Perjuicio para la salud: los preocupantes resultados de un estudio con el aire que se respira en una calle de Recoleta
Con un dispositivo instalado sobre Uriburu al 900, un equipo de la UBA releva el impacto de partículas contaminantes en el organismo
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¿Qué calidad tiene el aire que se respira en una calle urbana con alto tránsito? Si afecta la salud, ¿cómo lo hace? Con estas preguntas, entre otras más complejas que van surgiendo a medida que aparecen las respuestas, un equipo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) está descifrando cómo respirar el aire de arterias urbanas por donde pasan varias líneas de colectivo y automóviles pone en riesgo el corazón y el cerebro.
Hace dos meses, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer que el 99% de la población respira aire insalubre porque supera los límites de contaminación recomendados para prevenir enfermedades o su agravamiento. Fue a propósito del Día Mundial de la Salud y tras actualizar la base de datos con información ambiental recolectada en 6000 ciudades –la cantidad más alta hasta ahora– de 117 países, entre los que figura la Argentina.
“Estudios epidemiológicos determinaron que el principal responsable de los efectos en la salud de respirar el aire contaminado es el material particulado [partículas líquidas y sólidas de sustancias orgánicas o inorgánicas en suspensión que provienen de la actividad humana]. Se asume que es responsable, por lo menos de acuerdo con el último informe de la OMS, de un exceso de siete millones de muertes en el mundo por la inhalación de aire contaminado”, recuerda Pablo Evelson, profesor titular de la cátedra de Química General e Inorgánica de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (FFyB) de la UBA e investigador principal del Conicet.
Con el resto del equipo del Instituto de Bioquímica y Medicina Molecular (Ibimol) de la facultad, Evelson y Natalia Magnani profesora adjunta de la misma cátedra e investigadora asistente del Conicet, coordinan desde hace más de una década el relevamiento de los efectos contaminantes aéreos en la salud. Están concentrados en el impacto que tienen esas partículas que miden milésimas de milímetros. Su contenido y su tamaño definen el nivel de amenaza, ya que cuanto más diminutas ingresan más profundo en los pulmones y llegan hasta las células.
A través de un dispositivo instalado sobre la calle Uriburu al 900, entre Paraguay y Marcelo T. de Alvear, a la vuelta de la facultad, en el barrio de Recoleta, toman el aire que respiraría cualquier peatón para llevarlo hasta un bioterio. En dos cámaras de exposición, con ciclo de luz y sombra para recrear las 24 horas del día y la noche, ratones viven con el aire tal cual proviene de la calle o ese aire, pero filtrado, de mejor calidad.
“Observamos que desde los dos meses de exposición al aire de la calle, sin filtrar, los ratones tenían signos de inflamación pulmonar, precedida por una alteración de los valores de enzimas que defienden a las células de la oxidación, y cambios en el metabolismo del oxígeno del tejido cardíaco”, detalla Evelson sobre los resultados publicados en la revista Environmental Pollution.
Ante un infarto, a la vez, el equipo detectó que el área del corazón afectada era mayor (casi un 55% más) en los animales que respiraban el aire contaminado que en los que vivían en un ambiente con aire filtrado.
Los animales (ocho en cada grupo) pasaron 16 semanas en las cámaras; ocho horas por día, durante cinco días a la semana para simular la exposición humana. Los resultados, para el equipo, respaldan de manera robusta la importancia de tener en cuenta los factores ambientales en la aparición de las enfermedades cardiovasculares. Con este tipo de estudio, el equipo puede observar qué mecanismos desencadenan los problemas.
El grupo se planteó, ahora, investigar cómo el material particulado afecta el “motor” de las células –la mitocondria– y cómo eso interviene en la forma en la que las células usan la energía que produce ese motor. “Esto, junto con la reacción inflamatoria, según pensamos, produciría los cambios que observamos en el corazón”, describe Evelson, que en dos semanas asumirá como decano de la FFyB.
Con el mismo protocolo, el equipo está investigando el impacto de la contaminación aérea en el cerebro. Los primeros resultados describen efectos en la corteza cerebral también por una alteración del metabolismo mitocondrial. Se asume por estudios publicados, de acuerdo con los investigadores, que ese proceso activa en el tiempo mecanismos similares a las enfermedades neurodegenerativas. El equipo detectó evidencia preliminar de una alteración en el bulbo olfatorio, que conecta el sentido del olfato con el cerebro, y continúan estudiando.
Un buen motivo
Para Magnani, es importante que la población conozca esta información por un buen motivo. “Respiramos aire constantemente y, por esto, a veces lo llamamos el enemigo invisible –dice–. No tiene un efecto inmediato en la mayoría de las personas, pero quienes tienen asma o enfermedades preexistentes, por ejemplo, lo perciben mejor. Lo que estamos viendo con nuestros estudios es que, ante un problema de salud secundario, el tejido cardíaco no puede responder como debería. Si bien los niveles de contaminación a los que estamos expuestos en la ciudad de Buenos Aires, que es donde estamos haciendo estos estudios, no producen un efecto inmediato, eso no significa que no se esté produciendo en el largo plazo o que interactúe de algún modo con un problema de salud secundario que pueda aparecer en algún momento. Por eso, estos resultados tienen que conocerse: no hay un valor límite por debajo del que la contaminación del aire deja de ser tóxica”.
Explica que existen dos maneras de encarar este problema: prevenirlo o mitigarlo. “Pero no podemos intervenir en el medio”, afirma.
En el aire hay dos grandes grupos de contaminantes, los gases (monóxido de carbono, dióxido de azufre, óxidos de nitrógeno y ozono) y pequeñas partículas de distinto contenido y tamaño. Los investigadores citan estudios sobre la composición de ese material particulado fino (<2,5 μm de diámetro; MP2.5). En la ciudad, su principal fuente es el combustible diésel. “Es decir, el gasoil de los colectivos”, indican.
Los niveles de esas partículas en el aire pueden bajar con un menor uso del automóvil o de combustibles fósiles. “Después, entonces, hay que atacar los efectos en la salud”, continúa Magnani.
Con Evelson, lamentan que en ninguna ciudad del país haya registros de los niveles de MP2.5, un indicador estándar en el mundo. En las estaciones de medición de la calidad del aire de la ciudad se miden las partículas más grandes (MP10), con lo que se asume que hay MP2.5 en el aire. Pero ambos coinciden al reclamar políticas públicas de registro sistematizado y definición de los niveles de contaminantes en el aire.
“Siempre la presencia de material particulado es nociva para la salud”, sostiene Evelson. “Por suerte, por la geografía de la ciudad y al estar en una zona costera, la contaminación aérea no es un problema tan grave como, por ejemplo, en Santiago de Chile o la ciudad de México. Pero sí hay niveles detectables de contaminación que pueden tener efectos en la salud por inhalación de material particulado”.
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