El héroe griego en la guerra de Troya, uno de los principales protagonistas de la Ilíada de Homero
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Todos tenemos un talón de Aquiles, literal y figuradamente.
De hecho, en el primer caso, tenemos dos, que también se llaman tendones de Aquiles.
Son unas bandas resistentes de tejido fibroso que conectan los músculos de la pantorrilla con el hueso del talón. Cuando los músculos de la pantorrilla se flexionan, el tendón de Aquiles tira del talón y ese es el movimiento que nos permite estar de puntillas al caminar, correr o saltar.
Y son los tendones más grandes y fuertes del cuerpo, lo cual es curioso pues usamos la expresión “talón de Aquiles” para aludir al punto débil de una persona o cosa.
Pero eso, como tanto más, se lo debemos a la maravillosa imaginación de los Antiguos Griegos.
Profecía amenazadora
Hay varias versiones de la historia de Aquiles, el más grande de todos los héroes griegos de la guerra de Troya, pero en todas las profecías marcan su vida, incluso antes de nacer.
Tetis, su madre, era una ninfa o diosa del mar de quien se habían enamorado Zeus, el rey de los dioses, y Poseidón, el dios del mar, quienes estaban haciendo hasta lo imposible para conquistarla.
Una versión cuenta que Tetis rechazó a los dos dioses y Zeus se enfureció tanto que decretó que jamás se casaría con uno.
Otra dice que Temis -la del ‘buen consejo’, la encarnación del orden divino, las leyes y las costumbres- y Prometeo -el Titán amigo de los mortales- sabían que era vital para la orden olímpica que ninguno de los dos se casara con Tetis.
¿La razón? Estaba escrito “que la diosa del mar tendría un hijo principesco, más fuerte que su padre, que empuñaría otra arma en su mano más poderosa que el rayo o el tridente irresistible”.
En otras palabras, que el hijo que tuviera la ninfa llegaría a ser más magnífico que su padre, algo que no le alegraría a ninguno de los dos dioses del Olimpo.
Alertaron a los dioses justo a tiempo: Zeus estaba a punto de acostarse con Tetis cuando se enteró.
Y quedó tan preocupado que se aseguró de que Tetis se casara con un hombre mortal para que su hijo no pudiera nunca desafiar el poder divino.
El elegido fue Peleo, rey de los guerreros de renombre conocidos como mirmidones, quien, desde el punto de vista de los dioses, tenía varios puntos a su favor: era el hombre más piadoso del planeta; era lo suficientemente digno como para tener una esposa divina y, más importante aún, era un mortal, así que no podía engendrar un hijo inmortal.
Por magnífico que llegara a ser la criatura, su grandeza tendría fin.
Invulnerabilidad imperfecta
La única divinidad a la que no le alegró la decisión fue Tetis, quien no se resignaba a aceptar que algún día a su hijo sería tan cruelmente arrebatado por la despiadada Muerte, algo que a ella, por ser una diosa, no le ocurriría.
Así que hizo todo lo posible para evitarse el dolor más grande que puede sentir una madre, aquel de sobrevivir a su hijo.
Algunas narraciones cuentan que la diosa del mar intentó inmortalizar a Aquiles a través de un largo ritual de purificación que consistía en quemar poco a poco su inmortalidad en el fuego todas las noches y ungir su cuerpo con ambrosía. Cuando estaba a punto de completar la tarea, Peleo la sorprendió y le horrorizó tanto verla poner a su hijo en el fuego que no quiso escuchar las explicaciones de su esposa.
Otra versión más amable señala que Tetis se llevó a Aquiles al río Estix, que marcaba el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Para hacerlo invencible, invulnerable e inmortal, la diosa sumergió a su bebé en las aguas del río, cuyo nombre styx significa “estremecimiento” y expresa repugnancia por la muerte.
La única parte del cuerpo de Aquiles que permaneció vulnerable fue su talón, pues fue de ahí que Tetis lo sostuvo al bañarlo en las mágicas aguas.
Más profecías
Esa no fue la única precaución que tomaron los padres de Aquiles para evitar su muerte.
Se aseguraron de que lo educara nada menos que Quirón, “el más sabio y justo de todos los centauros”, mentor de muchos de los grandes héroes de la mitología, como Jasón y Peleo, los argonautas, y Asclepio, el dios de la medicina y la curación.
Bajo su cuidado, Aquiles se alimentaba con una dieta que incluía entrañas de leones y cerdos salvajes, y médula de lobos, para fortalecerlo mientras que aprendía de cacería, así como de música y actividades intelectuales.
Además, según contaron algunos mitógrafos, cuando Peleo recibió un oráculo de que su hijo moriría luchando en Troya, lo escondió en la corte de Licomedes en Esciro, disfrazado de niña entre las numerosas hijas del rey, para evitar que se uniera a la batalla.
Sin embargo, el destino estaba escrito y otra profecía se ocupó de que se cumpliera.
Cuando el adivino Calcas le dijo a los griegos que no podrían ganar la guerra para rescatar a la secuestrada Helena de las manos del príncipe Paris de Troya sin la ayuda de Aquiles, lo buscaron y lo encontraron.
Como dictó el destino
Lo que siguió fue épico, como nos ha venido contando Homero desde el siglo VIII a.C.
Los 51 días del último año de la guerra que nos narra “La Ilíada” empiezan con una colérica disputa entre Agamenón “el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles” y termina con el funeral de Héctor, el hijo mayor del rey Príamo y el héroe más célebre de Troya, a quien Aquiles había matado en un duelo y arrastrado por días amarrado de su carroza.
Pero si bien nos cuenta mucho sobre el heroísmo, la fuerza y la camaradería de Aquiles, además su furia, Homero no menciona su muerte, aunque Héctor la predice con su último aliento y la “Odisea” habla de su funeral.
Y el gran escritor griego en ningún momento menciona su talón (entre otras, tampoco habla del caballo de Troya).
El relato de la muerte del gran héroe quedó en manos de otros poetas, quienes narraron, por ejemplo, que se enfrentó luego al rey etíope Memnón, quien había acudido a apoyar a los troyanos, y lo mató en la batalla.
Contaron además, que se enamoró de la reina de las Amazonas, Pentesilea, cuando sus miradas se cruzaron en el momento en el que su lanza la atravesó... demasiado tarde.
Y varios dijeron que Aquiles murió cuando una flecha, disparada por el príncipe troyano Paris, cuya fuga con la bella (y casada) Helena había desatado la guerra con los griegos, lo alcanzó.
En la que es quizás la historia más famosa de su fin, el héroe murió en el campo de batalla contra los troyanos.
En otra versión, estaba escalando las murallas de Troya y a punto de saquear la ciudad cuando ocurrió.
Otros relatos cuentan que Aquiles se había enamorado tanto de Polixena, la hija de Príamo, que aceptó desertar al bando troyano si el rey los dejaba casar. Así fue, pero cuando Aquiles fue al templo para ratificar el compromiso a los ojos de los dioses, París, escondido, le disparó.
Sin embargo la mayoría de las fuentes aseguran que fue el dios Apolo -quien apoyaba a los troyanos- el que guio la flecha hacia su punto vulnerable: el talón.
Sólo así logran vencer al guerrero que aparece en la primera línea de la “Ilíada”, cuya ira pone en movimiento toda la historia, ese semidios, asesino, saqueador, malhumorado, temperamental, despiadado y cruel pero también aquel que es siempre el más rápido, más agudo, más grande, más brillante, más importante y más hermoso que otros hombres.
Pero aunque su madre, siendo inmortal, probablemente siga llorando su muerte, Aquiles lleva vivo en la memoria colectiva unos 28 siglos.
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