Cuáles son las diferencias entre las expresiones del lenguaje culinario y ciertas características anatómicas, que tienden a confundir a los consumidores
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Un lenguaje culinario extraordinariamente rico se ha ido construyendo en torno a la inmensa variabilidad de comidas. Sin embargo, a este boom de lo gastronómico le hace falta un poco de precisión biológica.
Me refiero a una serie de expresiones que utilizamos sin saber que estamos equivocados en lo que a exactitud e identificación anatómica se refiere.
Si es usted curioso y amante del rigor que procuran las ciencias, quizás le guste conocer la verdad que se esconde detrás de algunas de ellas, como el muslo de pollo, las cabezas de gambas o la lengua de las conchas finas.
El muslo de pollo
La carne de pollo es una de las comidas más comunes en el planeta y sus muslos, junto con las pechugas, sus partes más codiciadas. Pues bien, un muslo de pollo no es un muslo sino la pantorrilla. Y de aquí se derivan dos consecuencias.
La primera es que lo que denominamos “sobremuslo” no es, ni más ni menos, que el verdadero muslo.
La segunda es que esa “bola de carne” no corresponde a ningún músculo del muslo sino ¡a nuestros gemelos! (que en las aves se denomina gastrocnemio, lo que lo hace aún más apetecible).
¿Qué característica anatómica nos induce a este error? El hecho de que el tarso y el metatarso de los mamíferos, en el caso de las aves, se fusionan para formar un hueso muy largo (el tarsometatarso) que hace que parezca que la pata del ave tiene una sección anatómica “extra”.
Esta pata no es un fenómeno aislado. De forma paralela, se desarrolló hace más de 200 millones de años en los Heterodontosaurios, un grupo de pequeños dinosaurios del Triásico superior.
Las cabezas de las gambas
Pocos manjares son tan deliciosos como el sublime contenido de las cabezas de gambas, langostinos, quisquillas, cigalas, camarones, langostas, bogavantes y demás malacostráceos. Sin embargo, se trata de otro error de término: no nos estamos comiendo el contenido de la cabeza sino las vísceras del tórax o pereion.
Los responsables de este delicioso sabor son, por una parte, el hepatopáncreas (llamado así por unificar en una misma glándula digestiva las funciones de nuestro hígado y nuestro páncreas) y, por otra, las gónadas. Ambos órganos están localizados en el tórax y no en la cabeza.
El error se explica porque estas dos secciones corporales están recubiertas por un caparazón unitario que configura un cefalotórax del que sale la también mal llamada “cola” (que, en realidad, sería el abdomen o pleon).
Por cierto, los bigotes no son bigotes: son antenas.
La lengua de las almejas
Pues sí, ese elemento rojo de las conchas finas (almejas) que debe moverse al añadir limón como símbolo de estado óptimo de frescura, no es la lengua. De hecho, ni siquiera está en la boca. Se trata del pie, un órgano ventral de los moluscos que constituye uno de los músculos más potentes del reino animal.
Su forma, color y movimiento es lo que nos induce al error conceptual.
La “caca” de los caracoles
Con los caracoles no hay posturas intermedias: o los adoras o te mueres de asco sólo con pensar en llevártelos a la boca.
Este prejuicio, la mayoría de las veces, está justificado por la frase que suele acompañar a los que los degustan y que hace referencia al extremo más espiralado y profundo del contenido blando del animal: “lo mejor es la caquilla del final”.
Pues bien, esa porción terminal, de sospechoso color marrón, no tiene nada que ver con el contenido intestinal sino con el hepatopáncreas.
De hecho, es de la misma naturaleza histológica que el foie. Por eso tiene esa textura tan untuosa y ese sabor tan parecido al paté.
En el recorrido espiralado que hace la masa visceral por el interior de la concha, se incluyen las gónadas, lo que justifica que el deleite sea total.
Las cabezas de los pulpos
Cuando nos referimos a esa estructura globosa tan característica de los pulpos es necesario saber que no se trata de la cabeza sino de su cuerpo. De hecho, hablamos de un segmento anatómico equivalente al alargado cuerpo de un calamar.
¿Por qué nos parece una cabeza? Porque al tener los tentáculos tan desarrollados (son gigantes en comparación con los de una sepia), el cuerpo aparece como una sección anatómica pequeña y redondeada.
Por eso tendemos a pensar que el “capuchón” es la parte cefálica. A ello ayuda el hecho que los ojos se sitúan en su base. Sin embargo, la realidad es que la verdadera cabeza queda reducida a una pequeña pieza corporal situada entre el globo y los tentáculos.
Está claro que resultaría algo repelente decir que vamos a succionar el cefalotórax del malacostráceo en vez de chupar la cabeza del langostino, así que siga llamando a las cosas como el saber culinario popular las ha denominado siempre. Eso sí, a partir de ahora, hágalo dándose el gustazo de conocer el verdadero concepto biológico que hay detrás de lo que hace.
Por A. Victoria de Andrés Fernández, The Conversation
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