Pop-its, almohadones y talleres de educación emocional: cómo hacen los colegios para ayudar a los chicos a sobrellevar el impacto de la pandemia
Con el regreso a la presencialidad plena, los estudiantes enfrentan nuevos desafíos al volver a la normalidad; para hacer frente a las secuelas del encierro, las escuelas repiensan el diseño curricular y trabajan más sobre el individuo que sobre el aprendizaje específico
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Desde que volvió la presencialidad plena, la oficina de orientación del colegio Michael Ham, en Vicente López, se llenó de pop-its, las burbijitas de colores que los chicos presionan para liberar tensiones y de almohadones de todos los tamaños. Hay una alfombra donde los alumnos pueden sentarse a respirar. Es parte de la estrategia que usan para abordar las crisis de ansiedad y el estrés que atraviesan a los alumnos en la vuelta a clases. Sin dudas, un síntoma de cómo la pandemia dejó un enorme impacto emocional en toda una generación que ahora enfrenta el desafío de volver a la normalidad. “Vimos la necesidad de crear espacios abiertos para que ellos puedan elaborar lo que les pasó. Hablar. Pedir ayuda. Que el recuerdo de la pandemia no sea una cicatriz de dolor sino de memoria”, explica Mariana Gallagher, directora de educación emocional del colegio, una disciplina que por estos días tomó un gran protagonismo en muchas escuelas, que incluso obligó a repensar el diseño curricular.
Algo similar está ocurriendo en otros colegios. Los directivos echan mano de nuevos recursos que incluso desbordan lo pedagógico para poder acompañar y ayudar a los chicos a lidiar con la huella de la pandemia. Algunos organizan talleres sobre crisis de ansiedad, pánico escolar, trastornos de la alimentación y autolesiones corporales, justamente porque estas situaciones se volvieron una realidad cotidiana en el aula. Otros, apuntan a capacitar a los docentes en educación psicoemocional, para ser capaces de dejar de lado por un momento el contenido de la currícula y generar un espacio donde hablar de lo vivido.
“No somos la misma escuela que antes de la pandemia. Y tampoco nuestros alumnos son los mismos, ni tienen las mismas demandas”, anticipa Carolina Carné, psicopedagoga y especialista en educación emocional del Pilgrims College, con sedes en San Isidro y Pacheco. “No podemos simplemente actuar como si eso no existiera. Por eso diseñamos un protocolo emocional para la vuelta a clases. Convocamos a los docentes y nos propusimos ponernos en los zapatos de los chicos que volvían y repensar la enseñanza desde ahí. Los chicos volvieron con muchas más habilidades digitales, pero menos competencias sociales y emocionales”, dice.
No son pocos los colegios que por estos días están adoptando estrategias similares, ante la necesidad de dar respuesta y contención a sus estudiantes. Según un informe que presentó esta semana Unicef, la pérdida de la escolaridad y de los vínculos sociales en una etapa vital de crecimiento dejarán grandes efectos en los chicos a los que se deberá prestar gran atención y que serán visibles en los próximos años.
La educación emocional parece ser la clave, explican en las escuelas que ya están abordando la problemática. Hubo que sumar a la capacitación docente y a la formación tradicional otras variables. Adaptar contenidos a los intereses de los chicos postencierro. Así, incluso en la secundaria, se prioriza lo experimental y real a lo teórico. Una clase de química se puede volver una suerte de laboratorio de pruebas de los tutoriales de Youtube. Mantener viva una huerta puede ser una forma de hablar de ciudadanía y del duelo. En lugar de rendir “un oral el jueves” se puede presentar un video en tres capítulos, según contaron los especialistas de distintas instituciones educativas a LA NACION. Mantener alto el factor sorpresa, aceitar los canales de diálogo en todas las actividades parece ser clave para que los chicos se sientan contenidos y puedan poner en palabras eso que están viviendo.
Justo unos meses antes de la pandemia, en el Michael Ham crearon el programa de educación emocional. Y resultó fundamental, apunta Lucía Monsegur, directora de Relaciones Institucionales del colegio que tiene dos sedes, en Vicente López y en Nordelta. Cuando volvieron a las aulas, diseñaron un plan de acompañamiento en duelo y salud mental que involucró a docentes, padres y alumnos. “La pandemia plantea nuevas situaciones. Los más chicos están más sensibles y costaba el despegue, había una regresión en conductas. En primaria, había mucha necesidad de jugar y moverse, pero también de volver a las normas. Había enojo, irritabilidad, falta de control de emociones. Necesidad de juego reglado, de volver a rutinas, había exceso de pantallas”, cuenta Gallagher. “Los recreos son muy cortos, además nos deben los recreos del año pasado”, le plantearon los chicos de primaria de la sede de Nordelta al director. “Volver a las rutinas y a los horarios llevó tiempo”, dice Monsegur.
En la secundaria, las consecuencias eran más profundas, pero menos evidentes. “Los adolescentes esconden más lo que les pasa. Detectamos muchos trastornos de ansiedad y fobia escolar. Por ejemplo, hay chicos que se sienten estresados ante las evaluaciones. Un estrés que no pueden manejar. Sienten que es imposible rendir como antes, que se van a llevar todas las materias. Entonces, planteamos otras instancias. En vez de, por ejemplo ponerles una entrega de todo para el viernes, darles tres fechas. En lugar de un oral, que presenten un video de Youtube o una presentación de Google, según sus fortalezas. Y que sea un proceso”, apunta Gallagher.
Talleres
También convocaron a expertos en salud mental para dar talleres. Por ejemplo, para entender qué pasa cuando uno está ansioso y qué herramientas puede usar. “Para los chicos de los últimos años, organizamos talleres con especialistas que pusieron nombre a conductas que están presentes, pero de las que no se habla, como cortarse. Se habló si son o no conductas suicidas, qué le está pasando a quién lo hace, cómo pedir ayuda, e incluso, para un amigo”, explica la psicopedagoga. También trabajan con los padres, en talleres para ayudarlos a volver a poner rutinas en casa, que los chicos se acuesten temprano, vuelvan a ordenarse con los hábitos, a equilibrar las pantallas y la actividad física.
En el Pilgrims College, en San Isidro y en Pacheco, también la educación emocional fue clave, cuenta la licenciada Carolina Carné. “Nos encontramos con chicos con poca autoregulación. Pocas pautas y hábitos de trabajo, que hablan más con el cuerpo que con las palabras. Entonces llegaron los semáforos emocionales: paro, pienso y actúo. Estamos trabajando en que ellos mismos aprendan a identificar cómo se sienten, que puedan expresarlo con palabras, calmarse y pensar”, apunta. No fue sencillo, hubo que volver a aprender las más básicas pautas sociales y de convivencia. La lectura del otro, el respeto. Y hasta volver a poner en el centro valores como la honestidad.
“Otro de los desafíos fue cómo entusiasmarlos para volver al colegio”, cuenta Carné. La estrategia que usaron fue mantener alto el factor sorpresa. Esto es, por ejemplo, para los más chicos ofrecer actividades motivadoras, para que tengan ganas de volver a día siguiente. Como ofrecerles una caja misteriosa, que contiene plastilina y plasticola para que experimenten libremente, justo antes de terminar la jornada. O para los más grandes, proponerles hacer una huerta o probar en el laboratorio los tutoriales que consumen en Youtube. “Además, a los docentes les pedimos que la clase no sea tal cual los chicos se la imaginan sino que los sorprenda porque eso es abono para el aprendizaje”, apunta.
La tecnología representa todo un desafío. Estaba presente en el aula, pero no podía desaparecer ni ser el todo. “Necesitamos que recuperen la motricidad para la lectoescritura. Por eso, las laptops vienen en un momento y también se van, para que vivan la desconexión”, explica. Otra de las realidades que detectaron fue que los más chiquitos estaban muy cansados con la vuelta a la presencialidad plena. Por eso, incorporaron espacios de descanso, relax y mindfulness.
En el Islands International School, en Belgrano, lo que más sorprendió a los docentes fue la alegría con la que los chicos volvieron a la presencialidad, cuenta Andrés Pallaro, representante legal. “Era un espacio que extrañaban”, dice. Ellos decidieron trabajar de forma transversal la adaptación curricular a la nueva realidad con la que regresaron los estudiantes. Es decir, que en las distintas materias se crearon espacios de escucha para que los chicos puedan abrirse y a partir de allí, identificar con el equipo de orientación casos puntuales que requieran intervenciones específicas. “Trabajamos muy fuerte con el gabinete, atendiendo caso por caso, de forma individual y con las familias. Además, incorporamos talleres para el nivel secundario, dentro del horario escolar, de unos 20 minutos al mediodía con charlas motivacionales, y espacios para conversar sobre trastornos alimenticios y adicciones y adicciones”, agrega Pallaro.
También en el Northlands, se sorprendieron de la buena disposición y de las ganas con las que los alumnos volvieron. “Los adolescentes, que se hacen los cancheros, nos decían, ´nunca me imaginé que iba a extrañar estar acá ocho horas´, están felices de volver a su espacio”, dice Teresa De Stefano, directora de Relaciones con la Comunidad del Northlands de Olivos y Nordelta.
“Recuperar rituales, adaptados a los protocolos, les da estructura, orden, los calma. Les da la sensación de recuperar algo de ese mundo que parece haber desaparecido. Las emociones están a flor de piel. Por eso, decidimos implementar espacios de intercambio, para hablar con una dinámica grupal de lo que se había perdido. Desde class meetings hasta talleres de personal and social education”, apunta.
De a poco fueron volviendo las actividades más tradicionales del colegio, que encarnan su lema de “amistad y servicio”, y esto les está permitiendo recuperar, según cuenta, la idea de comunidad. Desde actividades de confraternización, a otras de ayuda a la comunidad. “También volvieron los sports, con los cuatro equipos que nosotros llamamos houses, como en Harry Potter, y que es parte del espíritu del colegio y a los chicos les encanta”, cuenta.
Recuperar el espacio del recreo fue todo un desafío. Lo mismo con los reencuentros con las familias, donde aparecieron los temas de la pandemia. “Hay chicos a los que les está costando volver, después de estar replegados tanto tiempo. Y los estamos acompañando, porque somos equipo con los padres”, cuenta.
En el Belgrano Day School, también están enfocados en trabajar sobre el impacto socioafectivo de la pandemia. “Fue un impacto muy fuerte. Desde lo académico, tuvimos que reprogramar el año en función de esto. Es un descubrimiento cotidiano cómo caló el aislamiento en los chicos, en sus emociones, en su desarrollo personal y en su capacidad para lo interpersonal, ya que el intercambio con otros estaba muy deteriorado”, apunta Andrea Pelliccia, directora del nivel primario.
Para esto, fueron fundamentales los “circle time”, que son espacios tradicionales de esta escuela, en la que dentro de la clase se sientan en círculo y dejan por un rato los contenidos para hablar de lo que les pasa. “Son espacios de escucha conducidos por el docente, desde donde surgen las problemáticas y se les proponen estrategias. Que los chicos puedan identificar lo que les está pasando, ponerlo en palabras y pensar en recursos. Para nosotros este es el punto de inicio para poder identificar algo más individual y realizar un seguimiento”, apunta. “También hicimos un trabajo con los docentes, porque hubo que acompañarlos a entender qué era propio de la edad y qué era pandémico. Y ante qué situaciones encender la alerta. Y el resultado es positivo”, asegura.
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