Peste antonina: la brutal pandemia que puso de rodillas al Imperio Romano
En la segunda mitad del siglo II el Imperio Romano atravesaba su edad de oro. Su extensión era inmensa y la expansión de su poderío parecía inagotable. Pero entonces la peste Antonina y puso fin a su pujanza.
Esta plaga, que acabó con la vida de unas cinco millones de personas, es considerada unade las primeras pandemias la historia occidental. Y, como sucede ahora con el coronavirus, no reconoció fronteras ni clases sociales.
En el año 165, el Imperio Romano, bajo la dinastía Antonina -de ahí el nombre de la peste-, ocupaba los territorios de casi la totalidad de la actual Europa, el norte de África, incluyendo Egipto, y gran parte de Medio Oriente. Roma imponía su cultura a cada pueblo conquistado por el imperio y mantenía así una unidad cultural y política, interconectada además por una red vial prolongada y compleja.
El emperador por entonces era Marco Aurelio Antonino, a quien llamaban "el Sabio" o "el Filósofo", y que terminó siendo, unos años más tarde, una de las víctimas de la letal plaga, que no hacía distinciones entre sus destinatarios.
Según los registros históricos, entre el 7% y el 10% de los habitantes del imperio (que se calculan en 50 millones) perecieron a causa de esta peste, que exterminó por igual a amos y esclavos. Además, diezmó al poderoso ejército romano, que se vio obligado a poner un freno a su expansión.
El temible brote fue descripto y también combatido en aquel entonces por un médico y filósofo cuyo nombre sería, siglos más tarde, sinónimo de la medicina y de los profesionales que trabajan en ella: Galeno de Pérgamo.
Origen de la plaga
La plaga asoló el imperio entre los años 165 y 180, según lo que dicen los historiadores de la dinastía Antonina. El origen de la misma dio lugar a diversas teorías. Algunos, como el profesor Kyle Harper consideran que todo comenzó en Seleusis, en la mesopotamia asiática, en el actual territorio de Irak.
Habría sido cuando, en el año 165, las tropas de Cayo Avidio Casio arrasara la citada ciudad. Allí, un legionario romano habría profanado un templo dedicado al dios Apolo y, al abrir un cofre en busca de tesoros, salió de allí un misterioso vapor que, según la leyenda, habría dado comienzo a la pandemia más mortífera conocida hasta entonces.
La propagación se habría dado, en este caso, cuando las tropas de legionarios regresaron de la mesopoamia, y esparcieron la enfermedad por todo el imperio.
Otra de las hipótesis señala el origen en Egipto, también para el mismo año, y la expansión habría sido producto de la exportación de granos de aquel territorio a otros lugares del imperio.
El movimiento demográfico de los soldados, el traslado de personas entre pueblos y la extensa vía comercial del imperio produjeron entonces que la peste se trasladara rápidamente a diversos lugares del territorio.
De esta forma la plaga "llenó de enfermedad y muerte a todo el territorio situado entre la tierra de los persas, el Rhin y las Galias", narraba el historiador y militar romano Amiano Marcelino un par de siglos más tarde.
Síntomas de la enfermedad
La muerte y la desolación se esparcía por cada lugar donde la peste arribaba. Era especialmente dañina en los conglomerados con mayor densidad de población. En la ciudad de Roma, en los peores momentos de la peste, morían unas 2000 personas por día.
El propio Galeno describió los síntomas de esta enfermedad, en la que aparecía un sarpullido de color negro o violáceo que "después de un par de días se secan y se desprenden del cuerpo, pústulas ulcerosas por todo el cuerpo, diarrea, fiebre y sentimiento de calentamiento interno por parte de los afectados".
Según lo que recoge la Revista Chilena de Infectología, la descripción de Galeno continuaba así: "En algunos casos se presenta sangre en las deposiciones del infectado, pérdida de la voz y tos con sangre debido a llagas que aparecen en la cara y sectores cercanos. Entre el noveno día de la aparición del sarpullido y el décimo segundo, la enfermedad se manifiesta con mayor violencia y es donde se produce la mayor tasa de mortalidad".
Desde la medicina de hoy se cree que la enfermedad que ensombreció al Imperio Romano era una especie de viruela, o una variante hemorrágica, como señala la citada publicación trasandina. El contagio de esta patología, a través de los estornudos y la saliva, hacía relativamente fácil y rápida su expansión.
Consecuencias de la epidemia
Además de las muertes, Roma sufrió severos daños a nivel social, económico, cultural y militar a causa de la plaga Antonina.
La muerte de Marco Aurelio, en el año 180, es uno de los símbolos de cómo golpeó esta plaga al imperio. Asimismo, gran parte de la actividad económica se paralizó, y la reducción del ejército fue tal que Roma debió firmar la paz con varios de sus enemigos y reclutar en el ejército a esclavos, mercenarios y hasta delincuentes.
Para paliar la peste, los romanos imploraban a sus dioses, y también culparon del problema a los cristianos que en esa época predicaban y reproducían a sus feligreses en diversas partes del imperio. Los perseguían también de por sus creencias, porque creían que su fe era una traición al espíritu romano y eso podría haber provocado la llegada de la desgraciada plaga.
Como era natural también en aquella época, los charlatanes y estafadores se multiplicaron por doquier para vender oraciones sanadoras o amuletos. Un falso profeta conocido como Alejandro vendía una oración para escribir en las puertas de las casas, a modo de protección. Por supuesto, la muerte ignoraba esas inscripciones e ingresaba igual a hacer su trabajo.
A pesar de la mente preclara y las investigaciones de Galeno de Pérgamo, el arma que mayormente usaban los romanos contra la plaga era la superstición. Y no pudieron evitar su avance.
Según el sacerdote e historiador Paulo Osorio, algunas aldeas de lo que hoy es España e Italia perdieron a todos sus habitantes por la epidemia. Y también fuera de las fronteras del imperio, la enfermedad llegó a pueblos germanos y galos.
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