Pinamar: Del chiringuito al parador propio, la historia del carismático artista de la chatarra
PINAMAR (ENVIADO ESPECIAL).- Juan Pablo Ayciriex, de 31 años, no para. Ahora está con dos albañiles armando un deck en el que exhibirán una réplica gigante de una ballena prehistórica en una muestra de paleoartística en el parador Nelson, del que es uno de los dueños.
Hiperactivo, sociable y carismático, como él mismo se definió, este joven de familia de General Madariaga, pasó toda su vida en Pinamar donde su padre trabajaba como encargado de edificio. El recorrido de Juan Pablo comenzó como asistente de cocina en su adolescencia, luego tuvo un chiringuito, le siguió un bar y finalmente su parador.
En una charla entrecortada con LA NACION, donde todo el que llegaba al parador se acercaba a saludarlo, Juan Pablo cuenta cómo fue el camino que lo llevó a buscar instalar una cultura de la conservación y el reciclaje que lo transformó en un artista de la chatarra.
"Mis viejos se vinieron a Pinamar cuando estaban empezando los primeros edificios. Mi papá era encargado de edificios y maestro mayor de obra. Mi madre, artista plástica", cuenta.
"El entretenimiento de chico era ir a la zona de la frontera a buscar caracoles o entre los médanos fósiles que derivó en el museo de la Fundación Ecológica", dice.
Sobre sus orígenes, recuerda: "De adolescente, yo comencé a trabajar como asistente de mozo en El viejo lobo, cuando estaba acá sobre el mar. Siempre fue un lugar de mucha concurrencia de gente".
"Luego pasé a ser recepcionista. Se me dio esa cualidad de poder hablar con la gente, ser sociable, carismático y eso llevó a que ganara protagonismo. Me hice muy amigo del dueño y le pedí si podía poner un chiringuito a porcentaje", contó sobre sus primeros pasos.
La propuesta fue aceptada por el dueño del restaurante y parador: "Con 18 y 19 años ya tenía la barrita de playa más linda de Pinamar. Estaba en Avenida del Mar y la Playa. Salíamos a invitar gente y hacíamos concursos para los chicos donde les decíamos que juntaran colillas de cigarrillo y se llevaban de regalo un licuado del chiringuito".
"No dejé de ser recepcionista del restaurante. En esa época trabajaba como 24 horas. Cerraba el chiringuito, iba rápido a cambiarme. Recuerdo que mi vieja me tenía la camisa blanca planchada y lista. Me cambiaba y me iba de punta en blanco con pantalón de vestir y camisa a trabajar", dice Ayciriex.
Estudiar y trabajar para tener un título
"Cuando llegaron los 18 comencé a estudiar porque en mi casa siempre me habían dicho que había que estudiar, capacitarse y buscar un camino. Por eso comencé a formarme en gastronomía. Hice un terciario de analista gastronómico en un instituto de Mar del Plata que me fui bancando con lo que conseguía de propinas por laburar los fines de semana. Mis papás siempre fueron trabajadores, así que me tuve que hacer de abajo", recuerda.
Para esa época también se había enganchado con los deportes de tabla como el surf y el kitesurf. Cuando terminó sus estudios, sintió que estaba listo para el siguiente paso: "Comencé a decir que yo tenía que tener mi restaurante y a los 24 años abrí Nelson, sobre la calle Bunge y que es la madre de todos los otros Nelson como este parador. Hoy puedo trabajar en la gastronomía y disfrutar de una vida basada en la cultura de mar".
El siguiente paso llegó dos años después: "Como mi socio, Juan Ramón González Balcarce, ya había tenido balnearios y se estaban comenzando a vender algunos, le ofrecí que nos asociáramos para poner uno propio. Fue una inversión de mucha plata. Muy grande. Yo no tenía ni idea que costara eso. Tenía 26 años en ese momento. Siempre quise terminar trabajando en la playa. Quiero que mi vida sea acá recibiendo al turista y alimentándolo no solo con comida, sino con cultura y música".
"El arranque del parador fue muy angustiante. Lo inauguramos y tuvimos dos años en obra. Muchos desafíos y aprendizaje de saber cómo es una concesión municipal sin un respaldo millonario o una familia que ya tuvo paradores y saben cómo funciona. Hubo momentos de mucho bajón", dice Ayciriex.
Y agrega: "En mi caso, soy un pinamarense que quiso apostar a tener un negocio en el lugar donde creció. Somos ciudadanos que pudimos abrir un negocio acá y darles trabajo a otros vecinos".
El mote de chatarrero que llegó de la mano del reciclaje
"Lo que nadie quería, como por ejemplo los cajones de verdura, con eso hacíamos los revestimientos de los lugares. Eso me lo fue enseñando Roberto José Giménez", resume sobre sus inicios en el reciclaje, que es uno de los sellos de sus emprendimientos.
"En esto de aprender de mi socio y José, ellos me enseñaron a reutilizar cosas. Íbamos a los chatarreros y traíamos de todo. Por ejemplo, cuando no había chapa nueva, traíamos la chapa de gallinero, la vieja y fea, que ahora es la más linda".
"Hay que buscar, como siempre. Algunas cosas ahora se pusieron de moda y están mucho más caras, entonces se buscan otras cosas. Siempre vamos a dos chatarreros grandes que hay en General Madariaga", cuenta sobre cómo eligen los materiales.
Sobre el final de la charla, Juan Pablo define lo que es Pinamar para él: "Es un estilo de vida. Un hogar. Naturaleza y paz. Veo mi futuro acá, pero vivo el hoy. Trato de vivir el día y la vida al máximo dando todo con amor. Siempre tratando de hacer el bien, con humildad y siendo sincero con la gente. Creo que hace falta mucho amor en la sociedad y hay muchas formas de transmitirlo. Si uno lo hace, a la larga en algún punto, puede llegar a funcionar que haya una sociedad más armoniosa y no tan violenta. Es como cosechar ese amor".
"Es muy lindo cuando uno logra con sus propias manos las cosas. En parte, es lo que la vida te va devolviendo, por suerte y con mucho esfuerzo", cierra.
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