pasaron solo el 2,3%”. De nuevo, el deterioro del hábitat aparece como desencadenante de una nueva conducta.
Aún más lejos de Brasil, en la selva de Tuanan, en la isla de Borneo (una de las grandes islas de Indonesia), llevan décadas estudiando a varios grupos de orangutanes. Estos animales no son monos, son grandes simios como los humanos. Se trata del mamífero arbóreo más grande del planeta, pero, contra lo que se creía no hace mucho, también baja al suelo. Su seguimiento desde inicios de siglo ha confirmado que uno de los grupos de Tuanan pasa una media del 2,29% de su tiempo en tierra. El porcentaje aumenta hasta el 5% en el caso de los machos adultos. Esta mayor osadía de los machos es una constante en las especies de monos arborícolas que están adoptando hábitos terrestres. Al comparar con otras poblaciones de áreas donde la deforestación ha hecho mucho daño, como en la zona de Wehea, un antiguo bosque convertido en sabana tras décadas de tala, vieron que los orangutanes pasan aquí el doble de tiempo fuera de los árboles.
En la isla vecina de Sumatra, donde vive la otra especie de orangutanes, estos no pisan el suelo. La explicación puede estar en el tigre: el gran depredador del sudeste asiático se extinguió en Borneo, aniquilado por los humanos hace siglos. Pero en Sumatra, estos felinos siguen estando presentes y su hábitat se solapa con el de los grandes simios.
La semana pasada, la revisa científica PNAS publicó una revisión de la terrestrialidad de casi 50 especies de primates americanos y de Madagascar, la tierra de los lémures. El trabajo, en el que han participado más de un centenar de primatólogos, muestra que el descenso al suelo de los primates arborícolas aún dura poco tiempo. La media que dedican a sus actividades en tierra es del 2,5%. Pero el estudio detecta algunos de los factores que más influyen en la conducta arbórea de estos animales. Entre ellas hay tres sujetos a una tasa de cambio tan rápida que escapa al tempo de la naturaleza: la degradación del hábitat, en especial la deforestación; la extirpación de los depredadores naturales, pero la introducción muchas veces de otros, como perros y gatos; y, por último, las condiciones climáticas.
Tim Eppley, biólogo de la San Diego Zoo Wildlife Alliance, es el primer autor de esta ingente investigación. “Este estudio no analizó si los primates han aumentado sus actividades en la tierra con el tiempo, sino que buscábamos comprender qué impulsa a una especie arbórea a pasar más tiempo en el suelo”, cuenta en un correo. “Muchos informes recientes han señalado que determinadas especies pasaban tiempo en el suelo, algo que rara vez se había detectado antes, por lo que queríamos saber si había rasgos específicos de las especies o determinadas presiones antropogénicas o ecológicas que pudieran explicarlo”, añade. Su trabajo concluye, en palabras de Eppley, que “la disminución de la cobertura arbórea y las temperaturas más altas aumentan el uso del suelo por parte de estas especies de primates, por lo que, con los acelerados efectos del cambio climático y la deforestación, predecimos que algunas de estas especies descenderán al suelo con mayor frecuencia para sobrevivir en estos paisajes cambiantes”, completa.
Antecedente
Un cambio climático como el actualmente en curso creó las condiciones y presión selectiva para el descenso de los árboles de los antecesores de los humanos. Pero establecer simples paralelismos entre entonces y ahora es, para los expertos en la evolución humana, absurdo. Salvador Moyà, investigador ICREA en el Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont, recuerda el entorno de entonces: “Hace unos 14 millones de años, las selvas llegaban hasta el norte de Alemania, pero con clima más cálido y seco, las selvas se fueron encogiendo y concentrando hacia el Ecuador. Esto provocó nuevas presiones selectivas que favorecieron un nuevo modelo de vida, la vida terrestre”. Moyà insiste en que para que haya evolución deben existir dos ingredientes básicos: “Por un lado, presiones selectivas que favorezcan un nuevo tipo de organismo, que las versiones negativas sean seleccionadas negativamente y sobrevivan las que se adaptan al medio. Por el otro, candidatos con una morfología para que puedan ser seleccionados positivamente”.
Ahora existe la presión selectiva, pero hay dos componentes diferentes. Los detalla Moyà: “El cambio actual está sucediendo a una velocidad supersónica, de siete millones de años al ritmo actual hay un abismo. Además, tiene que haber buenos candidatos preadaptados, que pudieran aprovechar las nuevas condiciones. Es posible que aparezca un grupo de primates que se adapte al suelo, ya lo hicieron los papioninos [mandriles, papiones...] hace 15 millones de años y lo hicimos nosotros hace seis millones. Hay dos posibilidades, que se adapten a un modo de vida más terrestre o que simplemente se extingan. Lo más probable es que, al ser un cambio tan instantáneo, acabe en un evento catastrófico”, argumenta.
Tim White es el director del Centro de Investigación de la Evolución Humana de la Universidad de California Berkeley (Estados Unidos). Descubridor del Ardipithecus ramidus, un candidato a ser de los primeros homínidos que bajaron de los árboles, rechaza cualquier tipo de paralelismo entre el pasado y la situación actual. “Los hábitats disponibles para los primeros homínidos de África eran variados e incluían escenarios abiertos y cerrados. Todos ellos muestran algunas adaptaciones evolutivas al bipedalismo, a diferencia de los cambios de conducta documentados en esta investigación. Hubo monos y simios contemporáneos de estos primeros homínidos, y ninguno de ellos se volvió bípedo”. Para él, entonces hubo evolución y ahora hay un ajuste de la conducta con mayor o menor plasticidad por parte de cada especie de primates arbóreos.
En lo que coinciden White, Moyà y Eppley es en que el ritmo de la deforestación y el cambio climático son tales que no habrá tiempo para que surja alguna adaptación, algunos individuos que sepan aprovechar las nuevas condiciones como hicieron los antecesores de los humanos hace millones de años.
Por Miguel Ángel Criado
@EL PAÍS, SL
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