"No solo aquello que es elegante o fino tiene valor patrimonial", asegura el arquitecto Horacio Spinetto. Pocas cosas más populares que las clásicas pizzerías porteñas, esos locales para comer de parado y mozos a la antigua, que remontan a costumbres de los diferentes barrios, y especialmente a "esa", la que cada uno de nosotros prefiere.
De ahí que, más allá de las míticas pizzerías del centro, Buenos Aires invita a caminar y descubrir otras menos conocidas, alejadas del circuito turístico, donde mientras se aguarda una muzza, se puede observar la arquitectura y la decoración característica del lugar, con hornos humeantes, coloridos azulejos, retratos de famosos, y camisetas de fútbol colgando en la pared.
Desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días, las pizzerías son protagonistas de la cultura gastronómica de la Ciudad, disputándose un primer puesto con el asado y la pasta. Así lo entiende el arquitecto Spinetto, autor del libro Pizzerías de valor patrimonial de Buenos Aires, donde revela donde encontrar estas joyas gastronómicas, cuáles son sus características, y especialidades. Por eso una de las rutas comienza por la calle Corrientes, referente pizzero indiscutible, y un punto de partida interesante para recorrer cinco locales, de sur a norte de la ciudad, desde Almagro hasta Belgrano.
En Corrientes 3954, a pasos de la estación Medrano de la Línea B, se encuentra Pin Pun, una de las más antiguas de Buenos Aires, fundada en 1927 por inmigrantes italianos, los mismos que abrieron la mítica Güerrín, cinco años más tarde. En este clásico, además de su parecido con Güerrín, se destaca el mostrador en medio de la entrada donde muchos de los habitués del barrio se acodan para comer al paso hasta bien entrada la madrugada.
"Me gusta venir acá porque te atiende un gallego, un gallego como los que fundaron varias pizzerías de Buenos Aires", dice con entusiasmo, Stella Díaz, cantante de tangos, en relación a la familia Prieto, que sigue siendo dueña del local. El salón de Pin Pun es alargado, está cubierto de azulejos negros, tiene carteles luminosos que cuelgan del techo, y fotos de los personajes que la visitaron, desde Carlos Gardel, hasta Palito Ortega. La especialidad de la casa es la muzzarella 500grs y la Especial Pin-Pun, de jamón, pimientos, mozzarella, broche oro luego de bailar en alguna de las tanguerías típicas de Almagro.
Otra clásica que no fue pensada para el turismo, sino para el deleite de locales, es El Imperio de la Pizza, en Av. Corrientes 6895, un ícono de Chacarita desde los años 50, declarada de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Ubicada en una de las esquinas más transitadas de la Ciudad, frente a la estación de tren Federico Lacroze y del Cementerio, Imperio es una de esas pizzerías que los porteños rememoran yendo con sus papás, o sus abuelos.
Ahora, para recordarles momentos de la infancia, una escultura de Carlitos Balá, vecino del lugar, recibe a los comensales junto a la puerta. En el negocio se mezclan durante todo el día, hasta entrada la madrugada, gran cantidad de clientes, taxistas, floristas y pasajeros del subte de la Línea B del tren, y de varias líneas de colectivos que pasan por el lugar, célebre por la fugazzeta con queso humeante. El amplio salón, se distingue por sus característicos mosaicos, los espejos con dibujos fileteados, y las camisetas de jugadores de fútbol que cuelgan en el fondo. En el recorrido de LA NACION junto al arquitecto por diferentes pizzerías, Jorge Soto encargado del turno tarde de El Imperio, revela que el secreto del éxito del lugar "es mantener la decoración clásica, con mozos con más de 25 años trabajando, y sólo cerrar durante dos horas al amanecer".
A pasos del Imperio de la Pizza, en Corrientes 6801, se ubica Santa María, una pizzería y pastelería fundada por gallegos en 1947, cuyo antiguo logo comercial que decora las vidrieras, está pintado en dorado y colores vivos, y remite a una de las carabelas de Cristóbal Colón. En los años 70 fue remodelada y el sector dedicado al café y a los dulces, con acceso por Olleros, fue modernizado y se agregaron góndolas donde se exhiben tentadoras masas y tortas. En cuanto a la pizza, su especialidad es la fugazzeta.
En Córdoba 5270, al límite entre Villa Crespo y Palermo, encontramos Angelín, famosa por su pizza canchera, de 16 porciones, creada por quien ofrecía pizza a quienes salían de la cancha, Oscar Vanini, abuelo del actual dueño del local, Gustavo Pintos. Angelín, que data de 1938, es un lugar de culto de rockeros, escritores y actores, que se sientan a comer al fondo del salón, donde logran tener privacidad.
Si bien el restaurante está ubicado en una casona afrancesada de principios del siglo XX, su interior no deja de ser el típico las pizzerías barriales, con paredes azulejadas, pisos calcáreos blanco y negro, mesas con una botella de moscato esperando a los clientes, y un mostrador donde comer "de dorapa". Según Pintos, el secreto del éxito del local es "no bajar nunca la calidad y seguir ofreciendo los mismos buenos ingredientes de siempre y, entre ellos, un exclusivo blend de diferentes tipos de muzzarella".
Los adoradores de la media masa y la pizza de molde, en el barrio de Belgrano, pueden sentarse a comer en Burgio, ubicada en la Cabildo 2477. Lo primero que impacta al entrar es un humeante horno a leña del cual entran y salen muzzarellas constantemente, cuyo destino son las mesas, o los vecinos que van a buscarlas para llevárselas a su casa. Burgio fue fundada en 1932 por italianos, tiene estantes atemporales en los que se venden latas de conservas y vinos, las paredes están cubiertas por coloridas venecitas y es una de las pocas pizzerías en las cuales se sirven las porciones en platos de metal, por ser más durables.
Para Spinetto los caminos de la pizza porteña son infinitos. Con la mítica Burgio puede concluir este recorrido, pero también pude comenzar otro nuevo, de Norte a Sur, hasta concluir en La Boca, en otra de sus favoritas, la escondida y pintoresca El Puente de Ariel.