Por acá, no
La fantasía de calmar las urgencias económicas a costa de los ecosistemas naturales debe ser puesta a un lado para fundar una nueva etapa con un futuro centrado en energías renovables y seguras, dentro de un entorno ambiental habitable y prospero
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En algo coinciden actuales y ex funcionarios y legisladores, lobistas y corporaciones: hay que eliminar todo ecosistema natural que esté al paso en nombre de un desarrollo económico (que nunca llega). Sus promesas, por básicas, aburren: las exportaciones que se multiplicarían al infinito, la potencial generación de miles de puestos de trabajo que nos sacarán de la pobreza, y las ideas de regulación y control por parte del Estado, son los argumentos habituales que utilizan a la hora de promocionar la brutal destrucción del ambiente que vive nuestro país.
La fantasía de calmar urgencias económicas a costa de los ecosistemas naturales no tiene nada de nuevo. Durante los noventa, se abrieron nuestros mares a gigantescas flotas pesqueras extranjeras que, luego de colapsar las principales especies comerciales, se llevaron sus dólares sin generar empleos durables y de calidad. Algo parecido sucedió con la expansión de las actividades agrícolas, donde luego de aniquilar alrededor de 8 millones de hectáreas de Bosque Nativo, la producción de soja continúa tan primarizada como siempre. Y mientras los políticos disputan su poder, la contaminación por agrotóxicos, las quemas y endicamientos en Humedales, el avance de la ganadería sobre el bosque y pastizales, en el litoral y en el norte, continúan destrozando todo a su paso.
En estos tiempos le toca el turno a las aspiraciones de expansión de la actividad petrolera en el Mar Argentino. Una vez más, un acuerdo general de la política (con las corporaciones extranjeras) para promocionar las bondades de la industria como si fueran gerentes de un marketing de lo ajeno. A esta altura de la historia, la perimida lógica por medio de la cual dañar la naturaleza reducirá la pobreza resulta falaz, antiética y abiertamente contraria a las leyes vigentes.
El Convenio de Cambio Climático, en el que Argentina se comprometió hace casi 30 años a reducir las emisiones de CO2, continúa tan vigente como la letra del Convenio de Diversidad Biológica y de la Convención del Derecho del Mar. Además del deber de cumplir las leyes, son sobradas las evidencias del fracaso de la estrategia económica de destrucción, la que ha revelado que no permite alcanzar el bien común. En este escenario, la medida inicial y urgente es dejar de dañar, para fundar una nueva etapa en la que diseñar seriamente un futuro con energías renovables y seguras puestas a disposición de todos, y que permita reconstruir un entorno ambiental habitable y próspero.
Este ambientalismo no abandonará su misión pese a las amenazas, amedrentamientos y descalificaciones recurrentes (pierden el tiempo si así lo imaginan), y nuestras únicas armas en esta cruzada seguirán siendo la palabra independiente, la expresión artística, las vías institucionales de reclamo, el uso responsable de la libertad de expresión y las acciones directas no violentas, apoyados por y en compañía de miles de personas, cada vez más, que son parte de este movimiento.
En la supervivencia de la Ballena Franca Austral en el Mar Argentino, dejamos la marca de una profunda línea de arena: esta maravillosa especie simboliza, con su majestuosa presencia, la defensa pacífica de la viabilidad de todas las formas de vida en el planeta, y el cambio de rumbo hacia una humanidad no dependiente de los combustibles fósiles. #PorAcáNo.
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