Podemos hacer de nuestras falencias un trampolín hacia el futuro
Franco y Teo tienen 13 años. Atentos escuchan a Yanina Petracca, doctora en Ciencias Biológicas y especialista en transgénicos, mientras explica a un auditorio que supera ampliamente la edad escolar las posibilidades de la nueva herramienta de edición génica CRISPR. Con la frescura de quien aún no tiene miedo al ridículo, Teo levanta la mano y pregunta: "Entonces, si yo tengo un perro malo y un perro bueno, y le pongo el gen a uno y al otro, ¿puedo lograr que ambos sean buenos?".
Con Yanina sonreímos. Misión cumplida. El esfuerzo por llevar adelante el encuentro de BioFuturos en Pinamar junto a la Subsecretaría de Tecnología e Innovación de la Provincia de Buenos Aires valió la pena.
Es en estos pequeños momentos cuando no tengo duda de que el futuro de la Argentina puede ser extraordinario. Aquí tenemos el bien más preciado de las economías más desarrolladas del mundo: talento. Un talento en bruto que, si nos los permitimos, puede llevarnos de dejar de apagar incendios a ser un ejemplo para el mundo.
¿Qué pasa si nos permitimos jugar con el "cono de futuros" e imaginamos futuros alternativos para esa otra Argentina?
En su libro The Industries of the Future (Las industrias del futuro), el experto en política tecnológica Alex Ross explica que el mundo ha dejado atrás la Guerra Fría solo para entrar en una Guerra de Algoritmos.
Hoy es fácil imaginar un futuro cercano con ciudades inteligentes donde coches autónomos hacen del tráfico una canción de Mozart; robots cuidan de ancianos, y hay ciudadanos con implantes de chips que reemplazan llaves, tarjetas de crédito, documentos de identidad.
Este escenario altamente probable va a requerir expertos en inteligencia artificial y va a generar expertos en burlar el sistema y engañar al algoritmo. Y por ende defensores para empresas, gobiernos y sociedades.
En ese contexto, la Argentina tiene la oportunidad de construir una legión de "cibergauchos" y posicionarse en el mapa geopolítico mundial: ser no solo el granero, sino también el guardián del mundo.
La Argentina es una potencia hídrica, con un 48% del territorio constituido por agua (si se cuentan los límites marítimos del país que aprobó la ONU en 2016). Somos uno de los países con mayor número de ecorregiones del mundo, rico en biodiversidad, con la segunda reserva mundial de shale gas, y condiciones óptimas para el desarrollo de energías limpias, como la solar y la eólica. Vivimos en un paraíso de recursos y tenemos una oportunidad: dar un paso más allá del diseño centrado en las personas, para incluir el ecosistema. Pensar un futuro centrado en el planeta.
Bacterias genéticamente modificadas que convierten el glicerol en biomateriales, como hace el equipo de INMET, proyecto que nació en el Instituto de Biotecnología de Rosario (y hoy es parte del Grupo Bioceres). Fungicida 100% biológico para la soja, desarrollado por Y-TEC, joint venture entre YPF y el Conicet, para resolver los desafíos de energía y mitigar el impacto ambiental. Y yaguaretés que dejan de estar en extinción, si combinamos la información en bancos genéticos de especies nativas (como el que construyó Adrián Sestelo, director científico del Ecoparque) con la edición génica para hacerlas más resilientes.
Esta semana, Paul Graham, fundador de Y-Combinator, lanzó una llamado para startups trabajando en lo que llamó Gobierno 2.0: proporcionar acceso equitativo a los servicios básicos que las familias necesitan para prosperar. Estos servicios incluyen acceso a educación de calidad, vivienda, atención médica, alimentos, seguridad física, noticias e información precisas y una red de seguridad social.
Desde la Argentina fallamos en cada uno de estos servicios. Pero esa es quizá nuestra gran oportunidad. La clave para innovar es conocer el problema: cuanto más cerca, mejor. Nuestros doctorados en corrupción, falta de gobernabilidad, servicios públicos precarios, inseguridad, etc., se convierten en una ventaja competitiva a la hora de construir el Gobierno 2.0.
En plena crisis del relato liberal, debemos más que nunca imaginarnos futuros alternativos que redefinen el sistema. Algunos argentinos ya están trabajando en esto. Startups como Kleros, una plataforma para resolución de conflictos legales; o Wibson, un mercado que permite a las personas sacar provecho de sus propios datos. Se trata de "mutantes del desarrollo": nuevos jugadores, libres del legado de gobiernos y organismos internacionales, que combinan distintas disciplinas para construir futuros diferentes.
¿Y si nuestra herencia se vuelve el trampolín para ser pioneros en diseñar los gobiernos del futuro?
* Fundadora de LOBO, centro de desarrollo de ecosistemas de innovación
Ángeles Cortesi
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