Por qué dos académicos argentinos dijeron que la resurrección de especies es inútil y peligrosa
El equipo científico que tiene su proyecto más avanzado es el que dirige George Church en Harvard, que ya tiene recaudados varios millones de dólares
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A simple vista, suena como un avance impresionante de la ciencia: las técnicas genéticas han avanzado tanto que hasta podrían revivir especies extinguidas, algo nada menor en un contexto de extinción masiva como el actual. El caso más veces nombrado es el del mamut, ese pariente del elefante con enormes colmillos que vivió en Siberia hasta hace unos 4000 años. Hay otros como el tigre de Tasmania (cuyo último ejemplar vivió hace menos de 100 años), o incluso en algún momento se habló de hacerlo con los neandertales, los otros humanos.
El equipo científico que tiene su proyecto más avanzado es el que dirige George Church en Harvard, y hasta se ha formado una empresa, denominada Colossal Biosciences, que ya tiene recaudados varios millones de dólares para alimentar las investigaciones.
Pero no todo el mundo científico cree que es algo para celebrar. En el editorial del número 180 de la revista Ciencia hoy, dos académicos argentinos dicen que se trata de “un derroche entre inútil y peligroso”. La publicación, que se edita desde 1988, luego de definir los alcances de la idea de Church y compañía, termina el artículo con la afirmación de que no se debería “demorar mucho tiempo un debate sobre la posibilidad de regular estrictamente pesquisas de este tipo, hasta el punto de considerar prohibirlas”.
En diálogo con LA NACION, José Emilio Burucúa, miembro de la Academia Nacional de la Historia y coautor de la nota (junto con Nicolás Kwiatkowski, del Conicet-Unsam) agregó que “la principal objeción al proyecto es que la situación del medio ambiente ha cambiado radicalmente desde la última vez que vivió un mamut, sobre todo hay que considerar el tamaño del mamut que consume tanta cantidad de otros seres vivos (vegetales) y que podría provocar una desestabilización del nuevo equilibrio ecológico que lleva unos 10.000 años (si se tiene en cuenta el último apogeo de la especie, no el último individuo)”.
Burucúa se hace una pregunta: “Supongamos que se insertan animales nuevos y se genera una catástrofe: ¿vamos a matar al monstruo reengendrado?”
Ese es un tipo de objeción de índole práctica, si se quiere, el peligro de desatar un Jurassic Park; de hecho, ronda la idea de armar un Parque del Pleistoceno (otra era geológica). La realidad imita a la ficción.
Pero además hay otra clase de objeción, de índole filosófica: “Los humanos nos estamos convirtiendo en los amos del antropoceno, ya sin titubeos. Y creo que hay ciertos límites que no se pueden violentar. Estaríamos interviniendo como nunca antes en la naturaleza”, señaló.
Para Burucúa es la lógica de “nosotros los extinguimos, nosotros los traemos de regreso” y esto es algo que pertenece al dominio de los dioses, un exceso de la dimensión técnica del conocimiento que puede ser dañina. Para él, hay que parar esa investigación y el apetito de dominio de la naturaleza. “Es algo de una complejidad e inversión tal, con tantos riesgos, que no entiendo para qué se hace. Es un disparate, una manifestación radical de la soberbia humana, por donde se lo mire”.
Y termina: “Yo creo en la ciencia, he sido calificado de cientificista, incluso, porque estoy convencido de que mejora la vida de la humanidad, pero hay cosas que mejor no hacer”.
No tan rápido
La historia de revivir animales extinguidos no es nueva, y un poco suena comparable a la posibilidad de la fusión nuclear para generar energía: una promesa eterna que se lleva millones de dólares en investigaciones que no terminan en nada por las complejidades técnicas. En el caso de revivir especies, la idea tomó nuevas fuerzas por las facilidades que aporta la novedosa técnica Crispr de manipulación genética, pero hay incógnitas.
En particular, las dificultades técnicas tienen que ver con que se dispone de secuencias incompletas de ADN de los animales extinguidos que deberían “rellenarse” con las especies emparentadas que aún permanecen; con lo cual en realidad para muchos expertos se trataría más de la creación artificial de otra especie —en este caso un poco elefante, un poco mamut— más que una estricta resurrección.
Ramiro Perrotta es un científico argentino que trabaja en Harvard, en el laboratorio del mencionado Church (una figura clave de la ciencia de principio de siglo y candidato a celebridad popular si tiene éxito). Perrotta, desde luego, defiende el proyecto en el que está embarcado. “Tenemos dos objetivos: el primero es reestablecer los ecosistemas árticos para retrasar el derretimiento del permafrost; el pastoreo de la megafauna sería beneficioso porque allí hay muchos gases de efecto invernadero atrapados que si se liberan contribuirán de manera peligrosa al calentamiento global”, dice.
El segundo “apunta a ayudar al elefante asiático porque se buscará adaptar a los elefantes para hacerlos resistentes a las bajas temperaturas; no se lo va a poner en el Caribe sino donde habitaban”.
El investigador argentino, egresado de la Universidad de Quilmes, agrega que el proyecto tiene su propia ética, no es simplemente des-extinguir porque hacer algo así se puede. “Siempre hay riesgos en todo proyecto científico”, señala.
“Como con Crispr, que puede traer desigualdades o hacer armas o modificar genéticamente organismos y usarlos de manera no muy buena, como arma biológica. Pero a la vez es una herramienta para salvar millones de vidas. En cada proyecto científico hay un componente ético. En este caso, los beneficios son superiores a los riesgos. Y es una solución ambiental”, agrega.
Respecto de cuán cerca o lejos está el proyecto de concretarse y des-extinguir finalmente al mamut dice: “Estamos cerca y lejos a la vez: hay pasos agigantados en la edición genética de las células de elefantes para introducir genes que estaban en los mamuts. Y también en células madre para generar embriones que puedan ser implantados en la elefanta subrogante para tener crías”.
A diferencia de lo que señala la editorial de Ciencia hoy, Perrotta explica que como son animales sociales las madres serán importantes y cómo se van a introducir es algo que se va a evaluar. “Hay que hacer un diseño racional [de esa reintroducción] teniendo en cuenta cómo minimizar los riesgos; pero como el elefantes es un animal de reproducción cada dos años es difícil que se descontrole, como podría suceder con un ratón”.
Si la técnica funciona y se populariza, ¿se podría extender a otros animales extinguidos, nuevas arcas de Noé con animales Lázaro?, ¿hasta qué punto? A Raúl Chiesa, experto en conservación de la Administración de Parques Nacionales, le encantaría por ejemplo ver en vivo a zorros de las Malvinas, extinguidos tras la ocupación inglesa de las Islas. Pero duda respecto de si realmente vale la pena con todos los problemas ambientales existentes. “Creo que es mejor enfocarnos en lo que tenemos y usar la ciencia y la técnica para evitar más extinciones; porque, si no, corremos el riesgo de ser como aquel aprendiz de mago del dibujo de Walt Disney que empieza un sortilegio que no puede detener”, explicó.
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