CENTINELA DEL MAR.- La primera impresión que se tiene al entrar al diminuto pueblo marítimo es que no es real. Un puñado de veinte casas se acomoda entre los médanos, no más. Pastizal pampeano, senderos improvisados en la arena, la presencia enigmática de una vieja capilla, una casa octogonal, un hotel abandonado y una pulpería, la única costera de la provincia de Buenos Aires, acaso de todo el país.
El mar se oye como un acompasado rumor, que crece a medida que se sube por un acantilado. La visión es impactante, pequeñas playas se presentan en la intimidad de esta costa adormecida. Así es Centinela del Mar (Partido de General Alvarado), a 50 kilómetros al sur de Miramar, apartada del ruido y alejada del resto del mundo.
"Sólo dos habitantes se quedan todo el año", afirma Carlos Canelo, quien atiende la pulpería junto a su esposa Patricia Velardo. Hace veinte años que se afincaron en el lugar, y durante cinco meses en el año viven en este paraje costero, luego regresan a Miramar. "No es una vida fácil, acá no tenemos nada más que naturaleza, que no es poco", comenta.
Sin electricidad
La diminuta y desolada aldea no tiene electricidad. Las estrellas por las noches iluminan esta recoleta humanidad. La señal telefónica e internet, son quimeras. No hay guardavidas, ni sala sanitaria. "Los caminos están en mal estado", completa la postal del abandonado. Sin embargo, Centinela del Mar esconde tesoros.
"Es un lugar con microclima. No hay contaminación", sostiene Canelo, quien tiene sangre tehuelche, la pulpería es temática sobre este pueblo originario. Está equidistante a 50 kilómetros de Necochea y Miramar, los dos grandes balnearios que encandilan a los turistas. "El agua es completamente transparente. Queremos que se conserve así", agrega. Quieren permanece en el anonimato, no les interesa ser un destino de playa. Saben las consecuencias del turismo invasivo. "Nosotros acá estamos resistiendo", manifiesta. "Tenemos una misión: proteger este lugar", confirma.
Para llegar a este estado, fundaron una ONG con otros enamorados del lugar con un proyecto: crear la Reserva Natural Centinela del Mar. "Es muy rica la historia", enumera Canelo: "Un enterratorio tehuelche de 3000 años, desembarcos nazis, diversidad de flora y fauna, microclima y paz", culmina.
La reserva se diseñó en parte de lo que fue el territorio del complejo tehuelche, desde Mar del Sud, hasta Centinela del Mar, es una franja costera de 25 kilómetros que penetra 300 metros sobre la costa. "No se va a poder construir más", afirma Canelo. "Queremos jerarquizar el turismo que venga", completa. En los últimos años, comenzaron a llegar más visitantes. Si bien son bienvenidos, se valora el respeto por el medio ambiente.
Reducto tehuelche
"Estas playas eran usadas por tehuelches, son muy salvajes", afirma Canelo. Ese sentido de tierra inexplorada es lo que pretenden preservar. Hace miles de años, la soledad no era tal. La playa era visitada por estos indios que venían a buscar a los guanacos que bajaban para pastar de las sierras, a cien kilómetros. El pastizal pampeano aún se halla virgen. "Los caballos viven muchos años, los nuestros, más de treinta años", afirma Canelo. El porcentaje de hierro en el pastizal es una de las razones. "Son muy resistentes", completa.
Los indios sabían esto y los propios tehuelches del sur venían a buscarlos en un viaje épico, cruzando todo el país. "Acá también se hicieron pirámides", refiere Canelo a una de las historias ocultas del balneario. El túmulo de Malacara es un enterratorio tehuelche de 3000 años de antigüedad que está en tierra sagrada a 2200 metros de la pulpería en la confluencia de tres arroyos que desembocan al mar. "Los enterraban ahí porque la energía fluía por los arroyos hasta el gran agua, el mar", explica.
La descubrió Florentino Ameghino en 1912, y trasladó los restos óseos y todo el complejo enterratorio al Museo de La Plata. "Estamos tramitando la restitución completa", afirma Canelo. Para referenciar el lugar, siguiendo coordenadas del propio Ameghino, levantaron unas piedras y colocaron cartelería.
La tumba de Malacara fue una pirámide de dieciocho metros de diámetro por dos de alto. Se componía de trece cuerpos enterrados en forma individual, y en su centro, una pareja enfrentada, acaso mirándose. "No sabemos si la mujer fue sacrificada", se pregunta Canelo. Centinela del mar tuvo una intensa actividad. Estos tehuelches, que llegaban para cazar los guanacos, hacerse de los mejores caballos, tenían una relación directa con el mar. "Y una gran habilidad: el manejo de boleadoras", afirma Canelo.
Lobos marinos
"Hay pocas puntas de flechas", asegura Canelo. ¿Las razones? "Los lobos marinos", afirma. "Son animales fáciles de cazar", completa. Los había por miles antes que el hombre blanco los exterminara. Usaban la grasa. Todavía en la marea baja entre las restingas se dejan ver algunas piedras boleadoras.
La bala perdida era única (una sola pieza), luego estaba la ñanducera (que eran dos bolas de piedra atadas con tiento o cuero de potro), y luego el gaucho la modificó añadiéndole una manija. "Era un arma letal, tierra adentro en la Patagonia, siguen boleando", asegura. También en la costa se hallan fósiles. Se trata de una de las reservas paleontológicas más importantes de Buenos Aires. "Nos visitan biólogos, arqueólogos, paleontólogos y locos que no quieren ver a nadie", asegura. "Algo pasa acá, Centinela tiene una energía muy fuerte", sugiere Canelo.
En el afán por rescatar sus raíces, rastreó los antepasados de viejos pobladores con sangre tehuelche y fue hasta la Patagonia para buscar descendientes. "Se afirma que no quedan más tehuelches, pero los hallamos", sentencia. Navegando cursos de agua internos de Santa Cruz, llegó a asentamientos originarios. Hizo registros sonoros de lenguas que algunos daban por extintas.
"Centinela del Mar tiene magnetismo", afirma Sonia Berdesio, quien junto a su familia hace seis años que tiene una casa frente al mar. Viven en La Plata y vienen en los veranos. "Yo siempre dije: no quiero morir sin poder tenerla", confiesa su esposo Tomas Estocopaz. La pequeña casa está en lo alto de un acantilado. "No extrañamos nada de la ciudad", sentencia Sonia. La luz la producen con generador. "No necesitamos mucho, queremos que esto se quede así", resume. "Una vez que llegamos acá, apagamos el celular", asegura Tomás.
Visitantes
Omnipresente, el mar centra la atención de la familia. Junto a tres hijos, cada uno en una reposera, hechizados, lo miran. Esperan la noche y su luces. "Parece que podés tocar las estrellas con las manos", asegura Sonia. "Lo mejor que nos puede pasar en no tener cobertura telefónica", completa Tomás. La familia espera poder vivir dentro de la Reserva. Apoyan la idea.
"Por favor, no publiquen el nombre del lugar, no queremos que venga nadie", advierte Victoria Zender, a punto de meterse al mar con su tabla de surf. Su esposo y sus dos hijos, de menos de 10 años, la acompañan. Todos surfean. Centinela del Mar es una playa perfecta para el deporte. Son de Mar del Plata, y huyen de su ciudad para poder estar solos. La costa es una postal de la soledad que remite a la Patagonia. Altos acantilados, playas de conchillas y canto rodado y también de arena muy fina. "Queremos que siga siendo la playa más solitaria", confiesan
"Somos la resistencia, no queremos progreso en Centinela del Mar", manifiesta Patricia. Ella es la encargada de atender las ollas de la pulpería. "No atendemos a motoqueros", anticipa Canelo. La preservación de la playa, sus médanos y el entorno natural, son prioridades. "Estamos proyectando la reserva para que no entren más motos", asegura.
La pulpería marítima es un punto de encuentro de aquellos que defienden este proyecto, y también un centro de interpretación de toda la historia del lugar (al lado está el Museo Günün a Künne). El mostrador está ocupado con restos de naufragios. La restinga fue una trampa mortal, en el pasado, para muchos barcos. A un costado del pequeño y pintoresco salón vidriado, una pieza con dos camas sirve de hospedaje, es el único del pueblo. Los pasajeros tienen en común la necesidad de la soledad. "Llegan los que quieren silencio", determina Patricia.
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