El Palacio Belgrano Otamendi abrió sus puertas al público, restaurado; los detalles de la obra y el destino del lugar
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Luego de permanecer más de veinte años en ruinas, el emblemático Palacio Otamendi Belgrano vuelve a brillar y está abierto al público para visitarlo y participar de actividades culturales gratuitas. Fue un sitio deshabitado, invadido por escombros y vegetación hasta hace muy poco. Quienes transitaban por la zona se preguntaban a quién pertenecía y por qué estaba abandonado un edificio con aspecto de castillo medieval. Hoy, los vecinos y los descendientes de Joaquín Belgrano –su primer dueño y quien fuera familiar del prócer– no dejan de sorprenderse al ver recuperada una de las joyas patrimoniales del partido de San Fernando.
En octubre de 2020 LA NACION informó acerca de la preocupación de los habitantes de la zona y de los Belgrano ante el estado calamitoso del inmueble. Había sido levantado a fines del 1800 como vivienda familiar por el arquitecto de carrera militar Joaquín Belgrano, sobrino bisnieto del creador de la bandera. Luego, la Agencia de Administración de Bienes del Estado le cedió la custodia a la Municipalidad de San Fernando. El año pasado, el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación aprobaron por unanimidad el proyecto para la restauración del edificio, declarado Bien Patrimonial del Estado. En ese momento, la intendencia comenzó la puesta integral en valor del inmueble, que fue reinaugurado el sábado pasado.
“Para los descendientes de Joaquín Belgrano y su mujer, Josefina Rawson, es una inmensa alegría y motivo de orgullo la restauración del palacio que con tanto amor e ilusión ellos proyectaron y vivieron. Recuperarlo es sin duda una perfecta manera de revalorizar la riquísima historia de San Fernando y la de nuestra familia como parte de dicha historia”, afirma Marcos Belgrano, bisnieto de Joaquín, quien junto a los vecinos reclamaba a las autoridades la necesidad urgente de salvar la casona de sus antepasados.
La casa está situada en Sarmiento 1427 y consta de 863 metros cuadrados cubiertos dentro de un predio de 4976 metros cuadrados. Se levanta en medio de un inmenso jardín. Fue construida entre 1879 y 1882. Joaquín Belgrano, uno de los primeros pobladores de San Fernando, vivió allí durante 20 años junto a su mujer y siete hijos. Lo llamó Villa María en honor a su madre, María Villarino Márquez.
La casona forma parte de una serie de viviendas privadas emblemáticas de la provincia de Buenos Aires. Pertenece al estilo eclecticismo historicista, con elementos del neorenacimiento y del neogótico. Se destacan su pintoresca torre, en su momento la más alta de la zona, tal como la ideó el militar, y los paños de ladrillos que se alternan con referencias medievales en dinteles, hastiales y portada. Según comenta Marcos Belgrano, un genealogista apasionado por la historia, al final de su vida Joaquín se había vuelto huraño. “Se fue a vivir a la torre y no bajaba a su casa, por eso en el barrio le decían ‘el loco de la torre’”, refiere, con humor. Luego, el mirador funcionó como torre geodésica, es decir para hacer mediciones y mapas cartográficos.
Cómo fueron las obras
El palacio tenía varias plantas, cinco escaleras y más de veinte habitaciones. Para su construcción se importaron de Europa mosaicos, pizarras, bronces, hierros, vitrales, peldaños de mármol biselado de Carrara, pisos de roble de Eslovenia y mayólicas. Los espacios restaurados se convirtieron en seis salas culturales para múltiples funciones –exhibiciones, talleres, etc.– y también en oficinas de la Secretaría de Cultura municipal, un sector con entrada por la calle Belgrano. Néstor Torchia, responsable de esa dependencia, adelantó que ya es posible recorrer el edificio a través de visitas guiadas y participar de las actividades anunciadas en redes sociales: @culturasanfernando y @palaciobelgranootamendi.
Para ello tuvieron que crear un ascensor y dos núcleos sanitarios. Todas las transformaciones tuvieron en cuenta la accesibilidad. Además, en el jardín que da sobre la calle Belgrano se está levantando un nuevo teatro con capacidad para 500 personas que sería inaugurado a fin de año, anticiparon.
“No hay planos originales que nos puedan dar información sobre el palacio, pero sí fotografías históricas que nos permitieron definir su estructura original”, dijo Cecilia Tucat, secretaria de Obras Públicas del partido, durante una recorrida con LA NACION por el inmueble. Los trabajos fueron realizados por la empresa HIT, que también tuvo a cargo parte de la puesta en valor del Edificio del Molino y con el asesoramiento del experto restaurador Francisco Ezcurra.
Por fuera se realizó una limpieza general mediante hidrolavado. Para recuperar la mayor cantidad de ornatos originales se procedió a su limpieza manual y consolidación. Sobre muros, sillares y molduras se hizo un revoque con un material símil piedra. Se recuperaron los ladrillos vistos originales respetando el desgaste y la pátina del tiempo. Se removieron las rejas añadidas con posterioridad y se replicaron nuevas, utilizando como modelo piezas originales. Los bajobalcones se reconstruyeron y en el interior se recuperaron la capilla, escaleras, la boiserie, mármoles, vitrales, carpinterías y pisos de madera, según detalló Tucat.
La perla de la residencia
La perla de la residencia, además de la torre medieval, es su hall de acceso principal, lo que antes se llamaba el piano nobile. Está ubicado sobre Sarmiento, en un primer piso, y se llega a él a través de una escalera de mármol exterior afortunadamente conservada. Es una pequeña sala hecha íntegramente con cientos de piezas de cerámicas de Delft, una alfarería del siglo XVI situada en la ciudad homónima de Países Bajos. Cubren toda la superficie de los muros internos, desde el piso hasta el cielorraso. Algunos de estos azulejos, todos decorados y de forma hexagonal, se replicaron; otros son originales.
Esto remite al aspecto suntuoso que el arquitecto, formado en la École Nationale Supérieure des Beaux-Arts de París, deseaba otorgarle a la entrada de su casa, una actitud típica de las familias pudientes de aquel entonces. Además, en la sala volvió a brillar un cuadro realizado también de cerámicas con una postal de los canales de Ámsterdam. Su autor es Cornelis Springer, un pintor holandés famoso por sus óleos y acuarelas de escenas románticas de la ciudad. Como la mujer de Belgrano era amante de Países Bajos, entonces su marido decidió replicar para ella, en su casa, los canales.
Un parque centenario
La casona contaba con sanitarios, una novedad en su tiempo; tuvo caballerizas, un molino y un vivero. El parque también fue diseñado por Belgrano con eucaliptus, cedros, tipas y palmeras africanas que aún sobreviven constituyendo el pulmón verde de la zona, a pocas cuadras de la plaza principal de San Fernando, llamada Bartolomé Mitre. En el jardín que da a la calle Lavalle se derribó el muro para que la gente tenga libre acceso al parque de la residencia.
Joaquín Belgrano murió en París en 1901, a los 46 años. Su mujer le vendió la propiedad al matrimonio de Rómulo Otamendi y Matilde Carballo, quienes la usaron como casa de fin de semana durante diez años. Al fallecer su hija y luego su mujer, Otamendi la donó a la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, la cual convocó a las hermanas de la Congregación de los Santos Ángeles Custodios de Bilbao para hacerse cargo del lugar. En 1936, se disolvió la sociedad de beneficencia y el inmueble pasó a manos del Estado. Primero perteneció al Instituto Estela Otamendi y, a partir de 2000, a la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación. Es decir que por más de medio siglo funcionó como asilo para huérfanas y mujeres en situación de vulnerabilidad. Durante esa época se construyeron anexos que no respetaron el valor histórico del palacio, un inmueble levantado para otros fines.
En 2001 la Secretaría de Niñez dejó de tener oficinas ahí y el lugar fue abandonado e intrusado. En 2019 sufrió el incendio intencional de la cubierta, es decir del techo, lo cual causó un grave perjuicio a todo el edificio. En 2017 también había rondado la idea de deshacerse de la casa para lotear el terreno y destinarlo a un proyecto inmobiliario, pero no prosperó debido a que el municipio se opuso ya que pretendía que el espacio fuera un polo cultural abierto a la comunidad, tal como finalmente se concretó.
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