Platero, el burro que llegó casi sin vida y hoy es el anfitrión de su refugio
Fue rescatado cuando apenas se podía parar y había perdido toda la confianza en los humanos, pero no tardó en recuperarse y volver a nacer
En el famoso libro del poeta español y premio Nobel Juan Ramón Jiménez, Platero era un tierno burro que acompaña a Yo, el narrador de la historia, a lo largo de su vida, oficiando acompañante, amigo fiel y depositario de confesiones varias.
Este otro Platero, hoy de ocho años, podría también ser protagonista de una historia. Una que hable de un pasado de hambre, maltrato y tristeza. Pero con un presente y un futuro llenos de amor, esperanza, alegría y travesuras.
Este simpático burrito llegó a ACMA (Ayuda a Caballos Maltratados) hace casi dos años, desde Malvinas Argentinas, en el partido de Esteban Echeverría. Allí, una patrulla policial detectó que dos personas se trasladaban en un carro a gran velocidad….tirado por un burro. En su alocada carrera, buscaban acortar trayecto a fuerza de azotes y golpes al agotado animal, que en un momento cayó exhausto al suelo. No conformes, y en medio de sonoras carcajadas, lo obligaron nuevamente a levantarse a los golpes, para continuar con su frenética galopada. Pero el pobre burrito no soportó el esfuerzo y a los dos pasos cayó nuevamente al piso y ya no pudo levantarse más. Fue en ese momento en que los carreros fueron detenidos y luego acusados por maltrato animal.
Terror por la raza humana
La suerte en este caso estuvo del lado de Platero, quien tuvo la gran fortuna de ser trasladado a ACMA gracias al llamado de la policía que actuó en la persecución. El doctor Ariel Corse, médico veterinario jefe en ACMA, describió con dolor y estupor la llegada de Platerito al campo. “Era increíble la tristeza que tenía ese animal en su mirada…estaba muerto en vida. Metía la cola entre las patas. Y eso es terror”, recuerda.
Efectivamente, Platero había sido víctima sin dudas de años de explotación, sufrimiento, violencia y un temor infinitos, que provocaban que cada contacto con un ser humano fuese sinónimo de tortura. Se requirieron muchos meses de paciencia y amor para quitarle esa concepción temerosa del hombre, a fuerza de mimos, cariños, cuidados extremos y esa cuota ininteligible pero necesaria de confianza mutua entre los voluntarios y el nuevo huésped.
“Cuando vino estaba minusválido, anémico, triste con todo lo que trae el maltrato… y, a medida que fue mejorando su salud, su ánimo, y que notó que acá nadie le hacía nada, empezaron a aparecen las típicas actitudes de un burro”, relata Corse. Y fue así como comenzó a empacarse, como buen burro que es, y sus actitudes dejaron de ser tan agradables. “Cuando había algo que no le gustaba o no tenía ganas de hacer lo que le pedías… se tornó terrible. No sólo empezó a patear, sino que cuando venía el herrero para corregirle el casco, lo atábamos al palo y nos arrimábamos para sostenerlo, se tiraba al piso y quedaba echado tipo muerto. No levantaba ni la cabeza y te relojeaba con un ojo… vos lo querías parar y olvídate, se quedaba ahí tirado en el piso. Sólo lo levantaba con un balde de agua; no le pasaba nada, solamente se empacaba”, relata jocosamente el veterinario.
Bienvenidos a la tierra de Platero
Pronto Platero pasó a ser el mimado del campo, protagonista de travesuras y receptor de todos los cuidados, mimos y caprichos posibles.
“Platero es muy especial, genera un amor increíble, con esa cara, esos gestos cómplices. Es un tierno sinvergüenza que también representa la inocencia y la pureza de todos los animales”, cuenta Silvina Portillo, voluntaria en ACMA. “Recuerdo cuando llegó, no olvido su mirada triste, su cabeza gacha, con su colita entre las patas; era el miedo, su recuerdo del maltrato, su temor a volver a confiar…me partió el corazón”, recuerda.
Pero así como luego de toda tormenta sale el sol, un día Platero volvió a confiar. Porque allí tuvo sobredosis de amor y cuidados que fueron sanando su cuerpito golpeado y maltratado, y también su corazón. Tanto, que hoy es uno de los grandes anfitriones en las visitas al predio, que a puro rebuzno reclama atención absoluta, firme en la puerta del corral para recibir mimos y comida de todos los visitantes.
No es raro verlo perseguir a los voluntarios que llevan las carretillas con pasto, y ante el menor descuido es el primero en robar parte de la carga. Los chicos del lugar intentan ponerse firmes, pero su carita, llena de ternura, logra desarmar cualquier intento de orden o autoridad.
“Es tan hermoso y se lo ve tan feliz desde que llegó. Increíble la transformación cuando vino, todo lleno de miedo. Y hoy tan repleto de vida”, dice Beatriz Semole, una de las tantas seguidora del burro desde la primera hora.
Y es que Platero tiene su nutrido club de fanáticos. Y él, como toda estrella, se debe a su público.
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